La perdici¨®n de la lectura
Vivimos entre alarmantes estad¨ªsticas sobre la decadencia de los libros y exhortaciones enf¨¢ticas a la lectura, destinadas casi siempre a los m¨¢s j¨®venes. Hay que leer para abrirse al mundo, para hacemos m¨¢s humanos, para aprender lo desconocido, para aumentar nuestro esp¨ªritu cr¨ªtico, para no dejarnos entontecer por la televisi¨®n, para mejor distinguimos de los chimpanc¨¦s... Conozco todos los argumentos porque los he utilizado ante p¨²blicos diversos: no suelo negarme cuando me requieren para campa?as de promoci¨®n de la lectura. Sin embargo, realizo tales arengas con un remusguillo en lo hondo de mala conciencia. Son demasiado sensatas, razonan en exceso la predilecci¨®n fulminante que hace ya tanto encamin¨® mi vida: convierten en propaganda de un master lo que s¨¦ por experiencia propia que constituye un destino, excluyente, absorbente y fatal.Dice excelentemente Manlio Sgalambro (Del pensare breve): "No se trataba, en aquel tiempo, de leer como si eso fuera un medio para formarse, detestable uso del libro. No era s¨®lo un modo de existir". Exactamente. Y el cambio sufrido en nuestros d¨ªas no es cuantitativo (leer m¨¢s o menos libros), sino cualitativo: "Lo que fue un modo de ser es hoy s¨®lo un comportamiento: se leen libros, eso es todo". Algunos entramos un d¨ªa en los libros como quien entra en una orden religiosa, en una secta, en un grupo terrorista. Peor, porque no hay apostas¨ªa imaginable: el efecto de los libros s¨®lo se sustituye o se alivia mediante otros libros. Con raz¨®n los adultos que se encargaron de nuestra educaci¨®n se inquietaban ante esa afici¨®n sin resquicios ni tregua, con temibles precedentes morbosos... tambi¨¦n literarios: ?el s¨ªndrome de don Quijote! De vez en cuando se asomaban a nuestra org¨ªa para reconvenimos: "?No leas m¨¢s! ?Estudia!". Ahora es com¨²n la confusi¨®n entre leer y estudiar, quiz¨¢ alentada por bienintencionadas campa?as pedag¨®gicas, Y es que los verdaderos libertinos buscan su goce, no hacer pros¨¦litos: todo af¨¢n misionero es puritano. Si el libertino logra c¨®mplices es s¨®lo por contagio, no mediante sermones.
Ser por los libros, para los libros, a trav¨¦s de ellos. Perdonar a la existencia su b¨¢sico trastorno, puesto que en ella hay libros. No concebir la rebeld¨ªa pol¨ªtica ni la perversi¨®n er¨®tica sin su correspondiente bibliograf¨ªa. Temblar entre l¨ªneas, dar rienda suelta a los fantasmas cap¨ªtulo tras cap¨ªtulo. Emprender largos viajes para encontrar lugares que ya hemos visitado subidos en el bajel de las novelas: desde?ar los rincones sin literatura, desconfiar de las plazas o las formas de vida que a¨²n no han merecido un poema. Salir de la angustia leyendo; volver a ella por la misma puerta. No acatar emociones analfabetas. En eso consiste la perdici¨®n de la lectura.
Es algo que nos da intensidad al precio de limitamos mucho, desde luego: no hay intensidades gratuitas. Los libros funcionan a costa de nuestra energ¨ªa. Somos su ¨²nico motor, a diferencia de lo que ocurre con televisores, v¨ªdeos y fon¨®grafos. En la habitaci¨®n vac¨ªa puede seguir encendido el televisor o sonar la m¨²sica, pero el libro queda inerte sin su lector. De ah¨ª la peculiar excitaci¨®n y fatiga anticipada que sentirnos al entrar en una biblioteca (pero no en un almac¨¦n de v¨ªdeos): se nos propone una tarea, no se nos ofrecen diversos espect¨¢culos. Por eso al promocionar la lectura callamos p¨²dicamente el riesgo de sus excesos, de los que somos devotos. ?Somos? Quiz¨¢ ya no. Lo que parece haberse perdido no es el h¨¢bito aplicado de leer, sino la ind¨®cil perdici¨®n de anta?o. Ante los educandos, uno repite los valores formativos e informativos de los libros, para no asustar. Pero se calla lo importante, la confidencia de Manlio Sgalambro: "Puede que s¨®lo por eso merezca la pena existir, por leer un libro, por ver los inmensos horizontes de una p¨¢gina. ?La tierra, el cielo? No, s¨®lo un libro. Por eso, muy bien se puede vivir".
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