Un coloc¨®n
Varios barrios de Madrid han amanecido hoy como si los hubieran invadido los v¨¢ndalos. Quiz¨¢ peor. Pues lo que pas¨® fue la movida, miles de j¨®venes madrile?os metidos en juerga, cientos de ellos con el cuerpo guerrero y una necesidad irrefrenable de arrasar cuanto encontraran a su paso.Esos barrios de Madrid ya no ten¨ªan hoy por la ma?ana papeleras, pues los violentos las hab¨ªan molido a puntapi¨¦s y sus restos aparec¨ªan esparcidos entre contenedores de basura tirados por ah¨ª, restos de paella, huesos de pollo, raspas de sardinas, mondas de fruta (y, hasta de las frutas, el coraz¨®n), latas abolladas, botellines y botellones, cristaler¨ªa pulverizada, viscosas chorreaduras de calimocho y cerveza, gomas y agujas hipod¨¦rmicas.
La irrefrenable necesidad de arrasar era consecuencia del acelerado trasiego de alcohol, o valdr¨ªa decir buen cuelgue, que es el eufemismo vanguardista con que la juventud designa la voz m¨¢s concreta y espa?ola borrachera.
Una parte de la juventud madrile?a -no mayoritaria- est¨¢ muy extranjerizada ¨²ltimamente. En Madrid siempre hubo gamberros y borrachos, y se les daba su sitio, que era la marginaci¨®n y el oprobio si pretend¨ªan molestar. Pero ahora presumen de ello y pretenden ocupar lugares preeminentes de la modernidad, para lo cual se intitulan skinheads o dicen que llevan un coloc¨®n. Y por mejor refrendarlo, visten ce?ido marcando paquete, festonean de chapas el pa?o, clavetean sus cinturones, se pintan tatuajes, provocan, amenazan, pegan y destruyen, asumiendo el rid¨ªculo papel¨®n de esos impresentables chicos de Nueva York que han visto en las pel¨ªculas.
Puede ocurrir luego que se metan en un coche y acaben mat¨¢ndose todos cuantos van dentro, m¨¢s los que arrollaran al paso, y esa desgracia -bien que dolorosa y lamentable-, ser¨¢ el tributo que se cobran con creces las noches locas de droga y zurracapote.
A eso lo llaman diversi¨®n. Bueno, cada uno se divierte como puede, nadie osar¨ªa predicar lo contrario. Sin embargo ten¨ªan m¨¢s gracia los antiguos borrachos a la madrile?a, aquellos entra?ables vecinos que cantaban Asturias patria querida; cargaban delantero; viraban su andadura ora a babor, ora a estribor, despistando viandantes; se abrazaban a las farolas sin romperlas ni nada pues aquella era una amorosa efusi¨®n. Y, adem¨¢s, no necesitaban ir disfrazados de adefesio para justificar la gran berza que hab¨ªan cogido a lo tonto o de grado; tanto m¨¢s solemne y cabal si era de an¨ªs.
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