El factor idiota
Hay una buena met¨¢fora moral acerca del oportunismo tonto en el dicho castellano que cuenta lo que les ocurre a quienes al mismo tiempo pretenden nadar y guardar la ropa.De El ¨²ltimo gran h¨¦roe se deduce un caso dibujado con tiral¨ªneas de este viejo tropiezo humano. Al sagaz negociante y nulo, inexistente, actor austriaco Arnold Schwarzenegger -una mina de oro, que se est¨¢ forran do de verde repartiendo a granel sus ¨²nicos y sublimes recursos expresivos: la salsa de tomate y el tortazo a diestro y siniestro, aunque m¨¢s a esto ¨²ltimo- se le han subido humos de creador a la cabeza y, ahora que se siente en la cumbre, quiere alcanzar desde ella algo que no est¨¢ a su alcance: significar algo en el fr¨¢gil Y hermoso oficio de c¨®mico, ser algo m¨¢s que un abanderado de la epidemia de adocenamiento del mundo que capitanean las oficinas de marketing de la zona m¨¢s inmunda del peor Hollywood. Consciente de la insignificancia de su opulencia, Schwarzenegger se ha buscado una sutil coartada para con ella intentar ennoblecer la tosquedad de su tarea de embaucador de multitudes aburridas y desorientadas. Y le ha salido un emplasto informe.
El ¨²ltimo gran h¨¦roe
Direcci¨®n: John McTiernan. Gui¨®n: Shane Black y David Arnott. Fotograf¨ªa: Dean Sernier. Efectos especiales: Richard Grenberg. M¨²sica: Michael Karnen. EE UU, 1993. Int¨¦rpretes: Amold Schwarzenegger, Murray Abraham, Art Camey, Charles Dance, Frank McRae, Tom Noonan, Robert Prosky, Anthony Quinn y el ni?o Austin OTrien. Estreno en Madrid: cines Capitol, Palafox, Callao, Roxy, La Vaguada, Vergara, Ideal, Cristal, Liceo, Victoria, Ciudad Lineal, Albufeera, Colombia, Parquesur.
El forzudo no ha medido bien esta vez su fuerza. El insensato y engolado Schwarzy quiere tambi¨¦n hacer -sin abandonar los mismos n¨²meros de circo electr¨®nico que le dan dinero a espuertas- ni m¨¢s ni menos que verdadero cine. E introduce en las estrechas ranuras que le quedan entre ametrallamiento y ametrallamiento y entre tortazo y tortazo una inyecci¨®n de inquietud y reflexi¨®n, de aventura moral e intelectual, ofrecida al respetable casi con las ¨ªnfulas de filosof¨ªa del misterio de la creaci¨®n que condujeron a Woody Allen a su Rosa p¨²rpura del Cairo, inspirado en las paradojas trenzadas por la seda que segregaba a primeros de este siglo la prodigiosa inventiva dram¨¢tica de Luigi Pirandello: un debate en forma de juego sobre la ficcion de la realidad y la relidad de la ficci¨®n. El resultado huele a tufo de ajo arriero mezclado con aroma de ¨¢mbar fresco, combinaci¨®n que los yerbateros usan como un vomitivo infalible.
El ¨¦xito del sello Schwarzy requiere el empleo sin coartadas de lo que un colega suyo ingl¨¦s -Anthony Hopkins- llam¨® una vez, en terminolog¨ªa de su paisano Graham Greene, el factor idiota. Es decir, el reparto en dosis masivas de elementalidad expresiva y de anticine. ?Qu¨¦ hace la seda sino deshilacharse en las manos de esparto de este vulgar entretenedor mec¨¢nico? Cualquier pretensi¨®n de caer en coartadas cultas y en sutilezas imaginativas es por fuerza mortal para el negocio de un escaparate viviente de antiideas y antiim¨¢genes, que esta vez se ha encaramado en un alto corral ajeno y, por ello, adem¨¢s de coser a tiros a los malos de su pel¨ªcula, comete la incorrecci¨®n de matamos a bostezos a los espectadores que alimentamos su fortuna.
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