Sublime y trivial

Los mejores artistas de entre aquellos que se han visto influidos por las diferentes orientaciones de sesgo conceptualista han sabido encontrar la manera de compensar en los dominios de la experiencia sensible la oscuridad del pensamiento -a menudo espeso, algunas veces sutil y en ocasiones bastante escueto que eventualmente habr¨ªa de dar fundamento a sus obras.En el caso de Serge Spitzer (Bucarest, 1951), instalado desde hace tiempo en Nueva York, se reconocen rastros de esos caminos, y quiz¨¢ debe su singularidad a su condici¨®n vagamente extraterritorial, a la saludable distancia interior con que ha tenido que afrontar la situaci¨®n del arte contempor¨¢neo. Su trabajo se ha distinguido desde el principio Por su tendencia al aprovechamiento del espacio como lugar donde los objetos no s¨®lo se hacen visibles y presentes, sino que, en ese mismo proceso, se ocultan y se ausentan. Los estantes de mediados de los setenta, por ejemplo, sosten¨ªan objetos inaccesibles o s¨®lo parcialmente visibles desde la posici¨®n del espectador. Ya en la d¨¦cada siguiente, caus¨® cierto impacto su instalaci¨®n de un aut¨¦ntico carro de combate, apenas discernible desde la calle, sobre el tejado del Teatro de Jerusal¨¦n.

Esta misma estrategia de devolver la mirada del espectador a su condici¨®n ligeramente miserable es la que ha presidido tambi¨¦n sus intervenciones en habitaciones o en los m¨¢s diversos espacios arquitect¨®nicos y urbanos. Ha respondido as¨ª con el desorden a sus estructuras funcionales, o alter¨¢ndolos mediante el uso de proyecciones de diapositivas o de violentos dibujos en las paredes, o diseminando por los suelos distintos objetos y materiales en un marco de patente austeridad. En un texto escrito a prop¨®sito del Relevalor, una especie de cinta transportadora que no transporta nada y que recorre las oficinas de un banco de Hannover, Harald Szeeman calificaba el trabajo de Spitzer de "sublime y trivial". Seguramente ten¨ªa raz¨®n.