La culpa personal e intransferible
Si se les juzgaba se les hab¨ªa de condenar. La ¨²nica defensa posible de los ni?os asesinos de Liverpool ser¨ªa la de que son ni?os y no se les puede juzgar. Omitido este inconveniente, su desnuda condici¨®n criminal se impone y no hay piedad para ellos.Ni?os asesinos ha habido siempre y muy peque?os. Incluso fraticidas (caso del hijo ¨²nico, celoso del nuevo hermano reci¨¦n nacido, que le asfixia en la cuna). Los sentimientos perversos de los ni?os no tienen nada que envidiar a los de los mayores y su crueldad tampoco, pero se pensaba que no eran responsables de sus actos; estaban educ¨¢ndose, depend¨ªan de sus mayores. Cuando sus cr¨ªmenes sal¨ªan del ¨¢mbito familiar, los padres indemnizaban a la v¨ªctima (si pod¨ªan) y se endurec¨ªan los m¨¦todos de formaci¨®n del ni?o (en su casa o en un centro especial) pero quedaban fuera del ¨¢mbito de la justicia. El car¨¢cter espor¨¢dico de estos cr¨ªmenes de ni?os permit¨ªa tratarlos como accidentes.
Todo el derecho penal moderno se basa hasta ahora en el concepto de culpabilidad. No pod¨ªa haber culpa sin libre albedr¨ªo, ni ¨¦ste sin capacidad de conocer. Para aquellos que ten¨ªan limitado o anulado su conocimiento hab¨ªa una reducci¨®n o exenci¨®n total de la pena. Ah¨ª entraban los disminuidos ps¨ªquicos ("enajenados" en la terminolog¨ªa cl¨¢sica) y los menores de edad. Estos no eran libres para ordenar su vida (no se les consideraba capaces) luego tampoco pod¨ªan ser culpables. La frontera entre la minor¨ªa y la mayor¨ªa penal ten¨ªa que ser trazada por norma general para no incurrir en discriminaci¨®n y los c¨®digos la situaron en una edad arbitraria, normalmente con criterio riguroso, es decir m¨¢s cerca de la infancia que de la edad adulta.
Hoy ese esquema se est¨¢ rompiendo, por dos causas relacionadas. Primero, una serie de fen¨®menos sociales (la explosi¨®n demogr¨¢fica, la emigraci¨®n clandestina) han creado enormes bolsas de poblaci¨®n urbana infantil sin referencia familiar o custodia de adultos, poblaci¨®n que se ve abocada a delinquir para sobrevivir. Segundo, porque el mundo de la delincuencia organizada se sirve cada vez m¨¢s de los menores de edad penal para las acciones m¨¢s expuestas de su actividad delictiva, como la distribuci¨®n de droga (EE UU) o los ajustes de cuentas (Colombia).
Concebida cada vez m¨¢s la lucha contra la delincuencia como una guerra, los escr¨²pulos de las doctrinas penales ser¨¢n tan est¨¦riles aqu¨ª como las convenciones humanitarias en cualquier guerra. No puede haber piedad para el enemigo; para que la hubiera se necesitar¨ªa primero comprenderle, pero entonces ya no ser¨ªa enemigo. Y ¨¦ste es el dato m¨¢s relevante de todos los comentarios sobre el crimen de Liverpool: nadie lo comprende. Su crueldad se nos presenta tan abrumadora que tapa la posibilidad de cualquier otro an¨¢lisis.
La antigua pol¨¦mica entre causas sociales o causas personales del delito se decanta hoy rotundamente por culpabilizar al individuo y olvidarse de la sociedad, precisamente cuando los fen¨®menos sociales que coadyuvan a la delincuencia son m¨¢s evidentes. Esta paradoja es el origen de un brutal esfuerzo ideol¨®gico en el discurso oficial, que pasa por la debelaci¨®n de la delincuencia y, en consecuencia, necesita aislar m¨¢s a ese enemigo. Si toda la sociedad ha de movilizarse contra el delito (contra la droga, contra la violencia) no se puede partir de que el mal est¨¦ en la propia sociedad.
es abogado.
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