?Aaaagggg!
Todo el d¨ªa oyendo esos grititos. Por doquier: en el taxi, en el restaurante, en el diario, en casa, finalmente. A todas horas, los grititos, conceptualmente estrechos como un silbido conceptual, pero tan agudos, del joven llamado a regir los destinos de Espa?a. ?Por qu¨¦ grita tanto? A med¨ªas con la aritm¨¦tica parlamentaria, medias con la iron¨ªa, con la verdad medias, ese joven demediado parece no tener m¨¢s ocurrencia que el gritito. Eso y el repiqueteo, ni siquiera r¨ªtmico, de sus colegas de partido sobre los pupitres. Estamos, ciertamente, ante todo un programa pol¨ªtico. Han de probarlo los taqu¨ªgrafos del Congreso: a falta de sustantivos, deben de estar buscando todav¨ªa los signos de exclamaci¨®n sobre los teclados. Una vez escuch¨¦ c¨®mo una se?ora, cat¨®lica y serena, le aconsejaba dulcemente al se?or Puente Ogea, otro grit¨®n: "Gonzalo, ?por qu¨¦ no lo dices m¨¢s bajito? Si hace m¨¢s da?o...".Sin embargo, me temo que esa se?ora y el punto de vista que representa van de baja. Estamos ya definitivamente instalados en la cultura de la tertulia medi¨¢tica -recorran el dial por la ma?ana: s¨®lo se escuchan grititos-, en el ocaso melodram¨¢tico, vacuo y vergonzante del "m¨ªreme usted a los ojos". Eso, "m¨ªreme usted a los ojos", es lo que le dijo el se?or Hern¨¢ndez Molt¨®, socialista, al se?or Mariano Rubio el otro d¨ªa en el Parlamento, en un discurso mucho m¨¢s corrupto que la corrupci¨®n que denunciaba. La impiedad, esa propiedad de los d¨¦biles, de los atormentados... El gritito corajudo: esa estafa. ?M¨¢s gr¨ªtitos?: escuchad al fiscal: "Mariano Rubio ir¨¢ probablemente a la c¨¢rcel". ?El fiscal! ?El fiscal jefe de Madrid, don Mariano Fern¨¢ndez Bermejo, el que. instruye el caso! Perdonadme el gritito: soy un hombre de mi tiempo.
Nada que hacer. Espa?a es hoy una interjecci¨®n. Como en las mejores ¨¦pocas.
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