Peticiones
Con qu¨¦ ilusi¨®n se formularon aquellas peticiones.Tras una noche en vilo y varios viajes a comisar¨ªa para intentar resolver el problema, una mujer por fin tuvo tiempo de calmarse y organizar sus ideas. Escribi¨® una carta al director de un peri¨®dico para sugerir que, en los establecimientos con alarma, siempre estuviera localizable alg¨²n responsable para as¨ª poder silenciar un molesto ruido a la mayor rapidez.
En otra parte de la ciudad, un hombre de la llamada tercera edad pas¨® toda una tarde redactando su petici¨®n, y despu¨¦s la ense?¨® a su mujer, quien aport¨® varios cambios ¨²tiles que fueron debidamente incorporados. El hombre la volvi¨® a redactar -ning¨²n n¨¢ufrago puso m¨¢s empe?o en su nota antes de meterla en una botella- y hasta lleg¨® a creer que hab¨ªa descubierto una tard¨ªa vocaci¨®n literaria. Y eso que su petici¨®n era de las m¨¢s corrientes: tras in¨²tiles llamadas al correspondiente n¨²mero de tel¨¦fono oficial, pretend¨ªa la retirada de un coche abandonado.
Y, en otra parte de la ciudad, un joven acudi¨® a primera hora de la ma?ana a su quiosco de prensa durante una semana para ver si se hab¨ªa publicado su queja sobre una c¨¦ntrica calle donde faltaban vigilancia, limpieza y buena iluminaci¨®n; durante muchos d¨ªas no penso en otra cosa. Y un d¨ªa... ?su coraz¨®n dio un salto! All¨ª estaba su carta, sus amigos la ver¨ªan y se la comentar¨ªan. A lo mejor hasta se buscar¨ªa arreglo para esa calle.
Las denuncias a trav¨¦s de contestadores autom¨¢ticos fueron formuladas con no menos esmero e ilusi¨®n. La falta de atenci¨®n en un comercio, la excesiva poda de unos ¨¢rboles, unas demoras intolerables, una salida de emergencia todav¨ªa tapada... Hubo personas que hasta se pusieron nerviosas para hablar a un simple aparato an¨®nimo, tal era su ilusi¨®n por aportar su grano de arena a la convivencia.
Y luego no pas¨® nada.
La persona encargada de aportar una soluci¨®n concreta estaba ausente, o no ten¨ªa poder para ello, o le faltaba presupuesto, o no se hab¨ªa enterado, o simplemente no le importaba. No exist¨ªa ning¨²n Departamento de Tonter¨ªas para resolver inmediatamente esa plaga de la humanidad. Alarmas, coches, limpieza, iluminaci¨®n, seguridad, demoras, ¨¢rboles... siguieron exactamente igual que antes.
Tras cierto tiempo, esas peticiones se caducaron, se olvidaron. Llevadas por el viento ya muy lejos de la ciudad, salieron por ese agujero en la capa de ozono y se esfumaron. S¨®lo Dios las vio pasar, y ?l ten¨ªa otras cosas que hacer -o no hacer, seg¨²n- o por lo menos eso es lo que pens¨® aquella mujer al ser despertada por tercera vez en diez d¨ªas por esa alarma, y se ech¨® a llorar.
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