Corrimiento de fe
Inglaterra es la ¨²nica de las naciones hist¨®ricamente protestantes donde, a temporadas, se producen goteos relativamente masivos de conversiones al catolicismo. El caso m¨¢s espectacular desde Carlos II en 1685 es el recient¨ªsimo de la duquesa de Kent, primer miembro de la familia real que sufre tal repente de fe desde la Gloriosa, pero que, adem¨¢s, hay que completar con una ministra, Ann Widdecombe, que ya ha abrazado la fe de Roma, y un secretario de Estado, John Gummer, que est¨¢ a punto de dar el paso. Todos ellos han tomado la hist¨®rica decisi¨®n partiendo de la Iglesia anglicana, Iglesia oficial o establecida de Inglaterra. ?Por qu¨¦?A diferencia de lo que ocurri¨® en la Europa continental, donde el luteranismo desplaz¨® a la Iglesia cat¨®lica, cambiando toda una estructura de poder por otra, una gran parte de la Iglesia cat¨®lica inglesa, siguiendo a su rey, Enrique VIII, se declar¨® anglicana. Evidentemente, hubo cambios doctrinales que cristalizaron bajo Isabel I en una modesta protestantizaci¨®n de la Iglesia expresada en el Book of Prayer. Pero la transformaci¨®n fue tan cuidadosamente menor que, durante todo el siglo XVI la mayor¨ªa de los sencillos fieles no ten¨ªan clara conciencia de que hubieran dejado de ser lo que eran, es decir, cat¨®licos, porque segu¨ªan rezando en el mismo templo, con el mismo pastor, y con una liturgia muy poco diferenciada, aunque bajo una advocaci¨®n distinta: Westminster Y no Roma.
Paralelamente, Inglaterra iba sufriendo un verdadero fen¨®meno de protestantizaci¨®n por la v¨ªa puritano-calvinista, tan perseguida o m¨¢s por la Iglesia oficial que el propio catolicismo, y un poco por ¨®smosis el anglicanismo fue populariz¨¢ndose, bajando de clase y perdiendo en esa expansi¨®n buena parte de su base de partida. Pero permaneci¨® siempre en el mismo una High Church, que es la de la familia real y parte de las clases altas, llamada anglo-cat¨®lica para distinguirla de lo que en Inglaterra se conoce como catolicismo-romano. Son esos cat¨®licos los que tienen tan f¨¢cil mudar, porque m¨¢s que hacerlo de creencia lo hacen de obediencia: Papa en lugar de reina.
El anglicanismo fue consolidando entre los siglos XVII y XIX un car¨¢cter imperial acorde con la mayor soberan¨ªa territorial de una naci¨®n que el mundo haya conocido, la de esa Inglaterra que se jactaba de ser el taller del mundo. As¨ª fue cre¨¢ndose una m¨ªstica de imperio disidente que forjaba su identidad, precisamente, en la oposici¨®n a la idea del catolicismo imperial representado por la sede de san Pedro, con toda su teor¨ªa de la monarchia christiana universal, que algunos ven hoy reencarnada en la Uni¨®n Europea y a la que tambi¨¦n odia el protestantismo brit¨¢nico.
Pero, una vez liquidado el imperio, y no hace tantos a?os puesto que la hist¨®rica retirada al este de Suez s¨®lo data de fin de los 60, el alto anglicanismo pierde mucha de su justificaci¨®n secular. Si a eso a?adimos el desprestigio creciente de la casa de Windsor o avatares relativamente menores como la ordenaci¨®n de mujeres sacerdote, tenemos lo que el marxismo de nuestra juventud llamaba la superestructura, que explica este corrimiento de fieles de una Iglesia moribunda a otra todav¨ªa en activo.
Por eso, el anglicanismo de corte se enfrenta hoy a un futuro particularmente sombr¨ªo en Inglaterra: la naci¨®n que lo invent¨® por razones nada teol¨®gicas hace casi cinco siglos.
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