"Os invito a una ruptura"
El ex primer ministro socialista y aspirante a la sucesi¨®n de Fran?ois Mitterrand en la presidencia de Francia, Michel Rocard, propuso, en la noche del pasado mi¨¦rcoles, el abandono de las estructuras tradicionales del Partido Socialista franc¨¦s y su "renacimiento" en un movimiento amplio y diverso, capaz de adecuarse a un mundo cambiante y de actuar como aut¨¦ntico motor de transformaci¨®n de la sociedad. Estos son algunos extractos del discurso pronunciado en el mitin electoral de Montlouis-sur-Loire, cerca de Tours.
"Acordaos del mariscal Foch en el peor momento de la batalla del Mame: '?Mi centro cede, mi derecha retrocede, situaci¨®n ¨®ptima, ataco!'. He aqu¨ª, queridos amigos, queridos camaradas, mi manera de ver y actuar para hoy y para ma?ana, con el sentimiento de que debemos librar una especie de batalla del Mame del socialismo. ?Qu¨¦ significa atacar? Significa tomar conciencia de la situaci¨®n con lucidez y reaccionar con valor.En 1905, Jaur¨¨s cre¨® el primer partido que pod¨ªa llamarse socialista. En 1920, aqu¨ª mismo, en Tours, nac¨ªa bajo los auspicios de Blum un nuevo partido para el socialismo democr¨¢tico. ?Qu¨¦ hab¨ªa ocurrido entre uno y otro de esos momentos? La reuni¨®n de tres elementos: el mundo hab¨ªa cambiado; este cambio implicaba rupturas; estas rupturas se hac¨ªan en la fidelidad a ciertos valores. El mundo no era el mismo tras la I Guerra Mundial y la Revoluci¨®n de Octubre. El mundo no era el mismo tras la II Guerra Mundial. El mundo hab¨ªa vuelto a cambiar, menos violentamente, tras el final de las guerras coloniales y el gran desarrollo.
Ya intu¨ªs lo que quiero decir. El mundo de hoy no es el mismo que el de la ¨¦poca de Epinay [localidad en la que en 1971 Fran?ois Mitterrand fund¨® el actual Partido Socialista franc¨¦s]. Con el mismo valor que nuestros predecesores, con la misma fidelidad, os invito a una ruptura para, como ellos, hacer realidad el renacimiento.
Para transformar el mundo hay que comprenderlo. El mundo ha cambiado, tenemos que comprenderlo de nuevo.
Desde hace un siglo hemos vivido con una imagen del mundo organizada en tomo a la producci¨®n, el trabajo y sus representaciones sindicales y patronales. Consider¨¢bamos que el lugar que cada cual ocupaba en las relaciones de producci¨®n establec¨ªa su lugar correspondiente en una u otra clase social. Y cada clase encontraba su traducci¨®n natural en un partido. ( ... ) Nuestros programas, nuestros modos de organizaci¨®n y, lo que es m¨¢s importante, nuestra manera de ver el mundo son todav¨ªa tributarios de esta herencia. Pero el mundo que nos rodea ha cambiado considerablemente. Hemos entrado en una sociedad de mercado en la que las desigualdades se traducen en m¨²ltiples formas, pero en la que el sentimiento de pertenencia a una clase ya no es percibido como una realidad. La vida en sociedad se resume cada vez m¨¢s en una multitud de trayectorias individuales, sin solidaridades v¨¢lidas m¨¢s all¨¢ de lo puramente local, bien una empresa, bien un oficio.
Eso no significa que los conflictos de clase hayan desaparecido. Algunos empresarios deber¨ªan acordarse de ello. Por olvidar demasiado f¨¢cilmente a los seres humanos, por jugar con ellos como en el asunto Hoover, la empresa que favorezca abusivamente la productividad financiera se ver¨¢ pronto rechazada como enemiga de la sociedad. Las empresas no ser¨¢n pr¨®speras en un mundo salarial en ruina. Pero lo repito, la representaci¨®n espont¨¢nea que cada individuo se hace de la sociedad ha cambiado. La percepci¨®n misma del inter¨¦s general se diluye hasta desaparecer, las reivindicaciones se acumulan y se convierten con frecuencia en indescifrables. Se resumen en una especie de deseo vagamente desesperado de reconocimiento: 'No se nos escucha, no se nos comprende'.
Esto explica que, en toda Europa, los partidos tradicionales sean cuestionados. Esto explica, en Francia, el ¨¦xito popular de los ecologistas. Cuando los franceses ya no pueden encontrar las claves de su identidad en una clase social, ni en una religi¨®n, ni en una categor¨ªa profesional, ni en una generaci¨®n, ni tan siquiera en un nivel de renta, ?qu¨¦ les queda para identificarse? Les queda lo que: les rodea en su entorno: su medio ambiente. Su medio ambiente concreto, sea el de un suburbio, un campo, una aldea o una aglomeraci¨®n urbana. Y pueden identificarse con ello, sea para cambiarlo, sea para conservarlo a cualquier precio. El medio ambiente no es s¨®lo la naturaleza y su carga de clorofila, es, al contrario, una historia social con su carga de problemas.
( ... ) La verdad es que las diferencias sobre las que se apoya el sistema pol¨ªtico ya no son aqu¨¦llas sobre las que viven los ciudadanos. Este es un nuevo mundo y debemos abordarlo con nuevos an¨¢lisis e instrumentos. Pero siempre desde la fidelidad a nuestras convicciones. Y nuestra primera convicci¨®n es que hay que cambiar la sociedad que nos rodea, y que tan s¨®lo podemos hacerlo por medio de una voluntad colectiva.
( ... ) La sociedad perfecta no existir¨¢ nunca, pero nunca dejaremos de creer en la posibilidad de cambiar progresivamente la sociedad. Ya lo hemos hecho y podemos estar orgullosos de ello. La abolici¨®n de la pena de muerte, la descentralizaci¨®n, la jubilaci¨®n a los 60 a?os, la libertad de lo audiovisual, la renta m¨ªnima de inserci¨®n y otras muchas cosas son transformaciones que nosotros, y con frecuencia en solitario, hemos introducido. Esta fidelidad a la voluntad de transformaci¨®n se traducir¨¢ en los fundamentos y las perspectivas de nuestra acci¨®n futura. Pensemos en primer lugar en la igualdad de oportunidades y en el empleo. Son dos temas que hay que vincular. ( ... ) La sociedad no ha cumplido sus obligaciones porque nos ofreci¨® una vez la escuela. La igualdad de oportunidades es m¨¢s exigente. Todo el mundo tiene derecho a que sea continua, a que nadie sea irremediablemente abandonado en uno u otro momento del camino de la vida.
Por eso yo vinculo la igualdad permanente de oportunidades a la cuesti¨®n del empleo. Hay que repartir el trabajo, y para ello hay que impulsar una verdadera revoluci¨®n de las mentalidades. El d¨ªa en que se deje de oponer artificialmente activos a inactivos, el d¨ªa en que se comprenda que no hay una edad para cada cosa sino tiempo para todo, en el que la actividad realizada en beneficio de los otros no sea percibida como de menor valor que la efectuada con la ¨²nica perspectiva de la remuneraci¨®n, entonces y s¨®lo entonces la sociedad habr¨¢ dado un salto hacia el porvenir y se habr¨¢n creado las condiciones de un verdadero reparto del trabajo.
La pol¨ªtica de empleo debe atacar el paro en todos los frentes, el de la reducci¨®n del tiempo de trabajo, el del crecimiento de empleos de utilidad com¨²n y el de la disminuci¨®n de cargas sobre los empleos menos cualificados. Sobre esos frentes y otros m¨¢s.
( ... ) La segunda perspectiva a trazar para nuestra acci¨®n futura concierne a nuestro espacio com¨²n. La naci¨®n es su pueblo, pero tambi¨¦n su territorio. El crecimiento urbano incontrolado, el mundo rural abandonado a su desesperaci¨®n, son causas de segregaciones culturales y territoriales.
S¨ª, tambi¨¦n hay opciones que adoptar, y esas opciones son verdaderamente pol¨ªticas. Reconquistar nuestro dominio sobre el territorio, superar la alternativa entre el cemento y el abandono, evitar que la regi¨®n parisiense engorde hasta la hipertrofia sobre los despojos de las provincias, todas ¨¦sas son tareas urgentes. ?Francia seguir¨¢ siendo ella misma sin el mundo rural? No, evidentemente no. Todos estos asuntos conformar¨¢n realmente el pa¨ªs de nuestros hijos, mucho m¨¢s concretamente y m¨¢s duraderamente que muchas de las cuestiones que apasionan a los partidos. En todo esto, el papel del Estado es determinante. El Estado para nosotros es la encarnaci¨®n de una voluntad, de la voluntad de los seres humanos cuando se trata de un Estado democr¨¢tico, sustituto de la fuerza de las cosas y que no deja al dinero el papel de referencia universal.
Este Estado tiene que estar m¨¢s pr¨®ximo a los ciudadanos, y por eso creo necesario desembarazarle de todo lo que es superfluo y anacr¨®nico. Quiero al Estado comprometido en un di¨¢logo permanente con todos sus interlocutores, preocupado m¨¢s por los compromisos que por las imposiciones dictatoriales, reconociendo sus errores. En una palabra, un Estado que ser¨¢ m¨¢s respetado por los franceses en la medida en que ¨¦l mismo los respetar¨¢.
( ... ) Este es un mundo duro. No creo que se nos permita la menor debilidad en el esfuerzo, la menor concesi¨®n a la facilidad; se trata tanto del drama del sida, del que no todo el mundo ha comprendido su amplitud, o, m¨¢s prosaicamente, de las cuestiones monetarias. 'Nada est¨¢ definitivamente decidido para el ser humano, ni su fuerza ni su debilidad'. Esta frase de Aragon, a la vez de esperanza y de exigencia, es tan justa hoy como en 1940.
Europa es nuestra esperanza. Somos una potencia grande por sus ambiciones, pero mediana por sus dimensiones. Nuestra grandeza s¨®lo vendr¨¢ de la uni¨®n y del reparto. Tomad el ejemplo de la moneda ¨²nica. Discutir sobre su necesidad ya es, en mi opini¨®n, un debate superado. El ¨²nico debate que vale la pena es c¨®mo hacer esta moneda lo m¨¢s r¨¢pidamente posible y, si es necesario, hacerlo primero unos cuantos en vez de hacerla a Doce.
Nada se har¨¢ que sea fuerte y duradero sin el espacio europeo. En todas partes existen fuerzas pol¨ªticas que comparten nuestras esperanzas, y el reciente coloquio organizado por Jacques Delors ha mostrado la riqueza y el dinamismo de la socialdemocracia europea. No tenemos el derecho de dejar en barbecho este campo inmenso y pre?ado de esperanza. Nos sentimos tan constre?idos en las fronteras de nuestro pa¨ªs como lo estar¨ªamos si permaneci¨¦ramos en las fronteras de nuestro partido.
Y la historia no espera. El nacionalismo belicoso en el exterior, la demagogia en el interior, son las amenazas m¨¢s inmediatas.
Habr¨¦is notado que no he hablado de la derecha. Os voy a decir por qu¨¦. Es porque nuestro problema hoy no es la derecha, somos nosotros. Si los resultados esperados [en las legislativas de marzo] se confirman, no ser¨¢ la victoria de otros, ser¨¢ nuestro fracaso. No hay que perder el tiempo poniendo en evidencia los defectos de la derecha, los franceses los conocen. Y si piensan en confiarle el poder, ello da la medida de la cr¨ªtica que nos formulan.
El primero de esos reproches es no haberles dicho siempre la ver
dad, no haber reconocido nuestros errores. Cometimos un error en 1981, cuando les prometimos maravillas, y no lo hemos reconocido. Llevamos a t¨¦rmino un necesario y valiente giro econ¨®mico en 1983, y lo presentamos como un mal momento a superar. Y todav¨ªa peor, algunos de los nuestros han atentado gravemente contra la honradez, y hemos tardado en reconocerlo as¨ª. A?adamos que con mucha frecuencia no nos hemos dado cuenta de c¨®mo el mundo cambiaba a nuestro alrededor.
Soy socialista desde siempre y morir¨¦ socialista. As¨ª es como defino aquello en lo que creo. Pero lo que es un elemento de identificaci¨®n en el plano individual se ha convertido en un elemento de confusi¨®n en el plano colectivo. En el Partido Socialista hay partido y socialista, y cada uno de esos t¨¦rminos debe ser hoy reconstruido.
El mismo nombre de socialismo se ha forjado en una concepci¨®n del mundo basada en las relaciones de producci¨®n, en las relaciones de clase, de las que antes dije que han dejado de ser los ¨²nicos fundamentos de la acci¨®n pol¨ªtica. Hay que dejar constancia de ello.
?Qu¨¦ decir del partido? ?Qui¨¦n puede creer que podr¨¢ seguir siendo una sociedad cerrada, apegada a sus ritos, que no acepte otros aliados que los de la sumisi¨®n, que se suma en las querellas de campanario o en las luchas entre corrientes y pretenda presentar al exterior un discurso monol¨ªtico en relaci¨®n al cual todo desacuerdo es drama, toda desviaci¨®n, sacrilegio?
Lo que necesitamos, lo que propugno, es un vasto movimiento abierto y moderno, extravertido y rico en su diversidad. Un movimiento que federe a todos los que comparten los mismos valores de solidaridad y el propio objetivo de la transformaci¨®n. Este movimiento se extender¨¢ a todos los ecologistas reformadores, todos los centristas rieles a una tradici¨®n social, todos los comunistas verdaderamente renovadores, todos los militantes activos y generosos de los derechos humanos.
Hay en ese conjunto numerosos hombres y mujeres que han librado con nosotros grandes batallas. Muchos se sienten hoy hu¨¦rfanos de una causa, pero est¨¢n siempre dispuestos a movilizarse por algo que valga la pena. En esta amplia asamblea todo el mundo deber¨¢ tomar parte activa, empezando por ti, Laurent [Laurent Fabius, primer secretario del PSI, y siguiendo por todos vosotros.
S¨¦ que el periodo m¨¢s inmediato se presta mal a este Big Bang pol¨ªtico al que yo aspiro. Demasiados intereses contradictorios, demasiadas consideraciones t¨¢cticas se oponen al mismo. Pero una vez pasadas las legislativas, deberemos construir con urgencia el movimiento., el instrumento de transformaci¨®n que Francia necesita, con todos aquellos cuyos valores son compatibles con los nuestros, aunque ahora algunos de ellos sean nuestros competidores.
Con un movimiento de este tipo podremos dar forma a una iniciativa que se extienda al conjunto de esa izquierda europea que nos necesita y que necesitamos. S¨ª, decididamente, el renacimiento al que os invito no es una reducci¨®n. Es una ampliaci¨®n para la izquierda y una urgencia para Francia".
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