A pesar de Madrid
Duro Madrid. Desde hace cuatro a?os, la derecha ha concentrado aqu¨ª todas sus fuerzas. La misma noche de 15189 en que se conoci¨® la ajustada mitad absoluta de esca?os que hab¨ªan obtenido las candidaturas socialistas empez¨® en toda regla el asalto a La Moncloa, esa operaci¨®n en que se ha invertido tanto y con tanto desparpajo. La orden se dio aquella misma noche, y las primeras voces fueron para impugnar la transparencia de los resultados, en un largo proceso de impugnaci¨®n administrativa, jur¨ªdica y pol¨ªtica que puso en precario los primeros pasos de la nueva legislatura. Esta misma semana, dotado de una incuestionable coherencia, uno de los voceros period¨ªsticos de esa operaci¨®n de acoso y derribo alertaba groseramente en su portada sobre la posibilidad de que el resultado electoral del domingo fuese un fraude. Entre medio, cuatro a?os que los socialistas han vivido en la ciudad como inermes rehenes de una venganza oscura y plural, llevada a extremos que pasman a quien vive fuera, ajeno al radio de sus ondas radiof¨®nicas, de la aspereza casi ebria de sus plumas de oro, del oropel tiznado de caspa en que se ha convertido la vida pol¨ªtica de la corte.Duro Madrid donde Felipe Gonz¨¢lez y algunos miles de resistentes socialistas se reunieron la tarde del viernes -en la Casa de Campo, junto al lago- para cerrar la campa?a, para dar un ¨²ltimo grito de aliento a la tolerancia, que ¨¦se fue el eje de todos los discursos. No fue un cierre entusiasmado: a qu¨¦ enga?arse. Fue un cierre resignado, militante, hermoso por eso. Marcado tambi¨¦n por las rid¨ªculas y estupefacientes pol¨¦micas internas del socialismo madrile?o, incapaz de haber creado en estos a?os de acoso una zona no contaminante, libre del aire general de navaja y veneno. No fueron capaces en la Federaci¨®n Socialista Madrile?a ni de ponerse de acuerdo para ver qui¨¦n, renovadores o guerristas, fletaba los autocares. Ni de eso, a 48 horas de la campa?a electoral m¨¢s incierta de la democracia espa?ola.
Pero en esas condiciones, Felipe, algo ronco ya, ech¨® mano de una de sus mejores virtudes: la profesionalidad del que se encara con una situaci¨®n escasamente golosa para dejar dicho lo que cree, sin aspaviento y sin des¨¢nimo. As¨ª, por encima de todo, la invocaci¨®n a "aquel Madrid tolerante, abierto, la ciudad de la libertad", y el repudio de "algunos miserables que han machacado a quienes, desde la independencia, han elegido la opci¨®n socialista". All¨ª estaba uno de esos independientes, el nuevo villano, Baltasar Garz¨®n, que demostr¨® haber aprendido r¨¢pido. Suya fue esta ristra de palabras, de en¨¦rgico y laborioso ingenio, sobre "los intolerantes que destruyeron el pensamiento, enlodaron el adjetivo, secuestraron el verbo y despu¨¦s vinieron a por el sujeto".
Contra la intolerancia en el duro Madrid, exigiendo Felipe a la derecha "que respete los resultados como nosotros los respetaremos". Final en la Casa de Campo: el candidato va a coger el avi¨®n que le trasladar¨¢ en la noche hasta Sevilla, la ciudad que para esta generaci¨®n de socialistas representa el familiar y c¨¢lido recomienzo de todo. Le han dicho que habr¨¢ luna llena y tal vez cruce en ese instante por su cabeza una elemental aprensi¨®n sobre los hombres-lobo. En Madrid, a principios de junio, el socialismo cree que hasta la propia luna ha dejado de ser la hermosa aliada de otras noches.
"Pero vamos a ganar", te dicen de pronto muy serios, "a pesar de Madrid".
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