Recuerdos del 11 de septiembre de 1973
En los primeros d¨ªas de septiembre de 1973, mi padre, preocupado por las inundaciones y un terremoto que hab¨ªa sufrido M¨¦xico, nos pidi¨® que fu¨¦ramos a ese pa¨ªs con Tencha [Hortensia Bussi, esposa de Allende] para expresar nuestra solidaridad. Regresamos el domingo 9 de ese mes y nos fue a buscar en un ambiente cargado de tensi¨®n.En el aeropuerto de M¨¦xico, Mar¨ªa Esther Zuno (esposa del presidente Luis Echeverr¨ªa) nos dijo que ten¨ªa el presentimiento de que nos ver¨ªamos mucho despu¨¦s. Jam¨¢s imaginamos que una semana m¨¢s tarde, el 16 de septiembre, D¨ªa Nacional de M¨¦xico, cuando aterriz¨® en M¨¦xico DF el primer avi¨®n con exiliados chilenos y la familia Allende, iban a estar recibi¨¦ndonos el presidente Echeverr¨ªa, Mar¨ªa Esther y el Gabinete completo vestidos todos de un riguroso luto.
Repaso la noche del 10 de septiembre. Fui a cenar a Tom¨¢s Moro -casa presidencial donde viv¨ªan mis padres- y llev¨¦ muy orgullosa mis regalos tra¨ªdos desde M¨¦xico. Entre ellos, dos chaquetas de verano. Mi padre interrumpi¨® la conversaci¨®n que ten¨ªa con sus asesores para prob¨¢rselas en el ba?o. Espont¨¢neamente dijo: "Espero alcanzar a usarlas". Me sorprend¨ª al o¨ªrlo y apenas logr¨¦ musitar: "?Tan mal estamos?". El Chicho -sobrenombre familiar de mi padre- intent¨® tranquilizarme.
En la cena de trabajo estaban varios colaboradores, entre ellos Orlando Letelier, Carlos Briones, Augusto Olivares y Juan Ennque Garc¨¦s. Todos discutieron el plebiscito que pensaba anunciar el presidente -el mismo d¨ªa 11- para salir de la grave crisis pol¨ªtica que viv¨ªamos. Intentamos que la cena fuera normal, pero vanas veces fue interrumpida por diferentes llamadas con datos alarmantes de desplazamientos de tropas y otros rumores. Al despedirme de mi padre me llam¨® la atenci¨®n que pidiera que me escoltara un coche, pues sab¨ªa muy bien que andaba siempre sola y sin protecci¨®n. Me fui en mi propio coche, el mismo que al d¨ªa siguiente ocup¨¦ para ir a La Moneda [sede de la presidencia chilena].
Esa noche me dorm¨ª agotada. Las llamadas comenzaron muy temprano el 11, pero no contest¨¦ porque estaba cansada y no quer¨ªa o¨ªr m¨¢s rumores. Finalmente, una llamada de Patricia Espejo, que trabajaba junto a mi hermana Beatriz (Tati) en la secretar¨ªa privada de La Moneda, me advirti¨® que hab¨ªa golpe y que mi padre ya estaba en el palacio presidencial. Sin pensarlo dos veces, me vest¨ª muy r¨¢pido. Tal como hab¨ªa convenido con mi marido -despu¨¦s del intento de golpe conocido como el tanquetazo- me dirig¨ª hacia La Moneda y ¨¦l se llev¨® a mis dos hijos. No fue f¨¢cil llegar hasta all¨¢. Logr¨¦ dejar el coche a un par de manzanas. Entr¨¦ faltando pocos minutos para las nueve de la ma?ana. Como mi veh¨ªculo no ten¨ªa radio, durante el trayecto no escuch¨¦ ning¨²n bando militar. Hasta ese momento, carabineros patrullaban las calles y al identificarme como la hija del presidente me dejaban pasar.
Es imborrable para m¨ª la cara de sorpresa de Beatriz cuando me vio entrar. Ella me pidi¨® que me retirara a Tom¨¢s Moro, que cre¨ªa lugar seguro. Me negu¨¦. M¨¢s tarde, la residencia de Tom¨¢s Moro fue bombardeada aunque en ella s¨®lo estaba mi madre [el presidente se encontraba en el palacio de Gobierno]. Al ingresar en la oficina de Tati habl¨¦ con Eduardo Paredes, quien intent¨® convencerme que me fuera porque "esto ser¨¢ hasta el final", mientras empu?aba un arma. En ese momento yo esperaba -o deseaba- que ese d¨ªa s¨®lo hubiera otro tanquetazo, r¨¢pidamente sofocado.
En el rostro de mi padre advert¨ª una mezcla de sorpresa e incredulidad cuando me vio, junto con lo que creo era una ¨ªntima satisfacci¨®n de sentirse cerca de sus dos hijas, aunque -debo reconocerlo- nuestra presencia le perturbaba profundamente.
Poco despu¨¦s, nos reuni¨® a todos los presentes en el sal¨®n Toesca. Recuerdo de sus palabras la decisi¨®n de quedarse en La Moneda, porque ¨¦se era su lugar, el que correspond¨ªa a un presidente constitucional. Dijo que ¨¦l no iba a dimitir y que hab¨ªa rechazado las ofertas de abandonar el pa¨ªs. Pidi¨®, en cambio, que sus asesores dejaran el palacio, ya que no estaban entrenados para usar armas y porque el mundo deb¨ªa conocer lo que pasaba. Estaba muy preocupado por proteger a aquellos que consideraba que no deb¨ªamos quedarnos.
Hab¨ªa un gran contraste entre su decisi¨®n de quedarse y combatir, para dar una lecci¨®n moral a los "traidores que romp¨ªan la ley" y la serenidad con que conduc¨ªa y se preocupaba de todos los detalles de la defensa. Mi hermana y yo tuvimos varios di¨¢logos muy dif¨ªciles con ¨¦l, quien primero nos pidi¨®, luego nos rog¨® y, despu¨¦s, con desesperaci¨®n, nos orden¨® salir ante nuestra resistencia.
Finalmente, con mucho dolor, accedimos. ?l estaba convencido de que respetar¨ªan su solicitud de un veh¨ªculo militar para alejarnos de La Moneda. Al salir vimos que no s¨®lo no hab¨ªa ning¨²n veh¨ªculo, sino que el silencio y la soledad eran totales. Todas las tropas que atacaban el palacio se hab¨ªan retirado. Alcanzamos a cruzar al otro lado, cuando comenz¨® el bombardeo, y nos alejamos en direcci¨®n opuesta al palacio, en medio de tiros aislados. Intentamos quedamos en un hotel -creo que se llamaba Albi¨®n- pero lo dejamos al escuchar, en la recepci¨®n, un flash [bolet¨ªn informativo urgente] de una radio que dec¨ªa: "Frente a la resistencia encontrada en Tom¨¢s Moro, la Fuerza A¨¦rea se ha visto obligada a bombardear". Las l¨¢grimas que no pude contener, pensando en Tencha que estaba sola, nos delataron.
Hab¨ªamos salido seis mujeres y por alguna raz¨®n nos perdimos y s¨®lo quedamos cuatro: Tati, Frida Modak (conocida periodista de televisi¨®n), Nancy Juli¨¢n (cubana, esposa del presidente del Banco Central que estaba en La Moneda) y yo. Caminamos hasta la calle Santa Luc¨ªa. All¨ª hicimos autoestop, con la suerte que se detuvo un veh¨ªculo grande. Subimos diciendo que ¨¦ramos secretarias y que no ten¨ªamos nada que ver con lo que pasaba. Nos llev¨® hasta la plaza Italia, donde hab¨ªa un fort¨ªsimo control militar y por primera vez vimos gente detenida, caminando con los brazos en alto. Mientas un militar revisaba los documentos del conductor, Tati, con un embarazo de siete meses, fingi¨® tener contracciones, lo que nos permiti¨® pasar sin m¨¢s contratiempo. M¨¢s all¨¢, por indicaci¨®n m¨ªa, nos bajamos y, por una corazonada, me acord¨¦ de una compa?era de trabajo que viv¨ªa cerca. Aunque nunca hab¨ªa estado en su casa, nos recibi¨® con enorme cari?o y preocupaci¨®n.
All¨ª establecimos los contactos telef¨®nicos. Poco a poco nos enteramos. Tencha a salvo: entre bomba y bomba logr¨® salir y estaba en casa de Felipe Herrera, un amigo. M¨¢s tarde supimos de la muerte del Chicho y tambi¨¦n de la de Augusto Olivares, a trav¨¦s de Danilo Bartul¨ªn, m¨¦dico personal que estaba en La Moneda y al cual dejan libre tras el ataque, aunque despu¨¦s lo vuelven a detener. Pasamos una noche de gran tristeza, todas con el alma encogida. No hay palabras para describir ese dolor.
Los sufrimientos siguieron al d¨ªa siguiente. Despu¨¦s de complicadas negociaciones dijeron que nos autorizar¨ªan a asistir al entierro de Salvador Allende. Pero como usaron ese pretexto para atacar la Embajada de Cuba -mi hermana estaba casada con Luis Fern¨¢ndez, cubano y ministro consejero-, y hab¨ªan herido en una mano el embajador, resolvimos no ir. Sentimos m¨¢s dolor e impotencia. En la tarde vino un jeep militar con mi cu?ado para buscar a Tati, porque se decret¨® la expulsi¨®n de los cubanos. All¨ª acordamos con ella que llamar¨ªa al embajador de M¨¦xico. No tard¨® en aparecer con un salvoconducto -estaba prohibido circular- que le autorizaba para recoger a "Isabel Allende e hijos menores". Nos fuimos con Frida y Nancy, temiendo que en cada uno de los muchos controles nos descubrieran; pero la serenidad y presencia de Gonzalo Mart¨ªnez (embajador de M¨¦xico), permiti¨® que lleg¨¢ramos a la embajada.
Salimos con Gonzalo a buscar a Tencha, la cual estaba muy dolida con todo lo que hab¨ªa pasado. Ella siempre dijo durante a?os que no sab¨ªa si efectivamente el que estaba en ese ata¨²d cerrado era Salvador Allende. Nos cost¨® mucho convencerla que se fuera a la embajada con nosotros, porque deseaba quedarse en Chile y denunciar lo que pasaba.
Abandonamos el pa¨ªs un s¨¢bado 15 de septiembre por la noche, en medio de un gran despliegue militar y una gran tristeza. Nunca pensamos que el exilio iba a durar casi 17 a?os y que, en mi caso, 15 a?os despu¨¦s, el 1 de septiembre de 1988 -a?o del plebiscito- entrar¨ªa a Chile desde Buenos Aires, con amenaza de deportaci¨®n primero, una multa a Aerol¨ªneas Argentinas y, en pleno vuelo, la sorpresa de un decreto que estableci¨® el fin del exilio.
S¨®lo en democracia, y en el Gobierno del presidente Aylwin, pudimos trasladar los restos del presidente Allende desde el cementerio de Santa In¨¦s, en Vi?a del Mar, para que estuviera sepultado en Santiago, seg¨²n la tradici¨®n chilena, acompa?ado por ese pueblo que nunca le ha olvidado. Mientras en Europa no hay una ciudad que no tenga una calle, una avenida, un parque, una plaza o un centro social llamado Salvador Allende, en su pa¨ªs todav¨ªa estamos esperando que alg¨²n lugar p¨²blico lleve su nombre.
La historia se escribe dos veces, dice Luis Maira. As¨ª lo siento. La primera es la versi¨®n de los vencedores, que se han dedicado durante estos 20 a?os a tratar de empa?ar y empeque?ecer la imagen de Salvador Allende. La segunda la escribir¨¢n los historiadores que, con el paso del tiempo, ir¨¢n reconociendo los muchos aportes y significados que represent¨® el presidente Allende en la historia de Chile.
Con la perspectiva que s¨®lo otorga el paso del tiempo, es indudable que Allende supo expresar en su aproximaci¨®n a la pol¨ªtica algunas de las m¨¢s esenciales virtudes de un l¨ªder. Fue tolerante sin dejar de defender los principios por los que luchaba, adhiriendo a la doctrina del Partido Socialista de Chile, pero desechando toda visi¨®n esquem¨¢tica y simplista.
Planteaba la, "v¨ªa chilena al socialismo" como un segundo modelo frente a la v¨ªa de la revoluci¨®n, construyendo un camino al socialismo en democracia, pluralismo y libertad, a partir de la legalidad vigente y de acuerdo con la idiosincrasia chilena. A diferencia de los llamados socialismos reales, este modelo enfatizaba la participaci¨®n, el pluralismo y las libertades. No era una concepci¨®n estatista para reemplazar a las personas, pero s¨ª situaba el centro de las preocupaciones en la igualdad de oportunidades.
Muri¨® heroicamente un presidente. Pero el luchador, el impulsor de los grandes cambios sociales para cerrar la brecha de las injusticias sigue vivo en los corazones del pueblo chileno y en el legado que llevamos los socialistas. El golpe del 11 de septiembre de 1973 signific¨® no s¨®lo la dolorosa p¨¦rdida de tantas vidas y violaciones sistem¨¢ticas a los derechos humanos, sino tambi¨¦n un cambio profundo en la historia del pa¨ªs y en la vida de su pueblo.
Chile ten¨ªa un nivel aceptable en ¨¢reas de salud, educaci¨®n y cultura, con las carencias propias de una naci¨®n que no era rica. Durante el Gobierno de la Unidad Popular se lleg¨® a una distribuci¨®n del ingreso en que los trabajadores obten¨ªan m¨¢s de la mitad de ¨¦ste. Todo cambi¨® abruptamente con el golpe de Estado. Nadie se sinti¨® seguro. En cualquier momento, los servicios de inteligencia entraban a las casas y sus moradores eran detenidos por la sola denuncia de los vecinos. Asesinatos, torturas y desapariciones se convirtieron en realidad, en un pa¨ªs que los desconoc¨ªa. Durante 10 a?os se impuso el toque de queda. Los allanamientos y las poblaciones cercadas militarmente se transformaron en escenas cotidianas al punto de marcar profundamente a la gente con un temor que a¨²n hoy es posible encontrar.
La implantaci¨®n de un modelo neoliberal extremo, amparado en las ventajas del autoritarismo, dej¨® como herencia m¨¢s de cinco millones de pobres en un pa¨ªs de 12 millones de habitantes. Se desarticul¨® el sistema estatal de previsi¨®n social y de salud, se privatiz¨® gran parte de la ense?anza y ¨¦sta dej¨® de ser gratuita y accesible para toda la poblaci¨®n, se invirti¨® el proceso de reforma agraria y se privatizaron las empresas del Estado, en procesos poco transparentes, traspasadas a precios inferiores a los reales.
Todos los Gobiernos democr¨¢ticos, que duraban seis a?os en el poder, pod¨ªan exhibir muchos logros. La dictadura que se prolong¨® por 17 a?os, fuera de abrir el pa¨ªs a los mercados exteriores y diversificar las exportaciones, tiene muy poco positivo que exhibir: se deterior¨® la infraestructura, el pa¨ªs qued¨® culturalmente fuera del mundo y la distribuci¨®n del ingreso bajo el r¨¦gimen militar ha sido, sin duda, la m¨¢s negativa que ha tenido Chile.
Bastantes esfuerzos ha hecho el Gobierno del presidente Aylwin, particularmente en paliar la extrema pobreza, bajar el desempleo y mejorar los salarios. Mucho se ha empe?ado en el tema de la verdad, aunque poco se ha logrado en el terreno de la justicia, y la actitud de los militares, desde luego, no ha ayudado.
Hoy, los desaf¨ªos son m¨²ltiples. Erradicar la pobreza extrema, hacer que la educaci¨®n recupere el nivel que alcanz¨® en democracia y ponerla al alcance de todos los chilenos, terminar con la violencia, lograr que Chile sea de nuevo un pa¨ªs solidario, profundizar la democracia, reemplazar el temor y la apat¨ªa por la participaci¨®n. Lejos est¨¢ todav¨ªa de la modernidad un pa¨ªs cuando tiene cuatro millones de pobres, trabajadores con salarios deprimidos e incertidumbre en el empleo. Son necesarias tambi¨¦n reformas institucionales en el campo electoral y una modernizaci¨®n del Estado.
?stas son las metas para un nuevo Gobierno de la concertaci¨®n, que requiere no s¨®lo ganar la elecci¨®n presidencial, sino tambi¨¦n obtener una mayor¨ªa en el Parlamento que nos permita consolidar la democracia y deshacer las amarras dejadas por la dictadura.
Dentro de la diversidad de la concertaci¨®n, para nosotros los socialistas el legado e ideales de Salvador Allende, en cuanto a una mayor justicia e igualdad social, est¨¢n presentes en el desaf¨ªo de un proyecto de pa¨ªs que crezca y se desarrolle, pero de manera equitativa y solidaria. Es parte tambi¨¦n de su legado el esp¨ªritu libertario y tolerante que debe animar a una aut¨¦ntica sociedad abierta.
Rescatar nuestra historia y proyectamos con fuerza hacia el futuro es una tarea prioritaria. Salvador Allende no es un mito sino una fuerza que est¨¢ viva, si as¨ª somos capaces de asumirlo de cara al siglo XXI.
Pese a las pasiones que a¨²n hoy existen en nuestro pa¨ªs, nadie puede negarle a Allende la calidad de un dem¨®crata consecuente, defensor ac¨¦rrimo de los m¨¢s despose¨ªdos y coherente hasta el sacrificio personal. Sus ¨²ltimas palabras, con su voz tranquila agradeci¨¦ndole a los m¨¢s humildes su apoyo y se?alando su confianza en Chile y su destino, representan su estatura moral, la de un presidente que prefiere morir por s¨ª mismo que rendirse o entregarse. El mejor homenaje que podemos rendirle es cuidar esa democracia que esperaba se restaurar¨ªa en Chile.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.
Archivado En
- Opini¨®n
- Salvador Allende
- Chile
- Patricio Aylwin
- Augusto Pinochet
- Dictadura Pinochet
- Dictadura militar
- Derechos humanos
- Personas desaparecidas
- Dictadura
- Casos sin resolver
- Latinoam¨¦rica
- Sudam¨¦rica
- Gobierno
- Casos judiciales
- Historia contempor¨¢nea
- Am¨¦rica
- Historia
- Administraci¨®n Estado
- Administraci¨®n p¨²blica
- Pol¨ªtica
- Justicia
- Sociedad