El abono
El aficionado busc¨® en ese lugar secreto, sac¨® la tarjeta de abonado guardada como oro en pa?o y se meti¨® en la cola para comprar entradas para la Feria de San Isidro. Bueno, y para esa absurda Feria de la Comunidad que la precede, ya que si quieres mantener el abono te obligan. Nuestra Comunidad, propietaria del coso, ya no considera a la fiesta como un bien p¨²blico. Ahora s¨®lo busca dinero.Durante la espera se acerc¨® un hombre y pregunt¨®: "?Quiere vender el abono?". Le contest¨® un gallego que llevaba tel¨¦fono inal¨¢mbrico. "Quiero comprar". El primero pregunt¨®: "?Qu¨¦ entradas quiere comprar, se?or?". Efectivamente, estos buitres ya tienen mucho papel, volver¨¢n a hacer su agosto ante la indiferencia de la autoridad. ?Autoridad? Si no la hay en las c¨²pulas de la Guardia Civil y del Banco de Espa?a, ?c¨®mo la va a haber en los toros? Los toros siempre han reflejado la sociedad de su alrededor. Tambi¨¦n se notaba esto en las dos colas: una para pagar en efectivo, la otra -la m¨¢s larga- con tarjeta de cr¨¦dito. Desde la taquilla se o¨ªa el chasquido de las impresoras conectadas con los ordenadores que emiten las entradas. La fiesta m¨¢s brava se ha informatizado.
Los aficionados charlaban. Hubo acuerdo en que la empresa hab¨ªa vuelto a tomarnos el pelo, a pesar de su acostumbrada afirmaci¨®n de que ¨¦sta es la mejor feria que jam¨¢s ha organizado. Acuerdo tambi¨¦n en que Joselito y su apoderado son unos frescos. "Es la feria del morbo", observ¨® un castizo. "Habr¨¢ que ver c¨®mo se recibe a Palomo, Ojeda, Julito Aparicio y Jesul¨ªn". Dentro del sempiterno cabreo de la afici¨®n, todo marchaba amablemente hasta que un se?or se lament¨® de la ausencia de determinado torero. De repente se hizo un silencio glacial: ese torero es un petardo, y sutilmente los dem¨¢s taur¨®filos le dimos la espalda a aquel se?or.
Miramos hacia las obras que se han comido el terreno donde se aparcaban los coches de los peces gordos y los pol¨ªticos en tarde de toros. Vimos pasar a madrile?os que no compraban entradas. ?C¨®mo pueden vivir sin toros? Bueno, a lo mejor saben que el abono tan s¨®lo da derecho a grandes dosis de bichos flojos y vulgares pegapases, que en pocas tardes florecer¨¢ el verdadero arte. Es igual. El aficionado lleg¨® a taquilla, present¨® la tarjeta de abono y pag¨®. La impresora escupi¨® 30 boletos llenos de ilusi¨®n.
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