La victoria de la ambig¨¹edad moral
La derrota de George Bush y el triunfo de Bill Clinton en las elecciones para presidente de Estados Unidos reflejan un cambio importante en el car¨¢cter de esta joven naci¨®n: la evoluci¨®n de una mentalidad extravertida, saturada de principios morales simples, claros y absolutos, a otra m¨¢s introvertida, complicada y equ¨ªvoca, cargada de normas de moralidad ambiguas.George Bush, nacido en 1924 dentro de una familia acomodada, tradicional e intacta, y condecorado profusamente por su intrepidez militar en la II Guerra Mundial, representa una hist¨®rica etapa de valores categ¨®ricos del bien y del mal muy arraigados en la Am¨¦rica invencible que surgi¨® de aquella conflagraci¨®n global. Una naci¨®n rebosante de grandeza y supremac¨ªa moral, proyectada gloriosamente al exterior por Hollywood, defensora del mundo, como un superman luchando sin descanso por el honor, la verdad, la justicia y el american way.
Bush personifica un pueblo arrogante en el que el individualismo y el potencial sin l¨ªmites del capitalismo y de la ¨¦tica del trabajo eran ensalzados como valores ¨²nicos e indispensables para conseguir la felicidad. Un pa¨ªs poderoso y optimista, pero tambi¨¦n inmaduro e impulsivo, como esos adolescentes privilegiados e impetuosos que se sienten invulnerables y crecen sin frustraciones ni desencantos.
Bill Clinton, nacido 22 a?os m¨¢s tarde en el seno de una familia modesta, poco convencional y con dificultades -tres meses antes de nacer muri¨® su padre, su padrastro era alcoh¨®lico y su hermano ha sido drogadicto-, eludi¨® ir a Vietnam y ser reclutado por el Ej¨¦rcito. En cierto sentido, Clinton simboliza la ambig¨¹edad y los conflictos internos de la Am¨¦rica vulnerable que emergi¨® de la guerra de Indochina y refleja una generaci¨®n en crisis de identidad, con su autoestima da?ada, iconoclasta y dubitativa de lo que est¨¢ bien y de lo que est¨¢ mal. Un pueblo expuesto, por un lado, a la pobreza, la violencia, las tensiones raciales, las drogas y la plaga del sida, y, por otro, a cambios tan desconcertantes como complejos en el ¨¢mbito de la familia, la mujer y la procreaci¨®n. En definitiva, Clinton representa un pa¨ªs en el que la ca¨ªda del comunismo, el imperio del mal, ha dislocado el esquema b¨¢sico del bueno y el malo, una sociedad que ha descubierto, finalmente, que el enemigo no est¨¢ fuera, sino dentro, que Norteam¨¦rica es su propio enemigo.
La transformaci¨®n de la sociedad estadounidense est¨¢ en parte relacionada con su progresiva urbanizaci¨®n. Hoy, tres de cada cuatro norteamericanos viven en ¨¢reas metropolitanas, 25 millones m¨¢s que hace 10 a?os. La vida en la ciudad intensifica el conocimiento y las vivencias del hombre y la mujer, pero, al mismo tiempo, aviva los conflictos y dilemas sobre su identidad, su papel en la sociedad, su realizaci¨®n y su supervivenc¨ªa, y suscita una perspectiva relativista y tolerante hacia los desaf¨ªos de la vida.
Adem¨¢s de la inquietud por la situaci¨®n economica, los valores de la familia han sido tambi¨¦n intensamente debatidos en estas elecciones. En ning¨²n otro momento de la historia de este pa¨ªs se ha deseado y defendido tan apasionadamente la libertad de elegir sobre las relaciones personales, la divisi¨®n del trabajo y la sexualidad. Es evidente que el modelo de familia compuesto por el padre que trabaja fuera del hogar, la madre ama de casa y los hijos se encuentra en decadencia. De hecho, en la actualidad casi una de cada cuatro mujeres norteamericanas que dan a luz es soltera, uno de cada dos matrimonios contra¨ªdos desde 1970 terminar¨¢ en divorcio, el 30% de las familias con hijos menores de 18 a?os est¨¢n encabezadas por un solo padre, generalmente la madre, y el 60% de las madres con hijos menores de seis a?os trabaja fuera de la casa.
No hay duda de que las realidades sociales y econ¨®micas se han encargado de transformar las expectativas convencionales del hombre y de la mujer, y el prototipo de familia tradicional, en reliquias del pasado. Al mismo tiempo, el movimiento feminista ha sido un agente de cambio para ambos sexos, y mientras las mujeres se est¨¢n liberando de los estereotipos del pasado, los hombres tratan de deshacerse de una imagen varonil que se ha vuelto anticuada e insoportable.
Otro tema amargamente polemizado en la campa?a electoral ha sido el aborto. Para la mujer de hoy, la capacidad de controlar su vida reproductiva es un ingrediente de la libertad al que no puede renunciar, una condici¨®n necesaria para poder participar en igualdad de condiciones en la vida econ¨®mica y social de nuestro tiempo. Por lo tanto, el planteamiento sobre el aborto no ha sido en estos comicios una cuesti¨®n de elegir entre los absolutos de la vida y la no vida, sino de reconocer el derecho de la mujer a tomar decisiones sobre situaciones que implican enormes consecuencias para su cuerpo y para su futuro.
En cuanto al duro y controvertido debate sobre las drogas, se ha puesto de manifiesto que cualquier estrategia que se adopte para atajar esta epidemia tendr¨¢ que venir respaldada por pol¨ªticas sociales y econ¨®micas consecuentes. Pero el desarrollo de estas pol¨ªticas exige que, antes que nada, la sociedad encuentre un equilibrio entre el abordaje terap¨¦utico y las medidas penales, entre los valores que exaltan el placer y los que glorifican el autosacrificio, entre su compromiso con las libertades individuales y su tolerancia hacia la autodestrucci¨®n del ser humano.
Por otro lado, la plaga del sida, que desde 1984 ha infectado a m¨¢s de un mill¨®n de norteamericanos, no s¨®lo ha asestado un golpe devastador a la ilusi¨®n de poder de esta naci¨®n, sino que adem¨¢s ha enfrentado a este pueblo, obsesionado con la eterna juventud, con el terror de la muerte temprana, con la ruina prematura. de la vida y con sus prejuicios y fobias sociales. El sida ha forzado a esta sociedad a tratar de equilibrar valores conflictivos, como la libertad personal y el bienestar com¨²n o la salud p¨²blica, el derecho a la intimidad y el derecho a conocer.
Pienso que a medida que Norteam¨¦rica abandona el talante prepotente de supremac¨ªa moral y desecha el abordaje absolutista, aceptando con humildad la inevitabilidad del conflicto y adoptando una posici¨®n m¨¢s tolerante y respetuosa hacia los dem¨¢s pueblos y sus circunstancias, este pa¨ªs se enriquece y fortalece al sentirse genuinamente parte de un todo que es mayor.
En este hist¨®rico plebiscito, los hombres y mujeres estadounidenses, desilusionados del sue?o americano y conscientes de que la vida es cada d¨ªa m¨¢s compleja y nos obliga constantemente a elegir entre deseos y valores encontrados, entre medios y fines que se confunden y entre caminos cuyos destinos se desconocen, han rechazado el cl¨¢sico paradigma simplista del bueno y el malo, un modelo ingenuo y absoluto que no permite el t¨¦rmino medio y que ha dejado de ser ¨²til. A la postre, Norteam¨¦rica ha repudiado la imagen del l¨ªder imperioso, autoritario e impulsivo, y ha abrazado la figura de un jefe m¨¢s prudente, comprensivo y tolerante, aunque esto implique un car¨¢cter m¨¢s complejo, ambiguo y vulnerable.
es psiquiatra y comisario de los serviciosa de salud mental de la ciudad de Nueva York.
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