Los emocionantes paisajes rom¨¢nticos de Caspar David Friedrich llegan al Prado
Una docena de pinturas sale por primera vez de museos de la antigua Alemania del Este
Una exposici¨®n monogr¨¢fica del paisajista rom¨¢ntico alem¨¢n Caspar David Friedriet (Greifswald, 1774-Dresde, 1840), se presenta hasta el 6 de enero en las salas temporales del Museo del Prado, de Madrid, con el patrocinio del Gobierno alem¨¢n y del Consorcio Madrid, Capital Europea de la Cultura. La muestra consta de 53 ¨®leos, 46 dibujos, cuatro xilograf¨ªas y un bronce, m¨¢s un ap¨¦ndice, con cinco retratos que de ¨¦l hicieron disc¨ªpulos, y admiradores contempor¨¢neos, como Carus o Kersting. El comisario, Werner Hofmann, destac¨® ayer la cantidad y calidad de las obras -varias de ellas se presentan por primera vez fuera de los museos de la antigua Alemania Oriental-, y estableci¨® un paralelismo entre el artista alem¨¢n y Goya.
Con el experto comisariado de Werner Hofmann, del que acaba de publicarse en castellano Fundamentos del arte moderno, esta muestra de Friedrich constituye un acontecimiento cultural de primerisimo orden. Esta iniciativa es excepcional, tanto por s¨ª misma, como, en particular, para nuestro pa¨ªs, cuyos museos carecen de obras de este extraordinario pintor y de sus colegas contempor¨¢neos m¨¢s afines (excepci¨®n hecha de la que existe en el reci¨¦n inaugurado Museo Thyssen-Bornesmisza), y de los que, por otra parte, salvo una peque?a muestra antol¨®gica de dibujos del romanticismo alem¨¢n, que fue presentada en la Caixa hace unos a?os, no se hab¨ªa podido contemplar nada en nuestro pa¨ªs. Pero hasta pr¨¢cticamente comienzos de la d¨¦cada de los setenta, C. D. Friedrich y el paisaje rom¨¢ntico alem¨¢n continuaban siendo bastante poco conocidos para la mayor parte del p¨²blico no alem¨¢n, en parte debido al general desconocimiento de la pintura del XIX que no fuera francesa y, en especial, a la persistencia de los prejuicios pol¨ªticos que se manten¨ªan, tras la II Guerra Mundial, contra toda manifestaci¨®n cultural germ¨¢nica.
Y aunque, en lo que se refiere a la literatura rom¨¢ntica alemana, este prejuicio no prosper¨® porque los autores franceses, que tradicionalmente administraban lo que debe interesar cultural mente o no -al resto del continente, dieron su visto bueno desde el principio y lo renovaron, ya en nuestro siglo, gracias a los su rrealistas, en pintura pes¨® como una losa. En todo caso, a comienzos de los setenta, gracias precisamente a una serie de ex posiciones que W. Hofmann, desde su puesto directivo de la Kunsthalle de Hamburgo, fue organizado con el r¨®tulo com¨²n de Kunst um 1800, as¨ª como la publicaci¨®n de algunos ensayos, como el muy importante de Robert Rosenblum, esta situaci¨®n de desconocimiento popular cambi¨® de forma tan radical que se convirti¨® en uno de los temas art¨ªsticos m¨¢s de moda de los ¨²ltimos 20 a?os, generando dece nas de exposiciones y libros por doquier.
Pues bien, este hecho, de la su cesi¨®n acumulativa de muestras sobre el mismo tema, como el que hasta fechas muy recientes no estuvieran disponibles para pr¨¦stamos los museos de la antigua Alemania del Este, que ate soraban una parte sustancial del patrimonio conservado en este campo, es precisamente lo que hace casi incre¨ªble que nosotros ahora podamos ver una exposici¨®n de Friedrich como la que se nos presenta en el Prado, con piezas tan asombrosamente capitales como las m¨ªticas de la Galer¨ªa Nacional de Berl¨ªn, Monje en la orilla del mar (1808-1810) y Abad¨ªa en el encinar (1809-1810), dispuesto este par en el Prado tal y como es habitualmente visto por quienes peregrinan hasta Berl¨ªn para contemplarlo; pero tambi¨¦n Amanecer en el Riesengebirge (1810-181 l), La cruz en el mar B¨¢ltico (1815), Cuadro en memoria de. Johann Emanuel Bremer (hacia 1817), Miebla en el valle del Elba (1821), Paisaje con pueblo al amanecer (el ¨¢rbol solitario) (1822), Luna saliendo sobre el mar (1822), Mujer en la ventana (1822), Caba?a bajo la nieve (hacia 1827), Costa a la luz de la luna (1830), Riesengebirge (1830-1835) ?Doce obras maestras del mismo lugar!
Pero ah¨ª no acaba la sorpresa, porque de los otros dos museos alemanes que, junto al de Berl¨ªn, atesoran lo fundamental de Friedrich, los de Hamburgo y Dresde, casi ocurre lo mismo. As¨ª, de Hamburgo han venido Bancos de niebla (hacia 1822), Nubes de paso (hacia 1820), el celeb¨¦rrimo El mar glaciar, tambi¨¦n conocido entre nosotros como El naufragio del Esperanza (1823-1824); Colina y campo roturado cerca de Dresde (1824-1825), Paisaje de monta?a en Bohemia (hacia 1930), y otros; mientras que de Dresde, tan s¨®lo citar¨¦ Dos hombres contemplando la luna (1819), La entrada del cementerio (1825) -que es un pr¨¦stamo extraordinario y de una generosidad emocionante- y El coto grande (hacia 1832). Si a esto a?adimos que los museos de Essen, Lepizig, Weimar, Colonia, Dortinund, Halle, Hannover, Stuttgart, Postdam, dentro de la propia Alemania, o los de San Peterburgo, Par¨ªs, Oslo, Forth Worth, Praga, Winterthur, Copenhague, Vaduz, por todo el mundo, tambi¨¦n han dejado algunos de sus mejores Friedrich, un pintor que no pint¨® mucho y que su obra conservada est¨¢ muy concentrada en pocos sitios, habremos de aceptar esa maravillosa excepcionalidad de la exposici¨®n que nos visita, tan incre¨ªble a priori, que es preciso acudir a verla para cerciorarse de que no se trata de una ilusi¨®n o de un sue?o.
Hoy ya sabemos que en las obras de Friedrich no s¨®lo expresan las sobresalientes cualidades de uno de los mejores paisajistas que han existido en la pintura occidental, sino la esencia del romanticismo pante¨ªsta alem¨¢n, con su poderosa carga de m¨ªstica espiritualidad protestante, y, como dijo Rosenblum, una tradici¨®n rom¨¢ntica del Norte, que, al margen de Par¨ªs, alimenta una parte sustancial del arte contempor¨¢neo. Como ocurre con las pocas figuras geniales, Friedrich cre¨® una nueva forma de representaci¨®n naturalista, que un¨ªa la precisi¨®n de los panoramas, la sorda reverberaci¨®n del contraluz, las franjas horizontales, el enmarcamiento sombr¨ªo del primer t¨¦rmino, con una verdadera revoluci¨®n iconogr¨¢fica, tanto en el sentido de crear im¨¢genes nuevas como temas de encuadre. Y, sobre todo, fondo y forma, ese sentimiento sublime de desolaci¨®n, de quietud, de grandeza, de espiritualizaci¨®n, que hoy siguen conmovi¨¦ndonos en lo m¨¢s hondo.
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