El etemo retomo
Hab¨ªa un coche en doble fila con una nota en el parabrisas que le¨ª sin tocar: "Perd¨®n por las molestias. Estoy en el n¨²mero 25, piso 5, puerta 11 ". El n¨²mero estaba all¨ª mismo, junto al chino en el que acababa de comer, pero el ascensor no funcionaba. A ver qui¨¦n sube cinco pisos andando despu¨¦s de una comida china con cerveza. Estaba por abandonar el autom¨®vil y volver a por ¨¦l en otro momento, cuando me dio un ataque de rabia. Yo nunca lo dejo en doble fila, aunque por miedo a los otros m¨¢s que por respeto a la ley, la verdad: en esta ciudad no sabes nunca con qui¨¦n te la juegas. Ahora ya no te dicen eso de usted no sabe con qui¨¦n est¨¢ hablando, ahora te dan con una barra en la base del cr¨¢neo, y luego se presentan. Por eso yo no dejo el coche en doble fila, porque me da dentera que me rompan el cr¨¢neo.As¨ª que me asom¨¦ al n¨²mero 25 y empec¨¦ a subir lleno de odio unas escaleras mugrientas, de madera, que gritaban de dolor cada vez que les pon¨ªa el pie en los lomos. En el tercer piso me par¨¦ a descansar y comprob¨¦ con sorpresa que se me hab¨ªa ido la rabia. No hay nada como el ejercicio fisico para alimentar la bondad. De repente me hab¨ªa puesto bondadoso y ensayaba frases bondadosas para reconvenir al infractor:
-?Es usted el del coche rojo en doble fila? C¨®mo lo deja as¨ª, por Dios. He tenido que subir cinco pisos andando.
El piso 5 era un enorme pasillo con puertas numeradas a brocha, como los camerinos de un teatro viejo. Llam¨¦ con desconfianza a la 11 y se asom¨® un sujeto que me hizo un gesto imperioso de silencio antes de que me diera tiempo a hablar.
-Pase y espere un momento -bisbise¨®.
Entr¨¦ en una sala amueblada como un cuarto de estar antiguo. Sobre el sof¨¢ yac¨ªa, con los ojos cerrados, una chica joven con minifalda. El sujeto, de unos cincuenta a?os, se sent¨® en una silla, tap¨¢ndome la visi¨®n de las piernas, y empez¨® a hablar con voz mon¨®tona. Advert¨ª enseguida que la estaba sofronizando y me sent¨ª un poco violento, pues esas cosas siempre me han parecido muy privadas., Al poco, no obstante, empez¨® a entrarme sue?o y di una cabezada. Con los ojos cerrados, escuch¨¦ al sujeto. Dec¨ªa:
- -Muy bien, ahora imag¨ªnate que vas a coger tu coche, pero que hay otro en doble fila que te impide salir. En el parabrisas de este ¨²ltimo ves una nota en la que el conductor indica d¨®nde est¨¢. Entonces buscas el portal, entras en ¨¦l, y empiezas a subir a pie, porque el ascensor no funciona. Visualiza bien el espacio; las escaleras son viejas, de madera, y a¨²llan como si las mataras cada vez que las pisas. Llegas por fin al lugar que indicaba la nota y sale un tipo como yo que te dice que esperes porque est¨¢ atendiend¨® a un paciente. Te sientas, cierras los ojos, porque te ha entrado el sue?o, y me oyes decir: imag¨ªnate que vas a coger tu coche, pero que hay otro en doble fila...
Me dieron ganas de vomitar la comida china, porque la realidad se estaba poniendo circular, y a m¨ª las realidades circulares me agobian mucho, me enloquecen. Dej¨¦ de estudiar filosofia cuando llegamos a la lecci¨®n del eterno retorno: ten¨ªa la impresi¨®n de que el profesor contaba mi vida en p¨²blico.
Total, que cuando me despert¨¦ para no vomitar, el sujeto y la chica hab¨ªan desaparecido y a m¨ª me hab¨ªan robado hasta el carn¨¦ de identidad. Baj¨¦ a la calle y vi otro coche en doble fila, tambi¨¦n con una nota, pero esta vez me fui sin leerla. De esto hace un a?o ahora; el caso es que el otro d¨ªa pas¨¦ con una chica por all¨ª y le dije que aquel coche lleno de polvo, aunque no lo usaba, era m¨ªo, pero no me crey¨®. Nunca me creen. Es lo que quer¨ªa decir con lo del eterno retorno, que ya est¨¢n aqu¨ª otra vez las navidades.
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