Retrato del maestro
Emilio Lled¨® ha sido maestro de mucha gente, en Tenerife, en Barcelona, en Madrid, en Alemania. Y en todas partes se ha comportado siempre como un alumno. Fresco, autocr¨ªtico, humilde, sabio aprendiz. ?l es el autor de una frase que sirve para vivir con los otros: dentro de cada s¨ª hay un peque?o no y dentro de todo no hay un peque?o s¨ª. Es la esencia de la tolerancia, el edificio brumoso de la duda. ?l la ha llevado siempre a la pr¨¢ctica y nos ha ayudado a practicarla a todos. La aprendi¨® en los griegos y en la vida cotidiana, que no siempre le fue tan generosa como anoche.Sufri¨® la soledad y la arrostr¨® como una forma superior de la ternura, un subrayado del recuerdo. Es, acaso, una de las mentes m¨¢s generosas de este pa¨ªs rabioso. De la puerta de alguna universidad madrile?a le echaron con la moneda burocr¨¢tica de la mezquindad y muchos de los mejores a?os de su vida difundi¨® su saber fuera de aqu¨ª. Es uno de esos m¨²ltiples espa?oles profundos que han sido desaprovechados en una tierra tantas veces miserable.
Su obsesi¨®n es la palabra, la raz¨®n, la ¨¦tica y el silencio. Sobre ello ha escrito libros y hasta poemas secretos. La Academia se va a beneficiar de su mesura radical y de su principal magisterio cimentado en la experiencia del trabajo. Nunca dobleg¨® su perfil debajo de la lluvia del halago. ?ste de hoy lo tomar¨¢ igual de esc¨¦ptico ante la pompa. Pero la decisi¨®n de la Academia le viene bien a Espa?a. Es un acuerdo que pone en la principal instituci¨®n ling¨¹¨ªstica del pa¨ªs a un defensor de la biblioteca p¨²blica y privada, a un hombre que en tiempos de ligereza sigue pensando que la reflexi¨®n ayuda a convivir mejor, a decir mejor.
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