Los ocho ojos
Con lo bien que me ca¨ªa usted, don Antonio, por la cosa mediterr¨¢nea y otros detalles de humanidad, incluida su afici¨®n a la Filolog¨ªa y ese tono discreto que utiliza para hablar de los dramas de las c¨¢rceles y el terrorismo, temas que torea prudente y sibilino como hermano marista, que no asimilo su pro puesta de colocar desde Interior ocho c¨¢maras por calle y un circuito cerrado de televisi¨®n en barrios con ¨ªndice de delincuencia, con el fin de ahorrar agentes a pie de patio, ayudar al esclarecimiento de delitos y servir "como elemento disuasorio". Pudiera ser torpeza de mi parte, mala interpretaci¨®n de un Orwell (1984) trasnochado. ?Con lo que gusta al personal verse en las c¨¢maras del Vips y de Caja Madrid con la gafita y el flequillo, ahora que salen televisados espont¨¢neos perseguidores de ausentes y huidos, a mostrar su caza ante la l¨¢grima de testigos que expulsan sus demonios con la miseria ajena! ?Por qu¨¦ no vamos a tener los del distrito Centro una c¨¢mara en el portal como el del cuerpo diplom¨¢tico de Puerta de Hierro? Es posible que, incluso, de tanto salir por la pantalla, los grabados parezcan como de la familia, m¨¢s pr¨®ximos y angelicales que al natural. Y aunque el trasnochador lleve una falta leve en su expediente, puede que un d¨ªa, si alguno de los habituales no madruga, hasta reciba ¨¦ste la visita del m¨¦dico de cabecera (control del bienestar) y el muchachito flaco vitaminas; mejorar¨ªa la est¨¦tica del barrio por la "percepci¨®n visual" (no s¨®lo van a tener bi¨®grafos los cuellos de la banca y Miguel de Cervantes). Y otras beldades. Que ya no es lo de la porra y el caballo, como cuando Carrero (una antigualla -dir¨ªa usted-, como Orwell, comparada coja la eficacia del madero moderno), sino un divino ojo que limpiar¨¢ Madrid de delincuentes de menudo y, de paso, entrara en la intimidad de cada ciudadano a toda cinta para hacemos saber -?qu¨¦ providencia!- que si Dios castigaba con el dedo, no con el brazo entero, que estaba mal vista la gesticulaci¨®n en el Antiguo Testamento, hoy lo har¨¢ la c¨¢mara. Pero, por mucho que se empe?e, no ser¨¢ el bello El ojo de la aguja, del maestro Carlos Bouso?o, reci¨¦n alumbrado de suprema armon¨ªa, lo que nos pondr¨¢ usted, sino un brutal hocico inquisidor por el que seremos, l¨²cido el poeta, "miserablemente arrojados, / marcados, esclavizados / por una oculta mano, como un duro / e inexorable sino creciente / de poder y de sombra".
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