Paisaje a favor de la pintura
Pocos conceptos han sido tan f¨¦rtiles y consustanciales a la tradici¨®n est¨¦tica brit¨¢nica como la idea de lo pintoresco, entendiendo por tal esa noci¨®n de lo bello que, seg¨²n la definici¨®n acu?ada por el reverendo William Gilpin, implica una cualidad capaz de proporcionar un motivo "ventajoso a la pintura". Y nada, desde luego, tan propio de lo pintoresco como el paisaje.Esa ventaja otorgada, a la pintura no implica, necesariamente, que lo pintoresco sea, en efecto, pintado. As¨ª, en la tradici¨®n del jard¨ªn paisajista ingl¨¦s, la naturaleza se transforma en artificio, reordenando los rasgos propios del medio natural seg¨²n las leyes de lo pintoresco. Y a¨²n, sin m¨¢s, un paisaje real determinado se ajustar¨¢ a menudo a las exigencias de ese ideal. Porque la noci¨®n de pintoresco supone, ante todo, una forma de mirar selectiva, un modo de relacionarse con el entorno que reserva siempre a la pintura esa ventajosa complicidad.
Simon Edmonson
Galer¨ªa Gamarra y Garrigues. Doctor Fourquet, 12. Madrid. Hasta el 31 de julio.
Simon Edmonson (Londres, 1955) pertenece a la generaci¨®n de j¨®venes artistas que surge en el panorama brit¨¢nico de los a?os ochenta, enfrent¨¢ndose a un debate definido por lo que se dio en llamar -seg¨²n el t¨ªtulo de una muestra c¨¦lebre que inaugura la d¨¦cada- "un nuevo esp¨ªritu en la pintura". Dentro de ese contexto, la apuesta de Edmonson se sit¨²a entre aquellas opciones de renovaci¨®n que enlazan con la larga estirpe de figuraciones que, en la pintura inglesa, define uno de los cap¨ªtulos m¨¢s singulares y exc¨¦ntricos del arte de la segunda mitad del siglo.
Esta primera muestra individual de Edmonson que llega hasta nosotros posee, por a?adidura, una significaci¨®n particular, pues el artista ha fijado en Madrid su residencia y parte de la obra aqu¨ª expuesta nace ya del encuentro con nuestra propia geograf¨ªa. Paisajes, ocasionalmente marcados por la presencia de figuras o elementos arquitect¨®nicos, centran el esp¨ªritu de estas telas, estableciendo un tipo de pacto muy espec¨ªfico con el motivo. En ¨¦l se sedimenta un di¨¢logo fronterizo cuya intenci¨®n se aleja tanto de la descripci¨®n escenogr¨¢fica o naturalista como de las atm¨®sferas l¨ªricas que marcaron a una cierta abstracci¨®n paisaj¨ªstica en los setenta. En ese sentido, Edmonson enlaza con la herencia conceptual marcada por aquella noci¨®n compleja de lo pintoresco -tan alejada del paisajismo trascendental de los rom¨¢nticos del Norte- desde ese modo de conciencia que antepone la primac¨ªa de lo pict¨®rico y s¨®lo busca en lo exterior, no una revelaci¨®n del sentido del mundo, sino un instrumento adecuado a la estrategia de la mirada. Y nada m¨¢s elocuente para definir -en el tono como en su objetivo final- la ambivalencia de estos paisajes como esos versos memorables de Emily Dickinson con que el artista abre su cat¨¢logo. Buscan, desde luego, tambi¨¦n estos lienzos "una sesgada luz", capaz de otorgar a la pintura esa melanc¨®lica intensidad en la que el poema cifra su impecable ventaja.
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