"Nadie lo expuls¨®, ¨¦l se quiso ir"
Los vecinos del enfermo de sida que dej¨® Lecr¨ªn (Granada) niegan que se le rechazara
Los vecinos de Lecr¨ªn (Granada) sostienen que no rechazaron a Enrique Rodr¨ªguez Puerta, aunque reconocen que sintieron cierto resquemor cuando este hombre solitario, reservado -"raro" es el calificativo que prefiere el pueblo-, que frisa los sesenta, no pudo valerse por s¨ª mismo a causa del sida y de un tumor cerebral que lo dej¨® medio ciego. El lunes 21 de septiembre se march¨® a Barcelona, a casa de una sobrino que acept¨® cuidarle a cambio del perd¨®n de una deuda. Antes de abandonar este pueblo de 2.700 habitantes, declar¨®: "Ya no hay caridad".
Palmira Castilla, la mujer que avis¨® de su marcha a Ios peri¨®dicos, dice que s¨®lo pretendi¨® denunciar a las instituciones que se negaban a acoger al enfermo. "?l se quiso ir; nadie lo expuls¨®. Los seres, sin excepcion, a veces somos crueles".La historia de Enrique Rodr¨ªguez, o Enriquito Pesetas, como le llaman los vecinos, comenz¨® hace cuatro meses aproximadamente, cuando en el hospital Cl¨ªnico de Granada le revelaron que padec¨ªa el sida, un tumor cerebral que le produc¨ªa fuertes dolores de cabeza y una tuberculosis ¨®sea. El m¨¦dico de Lecr¨ªn se encarg¨® de las revisiones peri¨®dicas, y el farmac¨¦utico le dispensaba las medicinas. Aunque mantuvieron en secreto el diagn¨®stico, el rumor fue creciendo de boca en boca, si bien Enrique no se convirti¨® en un problema hasta que, conforme le carcom¨ªan los males, su car¨¢cter se hizo m¨¢s hosco y abandon¨® la higiene y adelgaz¨® hasta convertirse en un tipo desaseado. En los dos ¨²ltimos meses se acostaba temiendo a la muerte.
Durante el d¨ªa, en cambio, deambulaba normalmente por el pueblo, intercambiaba algunas frases en el bar y en la tienda. Con los ojos abiertos no le aterrorizaba la idea de morir, pero durante la noche se desesperaba y llamaba a gritos pidiendo ayuda. Por entonces ocurri¨® el ¨²nico incidente que se puede interpretar como un rechazo. Una ma?ana fue a desayunar a un bar y el camarero le cambi¨® la taza habitual por un vaso de pl¨¢stico. Enrique, enfurecido, abandon¨® el local sin probar bocado. En otra ocasi¨®n, en el mismo bar, el propietario se neg¨® a servirle el almuerzo y le recomend¨® que mejor se llevar¨¢ el guiso y lo comiera en casa.
Pero durante las crisis nocturnas los vecinos s¨ª acudieron a socorrerle, unos m¨¢s que otros, y le velaron el sue?o, y al d¨ªa siguiente le tra¨ªan de comer. Francisco L¨®pez Robles, el farmac¨¦utico, confirma que el miedo de Enrique a morir de noche le provoc¨® crisis de ansiedad. "Yo le recomend¨¦ infusiones de hierba valeriana", recuerda.
Enriquito Pesetas hab¨ªa escogido la soledad, pero ahora, enfermo, ¨¦sta se volv¨ªa en su contra. Estaba enfrentado a sus ocho hermanos a causa de disputas por bienes o dineros. ?l no sufri¨® nunca apuros financieros. Dispon¨ªa de un piso en la capital, otro en Lecr¨ªn, uno m¨¢s en Barcelona y tierras de labranza. Adem¨¢s, hasta poco antes de agravarse su estado, realquil¨® una planta de su casa a un gallego, "mozuelo viejo como ¨¦l", que se march¨® a comienzos del verano.
"Cuando se fue el lunes a Barcelona llevaba consigo muchos billetes, pero dijo que el taxi lo pagara el Ayuntamiento", afirma una vecina de entre el corro que se ha formado ante los periodistas. "El ¨²ltimo viernes antes de irse, un hombre pas¨® la noche con ¨¦l, y mi marido lo atendi¨® de madrugada cuatro o cinco veces antes. Es incierto que lo hayamos rechazado. Hemos temido a la enfermedad, pero no hemos dejado de atenderlo". "Era mozuelo", interviene una mujer de edad, "pero no se met¨ªa con nadie. Fregaba mucho el suelo, de rodillas, con lej¨ªa, pero lo mismo que limpiaba lo volv¨ªa a ensuciar cuando regresaba del trabajo. No se emborrachaba ni montaba juergas, aunque era falt¨®n. Dicen que uno de D¨²rcal se ahorc¨® porque su familia le prohibi¨® que siguiera viendo a Enrique. Era muy socialista, y se cagaba en la Virgen y me quitaba la devoci¨®n hasta el punto de que me daba verg¨¹enza persignarme delante de ¨¦l".
Reproches
Palmira Castilla lleva cinco d¨ªas sin salir de casa, pues todo Lecr¨ªn le reprocha haber llamado a la prensa, que luego, dicen, ha falseado la actitud del pueblo. Palmira es una mujer culta, que vive rodeada de antig¨¹edades, junto con un cartel de C¨¦sar Vallejo y l¨¢minas y esculturas de santos. "No es por devoci¨®n", advierte. Palmira, a la que en Lecr¨ªn llaman Lola o Lolines, atendi¨® las ¨²ltimas semanas a Enrique, "pero no m¨¢s que otros". Cada vez que Enrique sufr¨ªa una crisis llamaba a la ambulancia, que evacuaba al enfermo al hospital, pero al rato regresaba con ¨¦l. "Llam¨¦ al tel¨¦fono de la esperanza, pero comunicaba. Avis¨¦ a la ambulancia, pero apenas se llevaba a Enrique regresaba con ¨¦l. Era una pesadilla. El domingo ocurri¨® una vez m¨¢s. Llam¨¦ al peri¨®dico para denunciar a las instituciones sanitarias, que carecen de un lugar para atender a enfermos de sida, nunca para acusar al pueblo por no haberle prestado ayuda. Hubo gente que lo rechaz¨®, pero hubo otros que lo acogieron. ?l se fue a Barcelona Voluntariamente. Hab¨ªa comprado el billete de avi¨®n quince d¨ªas antes".Palmira admite que tuvo miedo las veces que le socorri¨®. "De no haberse marchado, hubiera seguido atendi¨¦ndolo, pero provista de guantes. Todos tem¨ªamos el contagio. ?Por qu¨¦ no hay ninguna instituci¨®n para cuidar a personas como Enrique?". Nadie en Lecr¨ªn conoce el paradero de Enriquito Pesetas, que posiblemente no regrese nunca. El domingo anterior a su partida hab¨ªa advertido a los vecinos: "Si no me voy de Lecr¨ªn, me ahorco".
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