Limpieza de sangre
Es tan paranoide la neurosis de delaciones restallando cada d¨ªa, que ahora parece como si todos los socialistas (y dem¨¢s compa?eros de viaje que venimos apoyando su proyecto) resultasen sospechosos de corrupci¨®n. No es extra?o que se hable de macartismo, de caza de brujas y de inquisici¨®n, pues, en efecto, aunque no seas militante del PSOE, basta con que alguna vez hayas opinado en p¨²blico a su favor para que ahora se te mire con suspicacia por los pasillos de tu trabajo, hasta tal punto que te sientes tentado de ir con la fotocopia de tu declaraci¨®n de la renta por delante, para que act¨²e de p¨²blico sambenito capaz de certificar la probanza de tu limpieza de sangre. Y es tanta la presi¨®n acusadora que te rodea que empiezas a sentirte culpable de filosocialismo, y te sientes forzado a pasarte a las filas de los delatores, a fin de recuperar el reconocimiento de tus semejantes. Pues se da la curiosa paradoja, en efecto, de que hasta los m¨¢s malos de la pel¨ªcula (como son Rubio, Rold¨¢n, De la Rosa o Conde) se convierten en buenos en cuanto pasan a ser testigos de cargo contra el PSOE.No se sabe qu¨¦ produce m¨¢s verg¨¹enza (o bochorno, como dice Gonz¨¢lez): si la criminal supercher¨ªa con la que se ha delinquido en nombre del socialismo (y aqu¨ª el caso Filesa parece moralmente m¨¢s grave que el caso Rold¨¢n) o el antes impensable delirio paranoico con que se persigue y acorrala a los sospechosos, sumariamente considerados como corruptos por el solo hecho de ser delatados como socialistas. Y es tal la fobia antisocialista que, inevitablemente, recuerda a la persecuci¨®n que los cristianos viejos emprendieron a fines del siglo XV contra los judeoconversos, acus¨¢ndolos de marranos, infieles y corruptos. Pero, como es sabido, la fidelidad a la fe religiosa no era m¨¢s que una excusa, pues la verdadera causa de la persecuci¨®n contra los cristianos nuevos era la envidia, el rencor y el resentimiento que despertaba su empinamiento social: lo que se les reprochaba, en realidad (como sucede hoy con los socialistas acusados de convertirse a la judaica cultura del pelotazo), era que hab¨ªan medrado, ascendiendo socialmente por encima de los dem¨¢s. Por eso, los cristianos viejos m¨¢s airadamente perseguidores eran los ricos de toda la vida (hoy representados por los inquisidores del PP, que contin¨²an la cruzada antijudaica del franquismo) y, simult¨¢neamente, los m¨¢s pobres (que hoy abanderan los inquisidores comunistas), socialmente cegados por el agravio comparativo que les dictaba su nietzscheano resentimiento.
?Hay algo de cierto en esto? Creo que conviene distinguir. La mayor parte de la neurosis f¨®bica desatada contra los socialistas se debe a pura mezquindad: la clase pol¨ªtica socialista ha medrado mucho y a todos nos irrita su hortera papanatismo. Pero el arribismo no es delito, por mucho que repugne al conformismo estamental que desea poner a cada cual en su lugar establecido. Sin embargo, en todo esto hay algo m¨¢s, que s¨ª debe ser perseguido: y es que, cuando en 1982 llegan los socialistas, invaden y colonizan todas las instituciones con un ej¨¦rcito improvisado de militantes y mercenarios, cuya integridad profesional y escrupulosidad en el cumplimiento de las leyes estaba entonces todav¨ªa por comprobar. Pues bien, hoy sabemos que una parte importante de la clase pol¨ªtica socialista, cuya proporci¨®n relativa es por el momento imposible de determinar (al impedirlo la c¨²pula del PSOE), ha delinquido, al explotar ilegalmente (en su propio inter¨¦s o, lo que es peor, en el de su partido) las instituciones ocupadas. A esto no hay derecho, y menos en nombre del socialismo. Pero lo peor es que refuerza la inercia hist¨®rica que desde el siglo XIX ha permitido el saqueo de las instituciones conforme se suced¨ªa el turno de los partidos en el poder. ?Qu¨¦ pasar¨¢ cuando los posfranquistas del PP echen a los socialistas y entren a saco en las instituciones? Es de temer no s¨®lo que su saqueo sea peor que el actual, sino que adem¨¢s lo encubran con una campa?a de depuraci¨®n antisocialista, exigiendo, como en el siglo XVI, estatuto de probanza que certifique limpieza de sangre.
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