"Tal vez seas t¨² quien nos ha disparado"
Slavica prefiere vivir sola en el Sarajevo serbio antes que unirse a su marido, un policia bosnio
ENVIADO ESPECIAL "Nos separan tan s¨®lo 200 metros, ?l est¨¢ al otro lado del r¨ªo Miljacka. Me acerco a la ventana y me imagino que si alargo la mano podr¨ªa alcanzar la suya". Como a otras tantas familias, la guerra ha separado a Slavica Stanijic, de 37 a?os, de Teko, su marido, de 39 ambos serbios. Ella vive con sus hijas Diana, de nueve a?os, y Daniela, de siete, en Grbavica, uno de los barrios de Sarajevo controla do por las fuerzas serbias. ?l est¨¢ desde el 12 de mayo de 1992 al otro lado del r¨ªo, en una unidad especial de la polic¨ªa bosnia, el bando enemigo.
Sarajevo ya es, de hecho, una ciudad dividida por el fanatismo de unos l¨ªderes pol¨ªticos a los que poco importa haber dejado atr¨¢s familias destrozadas, como la de Slavica. Grbavica reun¨ªa antes de la guerra los mejores restaurantes de Sarajevo. Cruzando el puente Bratsvo i Jedinstvo (fraternidad y unidad), sobre el Miljacka, se llegaba al centro de la ciudad en poco m¨¢s de cinco minutos. Ahora, sus habitantes est¨¢n aislados del resto de Sarajevo porque la guerra ha decidido colocar este barrio en plena l¨ªnea del frente.S¨®lo tras dar un rodeo por Lukavica, bajo control serbio, y cruzar el aeropuerto es posible acceder a la ciudad en una aventura peligrosa que s¨®lo los cascos azules y los periodistas se atreven a emprender.
Grbavica ofrece un aspecto desolador, parecido al de los barrios musulmanes m¨¢s seriamente castigados por los bombardeos. La ¨²nica diferencia es que aqu¨ª ondea la bandera serbia y el uniforme de algunos de sus combatientes es el del antiguo Ej¨¦rcito federal. No hay ning¨²n s¨ªmbolo de Bosnia-Herzegovina, porque esto es hoy territorio serbio.
De sus 15.000 habitantes tal vez no queden ni 7.000. A las cinco de la tarde es como una ciudad fantasma. Apenas se ve alg¨²n civil. Ni uno solo de sus edificios permanece intacto, restos de veh¨ªculos calcinados o acribillados yacen en la calle.
Junto a las barricadas levantadas con material de guerra, camiones destrozados y contenedores est¨¢n apostados algunos carros blindados y veh¨ªculos militares del antiguo Ej¨¦rcito yugoslavo. Cerca, muy cerca, se escucha el estruendo de las granadas de mortero y de los disparos de francotiradores. Es el ¨²nico sonido que rompe el t¨¦trico silencio.
Cuando se viene del otro lado de Sarajevo se tiene una extra?a. sensaci¨®n en Grbavica. Se comprueba que el miedo no es patrimonio de una sola parte y que los dos bandos son perfectamente capaces de crear el terror entre la poblaci¨®n. Aqu¨ª, ni los francotiradores ni las granadas que, caen son serbios, pero no por ello son menos mort¨ªferas.
En medio de la destrucci¨®n,, los habitantes que se niegan a abandonar el barrio, serbios en su mayor¨ªa, luchan a diario por sobrevivir. "Nac¨ª aqu¨ª. Mis padres vivieron los ¨²ltimos 50 a?o en este territorio, me cas¨¦ aqu¨ª 37 he pasado 12 a?os en este apartamento", explica Slavica. El ¨¢rbol est¨¢ en la estufa
Desde el 20 de diciembre el barrio est¨¢ sin luz y sin agua. La comida llega a trav¨¦s del ACNUR o de la Cruz Roja serbia. Los vecinos salen de casa para acudir, al comedor p¨²blico, s¨®lo para el almuerzo, visitar el ¨²nico mercado que permanece abierto, o en busca de le?a y agua. Los ¨¢rboles d¨¦ la monta?a de Vraca, el barrio vecino de Grbavica, se van consumiendo en las estufas.
Los hombres pasan la mayor parte del d¨ªa en las trincheras improvisadas. A trav¨¦s de los sacos terreros se pueden ver las barricadas y las posiciones avanzadas de los soldados bosnios. Los que no han sido movilizados pasan la mayor parte del d¨ªa en sus apartamentos, haya o no bombardeos, porque casi ning¨²n edificio tiene un refugio en condiciones. Los peque?os no pueden resistir bajar a la calle, como Daniela Diana, aunque la madre siente "verdadero p¨¢nico" cuando sus hijas salen de casa. Las escuelas est¨¢n cerradas.
Slavica se qued¨® viuda aquel d¨ªa en que Teko, el marido, se fue al otro lado del Miljacka para cobrar la n¨®mina. Ha hablado con ¨¦l varios' veces a trav¨¦s de un radiotel¨¦fono. Recibi¨® su llamada cuando ella y Daniela fueron heridas en noviembre por el disparo de un francotirador. "Me dec¨ªa que quer¨ªa volver a Grbavica para estar con sus hijas, pero nunca ha regresado".
En su posici¨®n en la primera l¨ªnea del frente de Stup, Teko recuerda que Slavica lleg¨® a decirle: "Tal vez has sido t¨² quien nos ha disparado". "S¨¦ perfectamente que no puedo volver a Grbavica porque para ellos soy un traidor. No tendr¨ªa tiempo de explicar mis razones". Su hermano, Sreto, es el ch¨®fer y guardaespaldas de Zlatko Lagumdeja, musulm¨¢n, comandante de una brigada del Ej¨¦rcito bosnio en Sarajevo. "Teko se vuelve loco cuando habla de sus hijas. Varias veces ha amenazado con cruzar las l¨ªneas con su fusil. Le ¨ªnatar¨ªan". Probablemente, Teko nunca volver¨¢. Aunque s¨®lo le separa el r¨ªo, est¨¢ en el bando enemigo.
El comandante Lagurrideja llam¨® un d¨ªa por radio a Slavica. "?Por qu¨¦ no vienes aqu¨ª a ayudar a tus amigos?", me dijo. Le contest¨¦: "?Por qu¨¦ no me traes ami marido?". Su respuesta fue que mi marido deb¨ªa quedarse all¨ª porque ten¨ªa que estar con su gente". Slavica repite que no piensa marcharse de Grbavica.Jam¨¢s he odiado a nadie"Nadie me ha maltratado. Ni a Teko ni a m¨ª nunca nos interes¨® la pol¨ªtica, ni apoyamos a ning¨²n partido. Jam¨¢s he odiado ni a los musulmanes ni a los croatas. Lo ¨²nico que me importa es proteger la vida de mis hijas. Me llaman de la otra parte y me invitan a irme con ellos. No quiero. A veces me ha pasado por la cabeza irme a Serbia o a otra parte del mundo, ?pero qui¨¦n me aceptar¨ªa sin dinero y con dos hijas?".
Teko asegura que varias veces ha enviado dinero a su mujer a trav¨¦s de las fuerzas de la ONU y que Slavica podr¨ªa pasar a la otra parte sin ning¨²n riesgo, en uno de los intercambios de civiles que peri¨®dicamente organizan. No puede comprender c¨®mo su mujer est¨¢ dispuesta a irse a cualquier otra parte menos a Sarajevo. "En una ocasi¨®n me hab¨ªan ultimado todos los detalles para la salida de Slavica. En el ¨²ltimo momento recibimos una carta en la que dec¨ªa: 'Yo, Slavica, renuncio a cruzar al otro lado del r¨ªo Miljacka", recuerda el comandante Lagumdija, amigo desde joven de Teko. "Adem¨¢s hab¨ªa un mensaje de su hija Daniela: 'Querido pap¨¢, mi hermana y yo te queremos ver, te necesitamos".
Al comienzo de la guerra, en abril, el matrimonio y las dos hijas cruzaron el Miliacka, pero poco despu¨¦s Slavica regres¨® a Grbavica con las ni?as. "Es una real chetnik. Puede venir aqu¨ª cuando quiera y sabe perfectamente que su vida estar¨¢ garantizada. Teko, en cambio, no puede, volver a Grbavica porque ser¨ªa asesinado. Ella lo sabe", sentencia el jefe militar musulm¨¢n.
"Ya no s¨¦ si quiere volver o quiz¨¢ tiene miedo porque le han amenazado dici¨¦ndole que, si regresa, los serbios le matar¨¢n. Pero no es verdad, aqu¨ª todo el mundo le conoce", asegura Slavica. Poco importa en este drama familiar saber qui¨¦n de los dos miente. El ejemplo de Slavica y Teko, divididos en su misma ciudad, es tan s¨®lo un peque?o ejemplo de la irracionalidad de esta guerra y de las consecuencias de la pretensi¨®n de aquellos que se empe?an en dibujar un nuevo mapa de Bosnia-Herzegovina, que condena a la separaci¨®n a los pueblos musulmanes, serbios y croatas, que durante a?os han vivido juntos en esta rep¨²blica moribunda.
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