Dos grandes talentos tard¨ªos
Tal como est¨¢n las cosas en el cine de todo el mundo, donde con algunos destellos de novedad que de cuando en cuando nos llegan del estallido de imaginaci¨®n de cine chino hay una alarmante sequ¨ªa en la imaginaci¨®n, que en un festival surjan dos obras magistrales es un hecho ins¨®lito, casi un milagro.
Short Cuts y Azul son obras excepcionalmente hondas, inteligentes, inspiradas y elegantes, cuyos directores -con absoluta disparidad de sensibilidades- se complementan aqu¨ª para dar un estallido final de riqueza a esta pobre Mostra cincuentenaria, vendida a la resultoner¨ªa y a las facilidades del buen cine comercial de Hollywood, que no necesita, porque le sobran, bandejas publicitarias como la que les ha regalado este a?o el supuestamente autoexigente Gillo Pontecorvo, que en realidad ha optado por la falta de autoexigencia y la l¨ªnea de menor resistencia, al orientar y organizar ¨¦ste su segundo a?o como director del festival veneciano no sobre los riesgos de lo aventurado e inseguro y sobre los meandros del lenguaje, sino sobre el im¨¢n de los rostros de algunos fetiches intocables de la sociedad del espect¨¢culo.
Si Altman y Kieslowski -y a su manera menor los injustamente discriminados de la lista de premios Abel Ferrara y Jean-Luc Godard, pues ambos arriesgan algo y algo consiguen extraer de sus respectivas zambullidas en los peligros de la innovaci¨®n- no hubieran servido de tabla de salvaci¨®n, esta hist¨®rica Mostra se habr¨ªa convertido en un bochornoso, por claudicante, naufragio del cine considerado como arte ante el cine considerado como negocio.
Los talentos tard¨ªos de estos dos cineastas de gran fuste han salvado el honor de una Mostra que, sin ellos, hubiera sido un innecesario paseo militar de Harrison Ford, Steven Spielberg, Robert de Niro y Michelle Pfeiffer.
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