Vindicaci¨®n de los fantasmas.
La obra m¨¢s divertida y genial sobre el ambiente madrile?o del siglo XVIII es rigurosamente omitida en la exposici¨®n y venta de libros sobre Madrid que se est¨¢ celebrando en el paseo del Prado. Se trata de Visiones y visitas de Torres con don Francisco de Quevedo por la Corte, de Diego de Torres Villarroel. En ninguna caseta se da noticia de esta joya, aunque est¨¢ editada en la colecci¨®n Cl¨¢sicos Castellanos de Espasa Calpe.Esta bochornosa ausencia es a¨²n m¨¢s sangrante porque ahora se cumplen 300 a?os del nacimiento de Torres (Salamanca, 1694-1770). Adem¨¢s de ser uno de los escritores m¨¢s brillantes y mordaces de nuestra literatura, Torres ejerci¨® de catedr¨¢tico de Matem¨¢ticas en la Universidad de Salamanca (cuando la matem¨¢tica era considerada pr¨¢cticamente como una de las ciencias ocultas), astr¨®logo (predijo la Revoluci¨®n Francesa con 50 a?os de antelaci¨®n), torero, ermita?o, bailar¨ªn, coplero, cl¨¦rigo, vendedor ambulante, m¨¦dico, periodista, meteor¨®logo, hidr¨®logo y experto en apicultura.
En Visiones y visitas, Torres resucita al fantasma de su maestro Quevedo y lo lleva a recorrer Madrid: se introducen en los puestos de rosol¨ªes, mistelas y aguardientes de la Red de San Luis; topan con los petimetres de la carrera de San Jer¨®nimo y masacran despiadadamente a "un mozo puta, amolado en hembra, lamido de gambas"; se juntan en Carretas con danzantes y m¨²sicos ("el costado m¨¢s alegre de los cuatro que tiene la locura"); entran en los corrales de comedias; presencian borracheras ecum¨¦nicas ("los infantes se cr¨ªan a los pechos de las cubas, los j¨®venes repiten el vino como el agua y las mujeres lo cuelan como el chocolate"). No se libran de sus s¨¢tiras la jaur¨ªa de boticarios, sastres, prestamistas, libreros, cocineros, zapateros y dem¨¢s oficios populares de aquel tiempo.
Torres Villarroel es a la literatura lo que El Bosco a la pintura. El desconocimiento de su obra se debe a incomprensiones seculares y malos quereres, fruto de ignorancia institucional y cultura inquisitorial. Si en el tercer centenario de su nacimiento ni siquiera en el Madrid festivo se expone su magistral retrato de la Villa, la cosa no tiene remedio. Algo parecido ocurre con Quevedo, cuya casa de la calle de la Madera fue derruida hace seis o siete a?os para construir un bloque de apartamentos.
Diego de Torres Villarroel, pase¨¢ndose por el foro dieciochesco con el alma de Quevedo, dio una lecci¨®n de literatura y un aviso: en una ciudad, los fantasmas tienen tanta vida o m¨¢s que muchos vivos. Don Francisco y don Diego siguen de farra por las verbenas. El caso es dar con ellos.
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