Presidente
No ocurre f¨¢cilmente pero tampoco es imposible. Lo cierto es que si las vibraciones son positivas y las circunstancias lo permiten puede usted enfilar una ma?ana cualquiera la carretera de La Coru?a en direcci¨®n a Madrid con el presidente a su lado. Es una experiencia espl¨¦ndida.Naturalmente el atasco es inevitable. No importa. Siempre se puede apreciar ese peculiar sol de la ma?ana que surge entre las nubes del fr¨ªo oto?o madrile?o a la vez que se comprueba el talante democr¨¢tico de quien nos preside.
La lenta marcha de los veh¨ªculos le permitir¨¢ apreciar tambi¨¦n los efectos devastadores de la ampliaci¨®n de la autov¨ªa: ¨¢rboles, piscinas, parterres y esquinazos destrozados a mordiscos de los bulldozers. Parece el escenario de Terminator III. El presidente inunda el coche con sus fant¨¢sticas improvisaciones. No est¨¢n directamente relacionadas con el entorno, pero siempre deben escucharse con el respeto que produce la satisfacci¨®n de o¨ªrle.
Los compa?eros del asfalto son otro elemento interesante del decorado humano. Alguno fuma, otro se hurga la nariz, aqu¨¦lla se empolva entre par¨®n y par¨®n. Micromundos encapsulados que tan l¨²cidamente describi¨® Fellini en 8 y medio, su, por otra parte, encapsulada autobiograf¨ªa.
Ya en la carretera de El Pardo, el pie, el acelerador, el coche y el presidente se embalan. Tienen ganas de desuntemecerse. Todo vuelve a la normalidad: los veh¨ªculos mec¨¢nicos sirven para lo que fueron ideados -desplazarse m¨¢s deprisa que el ser humano-, y los presidentes, para damos el empuje suficiente que nos permita encarar la jornada laboral con ganas y buenos recuerdos. Productividad, competitividad, palabras que sin su ayuda resuenan a vac¨ªas, asignificativas, en ese estilo tan querido por los analistas de la macroeconom¨ªa y tan t¨ªpico de sus informes.
Avenida de la Ilustraci¨®n, la escultura de Alfaro, las inexistentes fuentes o esculturas de Juan Benet, Pablo Palazuelo o Antonio L¨®pez por la est¨²pida taca?er¨ªa administrativa central, auton¨®mica o local (da lo mismo, no se llegaron a construir); La Vaguada que ya no se sabe si es nuestra, de ellos o, probablemente, de s¨ª misma; M-40 (un Cosworth nos adelante a 180 kil¨®metros por hora rebosante de bakalao); Parque de las Naciones, Canillejas... Fin del trayecto.
No se olvide apagar el radiocasete: all¨ª descansan Teddy Wilson, piano; Gene Ramey, contrabajo, Jo Jones, bater¨ªa, y Lester Young, El Presidente, al saxo. Un placer.
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