So?ar el toreo
Fue el toreo so?ado. Fue el toreo que los diestros con torer¨ªa intensa rumian en las duermevelas de las corridas, cuando se amalgaman en los vericuetos del pensamiento los sue?os de gloria y los presagios de tragedia. As¨ª fue, como un sue?o, el toreo cumbre que recre¨® Julio Aparicio ante el asombro de la c¨¢tedra, en el centro geom¨¦trico del redondel.
Fue tambi¨¦n el toreo que hab¨ªa so?ado la afici¨®n. El toreo perfecto, el toreo m¨¢gico; la suma y compendio de cuantos retazos de toreo profundo, emotivo y bello se hayan podido ver en toda una vida de aficionado. Aquellos muletazos de dominio, aquellos pases de suavidad infinita, la galanura de las trincherillas y de los cambios de mano, los naturales en su expresi¨®n m¨¢s pura, los redondos convertidos en exquisitez; el broche deslumbrante de las suertes cabalmente ligadas, resuelto mediante el revoloteo jubiloso del pase de pecho el embrujo del ayudado; la estocada en la cruz a volapi¨¦ neto, volc¨¢ndose el matador sobre el morrillo del toro. Todos esos retazos de la tauromaquia excelsa —con marca exclusiva y autor¨ªa precisa cada cual—, que se hubieran llegado a ver en toda una vida de aficionado y se manten¨ªan frescos en el recuerdo, de repente se ensamblaban y fund¨ªan convertidos en una sola y monumental creaci¨®n art¨ªstica, en el centro geom¨¦trico del redondel de Las Ventas.
Gonz¨¢lez /Ortega, Aparicio, Jesul¨ªn
Museo del Prado. Paseo del Prado. Madrid. Hasta mediados de julio.
Tres primeros toros de Gonz¨¢lez S¨¢nchez-Dalp (tres fueron rechazados en reconocimiento), 1¡ã inv¨¢lido, resto manejables
Tres de Alcurruc¨¦n, boyantes; 5¡ã, de excepcional nobleza. Todos con trap¨ªo.
Ortega Cano: cuatro pinchazos bajos y estocada corta atravbesada (pitos); estocada (silencio)
Julio Aparicio, que confirm¨® la alternativa: estocada corta (silencio); gran estocada (dos orejas y dos clamorosas vueltas al ruedo); sali¨® a hombros por la puerta grande. Jesul¨ªn de Ubrique: pinchazo bajo, media trasera y descabello (algunas palmas): estocada corta trasera descaradamente baja, cinco descabellos y se tumba el toro (pitos).
Plaza de Las Ventas, 18 de mayo
5? corrida de feria. Lleno.
Julio Aparicio fue el creador. Ocurri¨® de s¨²bito. Trasteado el toro en unos armoniosos pases de tanteo, debi¨® venirle de golpe la inspiraci¨®n, corri¨® al centro geom¨¦trico del redondel, cit¨® desde esa distancia, embarc¨® al toro que acud¨ªa vivo y fijo a tranco alegre, y de ah¨ª en adelante obr¨® el prodigio de transfigurar el toreo t¨¦cnicamente perfecto en una explosi¨®n de fantas¨ªa.
?Qu¨¦ locura, entonces! El p¨²blico pas¨® del pasmo al delirio.
La plaza se ven¨ªa abajo. Consumada la creaci¨®n art¨ªstica, el torero deambulaba crepuscular por el ruedo vente?o, flotando en la nube de su propia gloria. Ajeno y aturdido, se sent¨® en el estribo de la barrera y all¨ª rompi¨® a llorar. Quiz¨¢ ni oy¨® el estruendo de la afici¨®n, que le aclamaba ?torero, torero! Y qu¨¦ parecido pod¨ªa tener aquella faena cumbre con el resto de la corrida? ?Qu¨¦ parecido con el pegapasismo habitual de las figuras de la profesionalidad y los ep¨ªgonos de la finura? "?Pi¨¦rdele pasos!", les gritan a estos genios sus banderilleros en cuanto pegan un derechazo al aligu¨ª con el pico de la muleta, y van, y se apresuran a perderlo; no uno: dos, o quince. Hay hasta quien pone pies en polvorosa. Para perder pasos no hay ni bochornos ni l¨ªmites.
Los ensalzadores de la profesionalidad y la finura le prestan car¨¢cter de norma a este truco y pretenden justificarlo diciendo que no es hu¨ªda sino parto florido de la inteligencia privilegiada del autor, que consigue as¨ª incrementar el recorrido del toro. Pero es mentira. Es mentira toda. Ni los toreros incapaces de ligar dos pases son premios Nobel, ni se produce ese incremento; antes al contrario. Jesul¨ªn de Ubrique estuvo empleando la artima?a con tenaz insistencia y pod¨ªa apreciarse c¨®mo corr¨ªa m¨¢s que el toro.
Ortega tiraba l¨ªneas
Ortega Cano, que conoce el toreo aut¨¦ntico y lo ha practicado muchas veces, en esta ocasi¨®n ti raba l¨ªneas, ten¨ªa presto el pie para distanciarse de las embestidas, se aliviaba con el pico. Est¨¢ en bajas horas laborales y art¨ªsticas, el hombre. El mismo Aparicio no le hizo toreo alguno al toro de su confirmaci¨®n de alternativa. En realidad habr¨ªa sido imposible porque ese toro llevaba encima un coloc¨®n de abrigo, y ¨²nicamente le habr¨ªa sentado bien al cuerpo una abundante raci¨®n de metadona.
La corrida era un petardo, como tantas otras, con los picos de las muletazas inquietas, los zapatillazos sonoros, toreros perdiendo pasos o correteando por all¨ª sin ning¨²n reparo. Hasta que Julio Aparicio obr¨® el milagro del arte, reverdeci¨® el toreo puro y lo interpret¨® quieto, relajado, sin perder paso ninguno. Y no s¨®lo eso sino que lo ganaba en el ejercicio de la ligaz¨®n de los pases, entrando decidido en el terreno del toro para embeberlo en la pa?osa.
A hombros sacaron a Julio Aparicio por la puerta grande, que es la puerta de Madrid. A hombros de una multitud enfervorizaba y baj¨® el clamor de las ovaciones, los piropos, los gritos de ?torero! Nadie quer¨ªa abandonar su localidad. Pero finalmente la abandonamos todos. La verdad es que iban a cerrar la plaza y no era cuesti¨®n de que darse all¨ª la noche entera, rumiando al sereno el gusto que hab¨ªa dado ver torear como Dios manda.
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