La democracia y los 'casos'
"Si ma?ana se anunciara que el presidente de la Rep¨²blica Italiana hab¨ªa mentido sobre cualquier asunto comprometido, nadie se sorprender¨ªa", ironizaba hace pocos d¨ªas en privado un pol¨ªtico franc¨¦s. Evidentemente, estaba pensando en la acusaci¨®n y dimisi¨®n del ministro italiano de Justicia. Desgraciadamente para este franc¨¦s, era el primer ministro de su pa¨ªs el que se ver¨ªa salpicado por ciertas informaciones hechas p¨²blicas al d¨ªa siguiente.Los casos son, sin duda, diferentes. En el primero, un responsable de la justicia es sospechoso de haberse enriquecido personalmente. En el otro, se reprocha a un primer ministro el haber aceptado un pr¨¦stamo, relativamente modesto (unos 20 millones de pesetas) pero sin intereses, de un hombre de negocios del que todav¨ªa no sab¨ªa que no era trigo limpio, para comprarse un apartamento de dimensiones no menos modestas (110 metros cuadrados). Los observadores italianos estiman que su clase pol¨ªtica est¨¢ llegando al colmo de la, descomposici¨®n. Los franceses se inclinan m¨¢s bien a ensa?arse con los socialistas para mostrar que ni los m¨¢s virtuosos est¨¢n a salvo de pr¨¢cticas sin duda legales, pero contrarias a sus funciones y a su rango.
Pierre B¨¦r¨¦govoy ten¨ªa hasta ahora un historial sin m¨¢cula. Este antiguo aprendiz de mec¨¢nico, que no ha pasado por ning¨²n colegio, que no ha seguido ninguna de las v¨ªas que en Francia conducen a los puestos de responsabilidad, era citado como ejemplo cada vez que se quer¨ªa recordar c¨®mo en la democracia francesa un humilde autodidacta pod¨ªa, a fuerza de obstinaci¨®n e inteligencia, llegar a competir con los expertos en econom¨ªa y finanzas. Colaborador de Mend¨¦s-France antes de serlo de Fran?ois Mitterrand, socialista abierto a la modernidad, era el hombre que m¨¢s hab¨ªa contribuido a reconciliar la socialdemocracia con la cultura de empresa. Jam¨¢s ha cambiado su tren de vida, incluso cuando su cargo le llev¨® a encontrarse con hombres poco claros o a establecer con ellos imprudentes, aunque inocentes, relaciones. En Europa se le asocia al rigor con que ha defendido el franco. Sus amigos de los tiempos heroicos pensaban a veces que se hab¨ªa vuelto un poco presuntuoso, pero le excusaban considerando que era producto de lo r¨¢pido y lo alto que hab¨ªa subido.
Curiosamente, la torpeza del primer ministro franc¨¦s ha suscitado m¨¢s inter¨¦s que las evidentes malversaciones de otros pol¨ªticos, de la derecha o de la izquierda. Y en Francia se plantean hoy cuestiones que interesan a todas las democracias capitalistas. En primer lugar se observa, y es la ¨²nica nota optimista, que si se descubren tantos asuntos sucios es porque, quiz¨¢, se limpia m¨¢s que antes. Hay jueces m¨¢s severos y m¨¢s libres, y periodistas con m¨¢s empuje y m¨¢s audacia. En se gundo lugar, se constata que en periodos de crisis, en periodos de empobrecimiento de una gran parte de la poblaci¨®n y en periodos de paro, el enriquecimiento fraudulento de los pudientes se soporta todav¨ªa peor que en las ¨¦pocas de prosperidad general. Es la desigualdad la que suscita esa exigencia de moralidad.
Pero tambi¨¦n se plantea a veces la cuesti¨®n del secreto del sumario. Ocurre a veces que el juez, para ser ¨ªntegro, no alimenta los rumores antes de que se haya decidido la acusaci¨®n o de que se pronuncie la sentencia. Viene entonces la reflexi¨®n sobre el periodismo llamado de investigaci¨®n. En Europa, los iniciadores de ese periodismo son los fundadores del semanario alem¨¢n Der Spiegel, pero los que le dieron su carta de nobleza fueron los investigadores del caso Watergate, que provocaron la dimisi¨®n de Nixon. Se puede decir que en ese momento comenz¨® a nacer toda una nueva filosof¨ªa de la informaci¨®n.
Esta filosof¨ªa, nunca expl¨ªcita pero siempre presente, consiste en considerar que el poder siempre corrompe y que los hombres que lo poseen pueden y deben ser requeridos en cualquier momento para que prueben su inocencia. Seg¨²n esta idea, nada obliga a nadie a ocupar un puesto de poder, pero el que decide hacerlo debe aceptar el hecho de que deber¨¢ rendir cuentas, no s¨®lo a la justicia, sino tambi¨¦n a los periodistas, que son los que encarnan el contrapoder. En Estados Unidos, todo el mundo acepta esta regla del juego. En los pa¨ªses latinos todav¨ªa no est¨¢ del todo aceptada.
Es un grave problema en la medida en que enfrenta dos mentalidades. La primera da por supuesto que los representantes de la autoridad, sobre todo si est¨¢n respaldados por la confianza del electorado, tienen derecho a ser considerados como el resto de los mortales: son inocentes mientras no se demuestre su culpabilidad. La segunda mentalidad considera al hombre que posee poder un culpable en potencia del que siempre se debe esperar un posible paso en falso o una probable involucraci¨®n. Se tiene entonces tendencia a sustituir a la justicia por estimar que los hombres de poder tienen a su disposici¨®n todos los medios necesarios para obstaculizar, oponerse o retrasar la vigilancia judicial. Dicho de otro modo, cuanto m¨¢s se desconf¨ªa de las instituciones, m¨¢s justificado se siente el periodista de investigaci¨®n y m¨¢s se atribuye funciones que le convierten en un detective privado.
En Europa, en la medida en que los jueces encarnan cada vez m¨¢s la independencia y la integridad, todav¨ªa no hemos llegado a ese punto. Los jueces, en general intelectuales de aspecto fr¨¢gil y nuca r¨ªgida, salvan, en suma, las instituciones. Todo ir¨ªa bien y estar¨ªamos en el mejor de los mundos si, como pasa hoy en Francia, no se planteara la cuesti¨®n de por qu¨¦ un caso sale a la luz del d¨ªa en una fecha determinada y no en otra, y a veces mucho tiempo despu¨¦s de que un juez est¨¦ en posesi¨®n de las informaciones que filtra. Y sobre todo cuando se est¨¢ en periodo preelectoral. En este caso, el m¨¦rito del periodista de investigaci¨®n es menor porque, lejos de descubrir un secreto, lo recibe: se le busca para d¨¢rselo.
Todo el mundo sabe que algunos peri¨®dicos especializados reciben informaciones por medio de delatores que toman la iniciativa de cuestionar a terceros sin que ning¨²n periodista hubiera tenido antes la menor idea de que ¨¦stos pod¨ªan ser culpables. El periodista de investigaci¨®n se convierte entonces en un manipulado en potencia de la misma forma que el hombre en el poder ser¨ªa un culpable en potencia. Ambos deben estar obsesionados por las sospechas que recaen sobre ellos.
Pero, en nuestras democracias, esa exigencia de moralidad por parte de la opini¨®n p¨²blica est¨¢ suscitada por algo m¨¢s que por la crisis econ¨®mica. Desde la desaparici¨®n de la guerra fr¨ªa, desde la implosi¨®n del comunismo sovi¨¦tico, tenemos m¨¢s argumentos para decirnos que la sociedad de mercado, a pesar de sus desv¨ªos y sus esc¨¢ndalos, es evidentemente superior a la colectivista. Desde que el Mal absoluto ha desaparecido, el Bien relativo se examina con una mirada mucho m¨¢s escrutadora. Ya no hay comparaciones justificadoras posibles. Se ve que ninguno de los problemas que el comunismo se propon¨ªa resolver ha desaparecido con el comunismo.
La liberaci¨®n de los pueblos y la libertad Individual son los logros m¨¢s preciados: sin ellas nada es posible. Pero son marcos indispensables pero vac¨ªos, que hay que llenar con instituciones s¨®lidas, una econom¨ªa que no suscite ninguna exclusi¨®n y un civismo sin m¨¢cula. Es conocida la frase de Churchill de que "la democracia es el peor de los reg¨ªmenes si se except¨²an los dem¨¢s". Pero cuando los dem¨¢s no existen, se corre el riesgo de s¨®lo ser sensible al calificativo "el peor". Dicho de otro modo, la democracia, r¨¦gimen que incita al vicio, est¨¢ condenada a la virtud si no quiere desaparecer.
es director del semanario franc¨¦s Le Nouvel Observateur.
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