Tras la fiesta de Normand¨ªa
Bor¨ªs Yeltsin no se ha enfadado por no haber sido invitado a la grandiosa conmemoraci¨®n del desembarco de Normand¨ªa. Pero los dem¨¢s rusos son m¨¢s susceptibles, sobre todo los que vivieron la guerra. Las im¨¢genes de las celebraciones del D¨ªa D, retransmitidas por la televisi¨®n rusa, reavivaron muchos rencores entre los veteranos del frente del Este. Clinton y Mitterrand mencionaron los m¨¦ritos de esos hombres con la boca peque?a y sin reconocer que el desembarco s¨®lo fue posible porque las mejores divisiones de la Wehrmacht se encontraban en el frente ruso. Si los alemanes las hubieran tenido en Francia, los aliados ni siquiera habr¨ªan pensado en lanzar su flota contra las playas normandas. Hace 10 a?os, en 1984, Ronald Reagan aprovech¨® el cuadrag¨¦simo aniversario del acontecimiento para prometer a los europeos que les defender¨ªa del "imperio del mal", dirigido por el insignificante Konstant¨ªn Chernenko. Pero, una vez desaparecida esta amenaza, ?no ser¨ªa hora de acabar tambi¨¦n con la guerra fr¨ªa en la historiograf¨ªa? La apropiaci¨®n exclusiva de la victoria por parte de muchos estadounidenses -"nosotros salvamos Europa"- es jactanciosa y su pone una falsificaci¨®n. ?Y qu¨¦ decir de otros revisionistas, en Alemania y en otros pa¨ªses, que pretenden que el germen de la reconciliaci¨®n europea ya exist¨ªa en 1944 y q ue una paz separada con Rommel habr¨ªa permitido evitar tanto la Operaci¨®n Overlord como los 40 a?os de guerra fr¨ªa?
Las personas que escriben estas especulaciones, si es que lo hacen de buena fe, desconocen lo que fue el nazismo y los cr¨ªmenes aterradores que cometi¨® en toda Europa. De ah¨ª naci¨® la exigencia de fa capitulaci¨®n incondicional de Hitler y su ej¨¦rcito. En ese punto, ning¨²n ruso ni ning¨²n ingl¨¦s estaban dispuestos a transigir. Aquella guerra era realmente una "lucha a muerte", como cant¨¢bamos en Rusia, porque el Tercer Reich no quer¨ªa ni pod¨ªa dejar el m¨¢s m¨ªnimo espacio a cualquier civilizaci¨®n que no fuera la suya.
Me preguntan c¨®mo viv¨ª la jornada hist¨®rica del 6 de junio en Rostov del Don. No recuerdo c¨®mo nos enteramos de la gran noticia, pero s¨¦ que nos llen¨® de alegr¨ªa. Hab¨ªamos esperado durante dos a?os, todo 1942 y 1943, entre la espada y la pared, a que los aliados abrieran ese segundo frente en Europa. En aquel momento, no cre¨ªamos ya que el Ej¨¦rcito Rojo pudiera acabar con la Wehrmacht sin ese segundo frente. Las cosas s¨®lo cambiaron despu¨¦s de Stalingrado. Un ej¨¦rcito capaz de destruir 50 divisiones enemigas en una sola batalla se cura de golpe de cualquier complejo de inferioridad. Pero incluso as¨ª, fue necesario esperar a la primavera y el verano de 1943 para comprobar que los nuestros eran capaces de luchar con la misma brillantez sin la participaci¨®n del general invierno.
Tras la batalla de Kursk y de Orel, eso era cosa hecha. Por una curiosidad ling¨¹¨ªstica, en ruso, en lugar de decir "venceremos", se dice "la victoria estar¨¢ detr¨¢s de nosotros" (zanami). En 1944, en Rostov se bromeaba: "Ahora est¨¢ detr¨¢s, pero tambi¨¦n delante de nosotros" (pered nami). Pero tardaba en llegar y la vida en Rusia era dura, muy dura, al l¨ªmite de lo soportable. ?Qui¨¦n pod¨ªa no alegrarse al enterarse de que los aliados brit¨¢nicos, junto con los estadounidenses, hab¨ªan desembarcado por fin en el coraz¨®n Europa? ?Y con qu¨¦ brillantez, con qu¨¦ impresionante equipo! En un mensaje de felicitaci¨®n a Churchill, el propio Stalin subrayaba: "Hay que reconocer que la historia militar no conoce otra empresa comparable por su envergadura, su planificaci¨®n y su ejecuci¨®n". Ya no cab¨ªa duda: tanto en el Oeste como en el Este, los alemanes sufrir¨ªan la Blitzkrieg -guerra rel¨¢mpago- con que nos hab¨ªan golpeado al principio de la guerra.
Despu¨¦s de la alegr¨ªa lleg¨® una sorpresa casi incomprensible. Hab¨ªamos clavado en el mapa de Francia banderitas que indicaban las posiciones de los aliados, y esper¨¢bamos ir desplaz¨¢ndolas d¨ªa tras d¨ªa al mismo ritmo a que avanzaban nuestras tropas a lo largo de un frente que se extend¨ªa a lo largo de miles de kil¨®metros. Pero no: los comunicados aliados eran optimistas en cuanto a las p¨¦rdidas causadas al enemigo, pero nuestras banderitas no pod¨ªan avanzar demasiado. En junio y julio de 1944, el Ej¨¦rcito Rojo ya hab¨ªa liberado todos los territorios de la URSS, mientras que las fuerzas desembarcadas en Normand¨ªa parec¨ªan atascarse. Radio Mosc¨² difund¨ªa la nueva consigna: "Aplastad a la bestia nazi en su propia madriguera". En los muros de Rostov, un cartel mostraba una madre, muy digna y muy severa, con un ni?o en brazos, que se?alaba imperativamente hac¨ªa Berl¨ªn mostrando el camino a sus hijos soldados. Las buenas noticias del Oeste llegaban principalmente de Yugoslavia, y el nombre de Tito casi rivalizaba con los de Zhukov, Konev y los dem¨¢s mariscales sovi¨¦ticos. Pero no recuerdo que sospech¨¢ramos que los anglosajones estuvieran reteniendo sus fuerzas para que los rusos fueran los ¨²nicos en llevar el peso de aquella guerra mort¨ªfera. Esas versiones nacieron m¨¢s tarde, tras la ruptura de la gran alianza, cuando el desembarco de Normand¨ªa qued¨® reducido a dos o tres frases en los libros de historia sovi¨¦ticos, mientras en los manuales occidentales la batalla de Stalingrado sufri¨® una suerte semejante. Pero en Rostov eso no lo hab¨ªamos ni previsto ni deseado. Nos dec¨ªan que la alianza antifascista durar¨ªa y se mantendr¨ªa hasta mucho despu¨¦s de la victoria. No correspond¨ªa totalmente a lo que hab¨ªamos aprendido en el colegio sobre el declive del capitalismo y su sustituci¨®n por el socialismo, pero no ped¨ªamos que la historia cambiara de rumbo, s¨®lo que nos diera un breve respire. Justo lo suficiente para que los agradecidos aliados occidentales nos ayudaran a reconstruir el pa¨ªs y siguieran haciendo pel¨ªculas, ingenuas aunque simp¨¢ticas, sobre nuestra alegre vida y nuestro hero¨ªsmo y enviaran sus impresionantes camiones Studebaker y sus deliciosas conservas de carne de cerdo (la inolvidable svinnaya tushonka), transportados hasta nuestros puertos por los intr¨¦pidos marinos brit¨¢nicos.
Yo ya no estaba en Rusia cuando todo aquello acab¨®, casi de la noche a la ma?ana. Cuando volv¨ª a Rostov, varias d¨¦cadas despu¨¦s, el capitalismo salvaje ya invad¨ªa las vidas de los pocos compa?eros que encontr¨¦ all¨ª. No hab¨ªan salido ganando con ello, porque no ten¨ªan ni edad ni vocaci¨®n para lanzarse a la "batalla del mercado". Aunque marginados y desconcertados, no se arrepent¨ªan de su vida, y repet¨ªan con orgullo: "Fuimos nosotros quienes retorcimos el cuello al monstruo nazi, y siempre se nos honrar¨¢ por esa haza?a". Imagino que se sienten heridos al ver en las playas de Normand¨ªa a los veteranos occidentales, elegantes, pr¨®speros, mimados, con jubilaciones que les permiten viajar y jugar al golf. Sus ex compa?eros de armas rusos con los que confraternizaron en 1945 con ocasi¨®n del famoso "encuentro del Elba" ni siquiera ganan lo suficiente para comprar carne una vez por semana. Y no s¨®lo son pobres, cada vez son menos respetados. No s¨¦ si el diario de Rostov, Molot, habr¨¢ informado del sondeo publicado en Le Monde seg¨²n el cual en 1945 una gran mayor¨ªa de los franceses reconoc¨ªa que el Ej¨¦rcito Rojo hab¨ªa aportado la principal contribuci¨®n a la victoria, mientras que en la actualidad s¨®lo opina as¨ª el 27%.
Es obvio que la memoria evoluciona en funci¨®n de los acontecimientos actuales. Gracias a ello, los estadounidenses tienen la oportunidad de reescribir la historia en favor suyo al reducir la dimensi¨®n del pa
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