La pesadilla
Temo que estamos cayendo todos en la histeria colectiva. Si se presta o¨ªdos a ciertas voces (no s¨®lo de la oposici¨®n, sino de la prensa tambi¨¦n), habr¨¢ que deducir que estamos atravesando la peor crisis de la reciente historia de Espa?a. Y las exageraciones son a veces tan histri¨®nicas que bordean el rid¨ªculo. Lo cual tampoco tendr¨ªa mayor importancia (pues estamos demasiado acostumbrados al extremismo de tantos profesionales de la hip¨¦rbole) de no ser porque resulta contagioso, amenazando con contaminar a toda la opini¨®n p¨²blica. Y creo que nos conviene olvidar los melodramas folletinescos y recuperar la ecuanimidad, pues los ¨¢rboles de la corrupci¨®n no nos dejan ver el bosque de los acontecimientos con suficiente claridad. Es decir, el estridente chirrido de la actualidad m¨¢s inmediata nos est¨¢ impidiendo reconsiderar los hechos con suficiente perspectiva hist¨®rica.Contemplados cr¨ªticamente a la distancia, con fr¨ªo desapasionamiento de entom¨®logo, los hechos actuales parecen otra cosa. Ante todo, si los comparamos con otros problemas nacionales de verdadera magnitud f¨ªsica (el desempleo juvenil o la destrucci¨®n del tejido industrial, por ejemplo), no hay aut¨¦nticos da?os reales (al margen de la estafa al erario p¨²blico), por lo que la alarma podr¨ªa parecer puramente subjetiva o imaginaria: un falso problema, destinado a distraer la atenci¨®n de otras cuestiones m¨¢s graves. Pero naturalmente no es eso todo, pues se trata de una crisis real: pero una crisis de opini¨®n, de creencias, de confianza, y no una crisis de hechos materiales. Lo cual modifica sustancialmente la forma de enfrentarse a ella. Ante una crisis material, como pueda ser una cat¨¢strofe u otra emergencia fisica, hacen falta hombres de acci¨®n, capaces de intervenir decidida e inmediatamente en la realidad. Pero ante una crisis de confianza, que es como un globo hinchado hasta la pesadilla, no hay hombre de acci¨®n que pueda intervenir fisicamente, desinflando su imaginaria realidad: las pesadillas no tienen m¨¢s escapatoria que el despertarse de ellas.
?C¨®mo pilotar una crisis de confianza? Creo que el estilo adoptado por la oposici¨®n y ciertos l¨ªderes de opini¨®n, que es el obstinarse a pi?¨®n fijo en pedir machaconamente que rueden todas las cabezas socialistas, empezando y terminando por la m¨¢s alta, sin ninguna otra alternativa, est¨¢ destinado a fracasar. Por el contrario, ante las crisis de confianza hay que ser mucho m¨¢s sutil, pues la clave reside en la multiplicidad de respuestas posibles y en el don de la oportunidad: hay que saber esperar a que la crisis madure y, en el momento preciso, acertar con la mejor salida, que suele ser la menos costosa. ?Y no es ¨¦sta la estrategia intuitivamente escogida por Gonz¨¢lez: la de administrar cuidadosamente el suspense de si rodar¨¢n cabezas o no lo har¨¢n, de si ¨¦l dimitir¨¢ o no dimitir¨¢, jugando con las inciertas expectativas de la opini¨®n p¨²blica y esperando que se desinfle la pesadilla?
Se ha comparado la crisis actual con la del final de la UCD. Y parece cierto que asistimos a la fase terminal del ciclo pol¨ªtico socialista, cuando Gonz¨¢lez y los suyos de ben someterse a juicio p¨²blico y rendir cuentas. Pero en 1981 hab¨ªa una crisis real de gobernabilidad (simbolizada por el intento de golpe de Estado) que hoy no se da en absoluto, pues hoy s¨®lo hay crisis de alarmismo y maledicencia. Sin duda se trata de una crisis positiva, pues las instituciones democr¨¢ticas, para fortalecerse y arraigar, necesitan enfrentarse a experiencias cruciales como ¨¦stas. Pero para que esta crisis de inmadurez sea superada con ¨¦xito es preciso que nuestro civismo democr¨¢tico salga fortalecido, y no debilitado, de ella. Lo cual depende tanto del poder socialista (de la honestidad con que rinda cuenta por todos sus errores y culpas) como de la oposici¨®n y la prensa (que no pueden seguir encalleci¨¦ndose en el resentimiento y la delaci¨®n sumaria). En suma, el Titanic socialista est¨¢ hundi¨¦ndose, pero su capit¨¢n no debe abandonar el barco hasta que todo el pasaje, y su tripulaci¨®n con ¨¦l, se hayan salvado moralmente, redimiendo sus penas: s¨®lo en tonces tendr¨¢ derecho a dimitir o retirarse, aguardando a que la historia le absuelva.
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