Sobre una tumba, una rumba
Detesto escribir notas necrol¨®gicas de amigos (nunca lo hago con los enemigos: el placer de ignorarlos es bastante), pero es un poco como cerrarles los ojos. Severo Sarduy fue un amigo desde los a?os cincuenta. No lo conoc¨ª en la revista Cicl¨®n con que Rodr¨ªguez Feo liquid¨® con un golpe de viento (el logo de Cicl¨®n era un Eolo soplando) a Or¨ªgenes. Pero s¨ª lo conoc¨ª en la noche habanera paseando con Miriam G¨®mez por La Rampa entonces rampante. Severo era delgado en extremo, cimbreante como una ca?a pensante, Luego publiqu¨¦ sus primeros cuentos en Carteles, cuando ya hac¨ªa rato que Severo era un ni?o prodigio. Despu¨¦s, cuando dirig¨ªa Lunes, public¨® sus ensayos sobre pintura cubana, que le sirvieron para ganar una beca en Par¨ªs. Se fue a fines de 1959 declarando que volver¨ªa a pasear su imagen de nuevo rom¨¢ntico (todav¨ªa exhib¨ªa su cabellera negra con orgullo) por La Habana, pero nunca volvi¨®. Fui tal vez el causante de que su estancia en Par¨ªs se convirtiera en exilio. Paseando por los jardines del Louvre en octubre: de 1962, me dijo que sus estudios hist¨®ricos (se especializ¨® en el retrato Flavio) terminaban y planeaba regresar a Cuba. Le dije que ser¨ªa un error, un horror. Acababa de saber que la persecuci¨®n de homosexuales se sistematizaba en toda la isla: ser¨ªa una v¨ªctima propicia. No pod¨ªa sospechar que ser¨ªa un d¨ªa una v¨ªctima renuente, como Reinaldo Arenas: un mal ¨ªntimo, y no Fidel Castro en la distancia, exterminar¨¢ a todos los escritores del exilio.Despu¨¦s nos vimos a menudo: en Par¨ªs, en Barcelona y en Madrid. Tambi¨¦n en Londres, donde al salir de un restaurante y encontrarnos de pronto con Rock Hudson, Severo abri¨® la boca desmesurado, pero no pudo decir nada. De s¨²bito arranc¨® a correr y recorri¨® toda la manzana, para volver a ver al actor, que de todas maneras ya hab¨ªa desaparecido. Severo era la aparente frivolidad, pero dentro ten¨ªa un escritor extraordinario y, lo que es m¨¢s dif¨ªcil, un cr¨ªtico literario de una sagacidad tan aguda como su capacidad de expresi¨®n. Con ¨¦l muere en el exilio (como muri¨® en Cuba con Lezama) la tradici¨®n tan cubana del poeta culto que comenz¨® con Jos¨¦ Mar¨ªa Heredia a principios del pasado siglo, se continu¨® con Jos¨¦ Mart¨ª y culmin¨® con Juli¨¢n del Casal a fines de siglo. Cost¨® muchos a?os a Severo conseguir su cultura y, en su devoci¨®n por Lezama, una expresi¨®n a la vez cubana y erudita.
Muri¨® ahora de una enfermedad que entre sus s¨ªntomas p¨²blicos produce un secreto a voces. Pero Severo sab¨ªa que agonizaba y sin embargo compuso uno de sus libros m¨¢s ingeniosos, Corona de las frutas, d¨¦cimas a la vez populares y culteranas, como las letrillas de G¨®ngora precisamente. Para alguien herido de muerte, este tour de force no puede ser m¨¢s divertido. Como Lezama describi¨® la muerte de Casal, extra?amente asesinado por un chiste (tuberculoso in extremis, al re¨ªr, la carcajada se le convirti¨® en una hemoptisis: la sangre que no cesa), en que el poeta dijo del otro poeta que hab¨ªa "muerto con su tos alegre", quiero contar un cuento de Severo que lo retrata de cuerpo entero.
Atrapados en la revuelta
Corr¨ªan los d¨ªas de les ?v¨¦nements en 1968. Para algunos eran divertidos, pero no para los exiliados cubanos en Par¨ªs, que hab¨ªan huido de una revoluci¨®n para sentirse atrapados en una revuelta. Estaban, entre otros, N¨¦stor Almendros y Severo Sarduy sentados en el caf¨¦ Flore, el favorito del escritor y el cineasta, cuando N¨¦stor le pregunt¨® a Severo qu¨¦ iban a hacer "si ganaban". Severo respond¨ªo: "Quedarme y adaptarme". N¨¦stor no lo pod¨ªa creer: nunca soport¨® el oportunismo, y as¨ª lo dijo, y Severo, con la misma voz, pero con una inflexi¨®n cubana, respondi¨®: "?Qu¨¦ va, chica! Estaba bromeando. Si yo soy una guasana del carajo"."A llorar a Pap¨¢ Montero. / ?Zumba, canalla rumbero! / Ese muerto se nos val cielo. / ?Zumba, canalla rumbero!". (Rumba tradicional).
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