Un delirio en cada habitaci¨®n
Un experimento lleva a vagabundos con graves enfermedades mentales a compartir pisos
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ANA ALFAGEME, Esther hace buen caf¨¦, alarga las galletas Mar¨ªa y se mueve por el terrazo blanco de su piso como si estuviera de visita y le diese verg¨¹enza. Hace poco voceaba por las calles, perdida en el delirio, fregaba los platos en el albergue de San Isidro y toda su ilusi¨®n era comprar un kilo de langostinos y com¨¦rselos a la vera del r¨ªo Manzanares. Ahora, gracias a un programa subvencionado, ¨²nico en Espa?a, vive en un piso con tres mujeres m¨¢s y un hombre, enfermos mentales sin hogar, como ella. Otros ocho vagabundos han pasado del albergue a una casa.
Lo de Esther es una historia de qui¨¦n te ha visto y qui¨¦n te ve: la diferencia, entre una mujerona gorda que pasaba los d¨ªas enteros dormitando en los bancos del albergue (le San Isidro disfrazada de esperpento -nunca hab¨ªa tallas para ella en los roperos de las monjas- y la mujer de hoy, 47 a?os bien llevados, batita limpla y mirada casi ciega -ve mal- pero esperanzada.La historia de Esther tuvo un largo pre¨¢mbulo -monja de clausura que comenz¨® a delirar, madre soltera, asistenta... y d¨ªas, pocos y para olvidar, vagando por las calles- pero empieza de verdad un, d¨ªa de verano de 1990 cuando supo en el albergue -del que era efienta desde hac¨ªa cinco a?os- que hab¨ªa unos chicos que le pod¨ªan dar un piso.Habilidades socialesLos chicos en cuesti¨®n eran un psic¨®logo y dos monitores -entre un equipo de 10 profesionales- quese empe?aron en tratar a los locos vagabundos como personas, y que quer¨ªan demostrar que pese a sus fantasmas y sus delirios, esa gente pod¨ªa volver al mundo con cosas tan tontas como saludar a la vecina en el ascensor, hacer la compra o arreglar los papeles para pedir una pensi¨®n. Esas cosas que los psic¨®logos llaman habilidades sociales, y que ellos, atrapados en la calle por la enfermedad, hab¨ªan olvidado.El norribre de este tinglado es Iniciativa Innovadora n¨²mero 32 del plan de Pobreza 3 de la Comunidad Europea (de las 12 Inicitivasque hay, ¨¦sta es la ¨²nica que se ha montado en Espafia). El responsable es un psic¨®logo, Francisco Jour¨®n, y el objetivo consiste en acercarse a los locos que viven en el albergue o est¨¢n en contacto con ¨¦l -han pasado 59 por el programa- y comenzar a trabajar su mentecomo un masajista recupera un m¨²sculo; hacer que vuelvan al psiquiatra, que utilicen el espejo para algo, y hablarles del mundo real -¨¦se que ellos ven desde la barrera- y de sus contradicciones.El final, del camino, o el principio, es llegar al piso compartido, organizarse y entrar de puntillas en la sociedad con una mano firine en el hombro.
El dinero -207 millones- lo ponen la Comunidad de Madrid, la CE, y el Ministerio de Asuntos Sociales. 111,1 programa dura hasta 1994, aunque el Gobierno regional quiere seguir con ello. Tambi¨¦n el Ayuntamiento -propietario del albergue de San Isidro- colabora. Razones hay: uno de cada tres hu¨¦spedes del centro de acogida es un enfermo mental grave, seg¨²n las estimaciones del propio albergue.
Esther -un nombre supuestoque ella misma ha elegido para proteger su intimidad- fue la pionera, porque, despu¨¦s de un entrenamiento, lleg¨® a la casa, el primer piso, hace justo un a?o. Pas¨® lo esperado: se deprimi¨® -"es que", dice, "soy man¨ªaca depresiva"- y por las ma?anas se preguntaba el porqu¨¦ del amanecer.
Jour¨®n lo explica: "Pasan de un lugar con mucha gente (279 personas) con horarios r¨ªgidos, donde todo est¨¢ establecido y llegan a un piso al que tienen que convertir en su casa. Es un aut¨¦ntico reto". All¨ª tienen, por ejemplo, que limpiar, decidir a qui¨¦n reciben, organizar sus vacaciones, como lo hicieron el pasado verano. Esther, con sus d¨ªas malos y todo, es ya la l¨ªder del piso, donde viven tres mujeres m¨¢s y un hombre joven.Ahora ya no piensa en los langostinos al borde del r¨ªo, sino en irse a la playa, en recibir en casa a su hijo de 14 a?os -que vive con una familia y que es tan listo, seg¨²n dicen los profesores-, en pasear por las tardes por el Retiro para hacer ejercicio y en intentar entrar en la ONCE; en hacer la compra los s¨¢bados y recordar de vez en cuando aquella orqu¨ªdea que le llevaron sus psic¨®logos al hospital cuando la operaron. "Eso", recalca, "nunca se olvida".
Sombras en el albergue
Con Esther -quien cada d¨ªa se encarga de cocinar para los otros- vive hoy una mujer m¨¢s joven que sufr¨ªa paranoias y que ahora es asistenta: es la m¨¢s pe-leona y la m¨¢s independiente. Y dos se?oras que vagaban por el albergue sumidas en el silencio, y un chico loco por la m¨²sica que pasaba por mudo y a quien hubo que aproximarse hablando de boxeo. Problemas hay, dice Jour¨®n, sobre todo de convivencia. Y aqu¨ª es el chico quien se ha cansado antes. Probablemente pasar¨¢ a una nueva casa en la que s¨®lo habr¨¢ hombres.
El segundo piso del programa, -con cuatro mujeres de entre 34 y 54 a?os- funciona desde octubre y necesita m¨¢s tutela. Al principio, hubo que hablar, incluso, de la forma de coger el Metro y no perderse. Pero aquellas se?oras que, en el albergue iban del banco al patio, del patio al comedor, aprenden hoy cer¨¢mica y marqueter¨ªa y alguna quiere empezar a limpiar casas.
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