Alfredo Bryce Echenique escribe las antimemorias de sus primeros 54 a?os
El autor se define como amigo, escritor y humorista a su pesar
Alfredo Bryce Echenique es uno de los pocos escritores a los que su imagen les queda peque?a. Es decir, que es m¨¢s Alfredo Bryce que sus libros y su leyenda. Y eso que su leyenda abusa de los t¨ªtulos de sus novelas -Un mundo para Julius, Tantas veces Pedro, La vida exagerada de Mart¨ªn Roma?a- para hablar de un escritor melanc¨®lico, divertido, culto, algo decadente, gran conversador y m¨¢s grande juerguista, que se define como "amigo, escritor y humorista" a pesar suyo. El resumen de ese primer medio siglo aparece estos d¨ªas en Anagrama: Permiso para vivir (Ant¨ªmemorias).
Bryce Echenique tiene la preocupaci¨®n de haber "llegado tarde" a todas partes: a la literatura, cuando ya le hab¨ªan hecho estudiar derecho; a Par¨ªs, cuando ya no era la capital de la literatura; a la moda de la literatura latinoamericana cuando ya hab¨ªa pasado (los aficionados a las etiquetas dicen que ¨¦l es del post boom); a Cuba, cuando sus colegas ya estaban de regreso... Y, sin embargo, es ¨¦sta una posici¨®n de frontera que para quien gustaba, de ni?o, jugar el primer tiempo en un equipo y el segundo en el otro, resulta muy ventajosa: puede: mirar de cerca y tambi¨¦n de lejos."He gozado mucho la proximidad de los escritores del boom", dice, por ejemplo, "pero tambi¨¦n he sufrido al ver c¨®mo quedaron excluidos algunos": a su juicio, Julio Ram¨®n Ribeyro -el m¨¢s grande...", dice Bryce, y se queda pensando: "...aunque todos son el m¨¢s grande, si se les lee con cuidado"-, Onetti, Arreola, Augusto Monterroso, el propio Rulfo durante largos a?os..,. Ese contraste queda simbolizado en la vez en que Vargas Llosa fue a Par¨ªs para mostrarle a Ribeyro su nuevo libro publicado y se encontr¨® al colega tendido en la cama, muy enfermo, incapaz de compartir cualquier tipo de alegr¨ªa. Vargas Llosa se cogi¨® un gran enfado con su antiguo alumno Bryce Echenique por no haberle advertido de cu¨¢l era la situaci¨®n. Si eso ocurri¨® con ellos, comenta Bryce, "qu¨¦ injusticia no se estar¨¢ cometiendo con autores m¨¢s j¨®venes, que ahora han vuelto a ser del Tercer Mundo".
Mirada melanc¨®lica
Alfredo Bryce, Brice?o para sus amigos peruanos, tiene bajo sus gafas redondas una melanc¨®lica mirada de perro perdiguero que, por lo que cuenta en su libro, hace que muchos grandes escritores le tomen bajo su protecci¨®n: Juan Rulfo le daba ¨¢nimos para un viaje al que ¨¦l mismo no se atrev¨ªa, Vargas Llosa fue su (excelente) profesor de literatura en Lima, Cort¨¢zar le dio su amistad, y Neruda suspend¨ªa su siesta, embajador en Par¨ªs, para continuar una charla que con Bryce nunca se sabe cu¨¢ndo terminar¨¢.Y Garc¨ªa M¨¢rquez le ayud¨®, aunque en el libro s¨®lo constan las gracias. Seg¨²n cuenta en su ¨¢tico de Madrid, Alfredo Bryce era un profesor ayudante en la universidad de Montpellier cuando concurrieron algunas circunstancias favorables para una promoci¨®n, de categor¨ªa y de sueldo. Era en 1981, Francia viv¨ªa la primera euforia socialista y Bryce llam¨® a Garc¨ªa M¨¢rquez para pedirle ayuda. "Estos socialistas me tienen trabajando como un loco", le respondi¨® el colombiano. "Ahora ya s¨¦ qu¨¦ sueldo cobrarles. Eres t¨²". Al poco, Bryce fue nombrado profesor titular.
Y, sin embargo, con la larga experiencia de haber asistido desde primera fila a brillantes momentos de esa literatura latinoamericana excepcional, su tono tiene la ligera melancol¨ªa que a veces se desprende de sus libros: "Qued¨¦ muy decepcionado. Cada uno [de esos escritores] es un ego¨ªsta que har¨¢ una obra personal maravillosa, pero cada uno por su lado".
Lo m¨¢s dificil de unas memorias es saber diferenciar entre realidad y literatura, precisa Bryce, oportunamente pues los episodios de sus libros parecen a veces cuentos, en uno de los cuales deja entrever que la s¨²bita pasi¨®n por la historicidad que le entr¨® a Garc¨ªa M¨¢rquez cuando escrib¨ªa El general en su laberinto (el ¨²ltimo viaje de Bol¨ªvar) pudo haberle influido en un empe?o extra?o a los novelistas. En consecuencia, contrast¨® con muchos de sus personajes (mucho trabajo) si sus recuerdos coincid¨ªan. Sucede que muchos de esos recuerdos no admiten contraste, pues son los de unos muy subjetivos y redondos ojos de novelista que evocan de una forma incontestable, por ejemplo, una sesi¨®n de ba?o en el yate de Fidel Castro navegando por el Caribe, o los c¨®cteles en La Habana donde la aparici¨®n del Comandante significaba que a ¨¦l le iban a doler mucho m¨¢s los pies.
Ant¨ªtesis del escritor comprometido, con cualquier otra causa que no sea la de la amistad, una buena parte del libro da sin embargo testimonio de la Historia que todav¨ªa est¨¢ en los peri¨®dicos: notablemente Cuba, todo un libro dentro del libro, en el que se cuenta la evoluci¨®n del entusiasmo al desencanto de tantos escritores, y numerosas an¨¦cdotas para la historia a pie de p¨¢gina de la literatura y, m¨¢s que la pol¨ªtica, el poder en espa?ol. Pero siempre a la manera de Bryce.
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