El Jarama
Los r¨ªos son el espejo del alma colectiva. A mediados de siglo, Rafael S¨¢nchez Ferlosio pudo describir un Jarama de bullanga anodina y tortilla de patatas, y empanada mental, porque as¨ª era Espa?a. A finales de milenio, el Jarama no tiene quien lo describa: las aguas se remansan en lagunas morb¨ªficas, las tumbonas y mesas plegables del ¨²ltimo verano asoman su osamenta entre las dunas de las graveras y los sapos son los pr¨ªncipes sin encanto de un reino de cuento posnuclear.En otro tiempo, la del Jarama fue una vega generosa. Nuestros antepasados andaban entonces en taparrabos y buscaban su arrimo para cazar; muy bien les deb¨ªan de ir las cosas cuando, adem¨¢s de procurarse el sustento, organizaban primitivas muestras de arte en las paredes de la cueva del Reguerillo. Comparados con nuestro siglo, los milenios siguientes ejercieron un impacto nulo en la zona. Hasta que llegaron los romanos.
Talamanca del Jarama era un lugar la m¨¢s de pr¨®spero en aquellos d¨ªas. La Nacional II de la ¨¦poca, la v¨ªa que conduc¨ªa de M¨¦rida a Zaragoza, atravesaba el r¨ªo por estos pagos, y como ya se sabe que los romanos acomet¨ªan las obras con dos mil a?os de garant¨ªa, el puente que tendieron permaneci¨® en pie incluso despu¨¦s de que aqu¨¦l modificara su cauce. Sin agua que llevarse a sus cinco ojos, fuera de ¨¦poca y de lugar, el puente sigue sirviendo a caminantes y ciclistas.
A. medio kil¨®metro del puente se alzan las murallas de Talamanca, o lo que queda de ellas. Quien se anime a pasear hilvanando los lienzos dispersos, desde la entrada septentrional hasta la puerta de la Tostonera, har¨¢ bien en reflexionar sobre los vaivenes de la historia. Talamanca, que fue fortificada por el mismo caudillo que fund¨® Madrid -Muhaminad I- y que hasta bien entrada la edad moderna se parangon¨® con ella, es ahora un pueblo que frisa los mil habitantes.
El principio del fin
La expulsi¨®n de los moriscos en el XVII supuso el principio del fin de Talamanca. A¨²n hoy, dos de las tres joyas que engalanan la poblaci¨®n intramuros fueron labradas por aquellos alarifes que sembraron Castilla de templos. Se trata del ¨¢bside de los Milagros, en la plaza Mayor, y del ¨¢bside rom¨¢nico de la iglesia de San Juan, ambos probablemente . del siglo XIII. La otra joya de la que se ufanan los talamanqueses es la Cartuja. Si les pregunta, le dir¨¢n que no menos de la tercera parte de las pel¨ªculas de ¨¦poca espa?olas han sido rodadas en este edificio levantado por los monjes de El Paular en el XVII para granero de sus cosechas.El pr¨®ximo pueblo en el camino es Valdetorres del Jarama. Una iglesia con estupenda portada plateresca y un par de mesones son todo lo que el lugar puede ofrecer al curioso. M¨¢s adelante, Fuente el Saz se recorta sobre la llanura de cereales. Desde aqu¨ª, todos los senderos llevan al Jarama.
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