Milan¨¦s
Mientras el Rey y el jefe de Gobierno de Espa?a se arriesgan en San Salvador de Bah¨ªa conviviendo con jefes de Estado tipo Cristiani, matacuras por activa y por pasiva -circunstancia que no ha sido valorada suficientemente por nuestros medios de comunicaci¨®n, empe?ados en que el ¨²nico pol¨ªtico a convertir a la religi¨®n verdadera es Fidel Castro-, nuestras noches de verano nos permiten algunos prodigios. Por ejemplo, ir a escuchar los recitales de Pablo Milan¨¦s en distintas ciudades de Espa?a, canciones entre el bolero y la revoluci¨®n, pasando por Santiago. Santiago de Chile, naturalmente.Insisto en que la canci¨®n de Milan¨¦s habla de Santiago de Chile porque la otra noche, tras sus actuaciones en Barcelona, un presentador de televisi¨®n privad¨ªsima coment¨® que esa canci¨®n hac¨ªa referencia a la patria de Milan¨¦s, Cuba. 0 bien el presentador era un animal prel¨®gico -es decir, no hab¨ªa hecho la primera comuni¨®n cuando Pinochet entr¨® a sangre y a fuego en Santiago-, o bien emiti¨® una sutileza normalmente impropia de la televisi¨®n, p¨²blica o privada.
Por lo dem¨¢s, hay que escuchar los boleros de Milan¨¦s como quien va a misa, porque el cantante y music¨®logo los ha recogido con voluntad de eternidad, populares o comerciales, y canta Noche de ronda como si la hubiera escrito para ¨¦l o reinvent¨¢ndol¨¢, con una de las mejores voces que jam¨¢s le han puesto a esta canci¨®n. En un momento de plenitud profesional y humana, la voz de Milan¨¦s es la del artista a la vez comprometido y l¨²cido, que no ha perdido la memoria de la barbarie, pero tampoco los ojos para contemplar por su cuenta el dificil momento de su pueblo, al que unos le dan palmaditas en la espalda y otros bloqueos o razones de mal pagador, en esa Am¨¦rica de las democracias vigiladas.
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