La magia imperdonable
A Miguel ?ngel Sol¨¢Maradona viene cometiendo desde hace a?os el pecado de ser el mejor, el delito de denunciar a viva voz las cosas que el poder manda callar y el crimen de jugar con la zurda, lo cual, seg¨²n el Peque?o Larousse ilustrado, significa "con la izquierda" - y tambi¨¦n significa "al contrario de como se debe hacer".
Maradona nunca hab¨ªa usado estimulantes en v¨ªsperas de los partidos, para multiplicarse el cuerpo. Es verdad que estuvo metido en la coca¨ªna, pero se dopaba en las fiestas tristes, para olvidar o ser olvidado, cuando ya estaba acorralado, por la gloria, y no pod¨ªa vivir sin la fama que no le dejaba vivir. Jugaba mejor que nadie a pesar de la coca¨ªna, y no por ella.
Desde que la multitud grit¨® su nombre por primera vez, cuando ¨¦l ten¨ªa 16 a?os, el peso de su propio personaje le hace crujir la espalda. ?ste es un hombre que lleva mucho tiempo trabajando de dios en los estadios, sometido a la tiran¨ªa del rendimiento sobrehumano, empachado de cortisona y analg¨¦sicos y ovaciones: acosado por las exigencias de sus devotos y el odio de sus ofendidos.
El placer de derribar ¨ªdolos es directamente proporcional a la necesidad de tenerlos. Hace a?os, en Espa?a, cuando Goicoechea le peg¨® de atr¨¢s y sin la pelota y lo dej¨® fuera de las canchas por varios meses, no faltaron fan¨¢ticos que llevaron en andas al culpable de este homicidio premeditado, y en todo el mundo sobraron gentes que celebraron la ca¨ªda del insolente sudaca muerto de hambre, intruso en las cumbres, charlat¨¢n estrepitoso, fanfarr¨®n y de mal gusto.
Despu¨¦s, en N¨¢poles, Maradona fue Madonna y san Genaro se convirti¨® en san Gennarmando. En las calles se vend¨ªan im¨¢genes de la divinidad de pantal¨®n corto, iluminada por el halo de la Virgen o envuelta en el mando sagrado del santo que sangra, y tambi¨¦n se vend¨ªan botellitas con l¨¢grimas de Berlusconi. Hac¨ªa 60 a?os que el N¨¢poles no ganaba un campeonato, ciudad condenada a las furias del Vesubio y a la derrota eterna en los campos de f¨²tbol, y gracias a Maradona el sur oscuro pudo vencer al norte blanco que lo despreciaba, copa tras copa, en Italia y en Europa. Cada gol era una revancha de la historia. En Mil¨¢n odiaban al culpable de tanta afrenta, lo llamaban "jam¨®n con rulos". No s¨®lo en Mil¨¢n: en el Mundial del 90, la mayor¨ªa del p¨²blico castigaba a Maradona con furiosas silbatinas cada vez que tocaba la pelota, y la derrota argentina ante Alemania fue celebrada como una victoria italiana.
Para entonces, ya hab¨ªa quienes le echaban por la ventana mu?ecos de cera atravesados de alfileres. Y estall¨® el esc¨¢ndalo de la coca¨ªna, que convirti¨® a Maradona a Maracoca, y la televisi¨®n retransmiti¨® en directo, como si fuera un partido, el ajuste de cuentas: toda Italia vio c¨®mo la polic¨ªa se llevaba preso al delincuente que se hab¨ªa hecho pasar por h¨¦roe. El proceso que lo conden¨® fue el m¨¢s r¨¢pido de la historia judicial de N¨¢poles.
Lo mismo ocurri¨®, m¨¢s tarde, en Buenos Aires. Detenci¨®n envivo y en directo, para deleite de quienes disfrutaron el espect¨¢culo del rey desnudo. "Es un enfermo", dijeron. Dijeron: "Est¨¢ acabado". El mes¨ªas convocado para redimir la humilla ci¨®n de los italianos del sur hab¨ªa sido tambi¨¦n el vengador de la derrota argentina en la guerra de las Malvinas, mediante ,un gol tramposo y otro gol fabuloso, que dej¨® a los ingleses girando como trompos por algunos a?os; pero a la hora de la ca¨ªda, Maradona no fue m¨¢s que un farsante pichicatero y puta?ero, que hab¨ªa traicionado a los ni?os y hab¨ªa deshonrado al deporte. Y hasta un fabricante de opini¨®n que el tiempo olvidar¨¢ en un ratito, para darse el lujo de decir que el inolvidable Maradona le daba l¨¢stima. Y lo dieron por muerto.
Los mismos periodistas que lo persegu¨ªan con los micr¨®fonos lo acusaban entonces, como ahora, de hablar demasiado. No les faltaba, ni les falta raz¨®n; pero eso no era, ni es, lo que no pod¨ªan ni pueden perdonarle: en realidad, no les gusta lo que dice porque cuando habla Maradona es tan incontrolable como cuando juega.
Este petizo ha tenido y tiene la costumbre de lanzar golpes hacia arriba. En M¨¦xico y en Estados Unidos, en el 86 y el 94, ha sido su voz la que m¨¢s fuerte ha denunciado a la dictadura de la televisi¨®n, que ha puesto al f¨²tbol a su servicio y obliga a jugar al mediod¨ªa, bajo un sol que derrite las piedras. Ha sido y sigue siendo Maradona el hombre de las preguntas insoportables: el jugador, ?es el mono del circo? ?Por qu¨¦ los jugadores no conocen las cuentas secretas de la FIFA, la todopoderosa multinacional del f¨²tbol? ?Por qu¨¦ no pueden saber cu¨¢nto dinero producen sus piernas? ?Por qu¨¦ nunca los jugadores han sido consultados por la FIFA a la hora de tomar decisiones? ?Por qu¨¦ se alteran las reglas del f¨²tbol sin que los jugadores puedan decir ni p¨ªo? Joseph Blatter, bur¨®crata del f¨²tbol que jam¨¢s ha pateado una pelota pero anda en limusinas de ocho metros y con ch¨®fer negro, se limit¨® a contestar: "El ¨²ltimo astro argentino fue Di Stefano".
Maradona resucit¨®, y estaba siendo otra vez, por lejos, lo mejor de este Mundial. Pero la m¨¢quina del poder se la ten¨ªa jurada. ?l le cantaba las cuarenta. Eso tiene su precio, y el precio se cobra al contado y sin descuentos. El propio Maradona regal¨® la justificaci¨®n por su tendencia suicida a servirse en bandeja en boca de sus muchos enemigos y esa irresponsabilidad infantil que lo empuja a precipitarse en cuanta trampa se abre en su camino.
Maradona se va. Ya el Mundial no ser¨¢ lo que ven¨ªa siendo. Nadie se divierte y divierte tanto charlando con la pelota. Nadie da tanta alegr¨ªa como este mago que baila y vuela y resuelve partidos con un pase imposible o un tiro fulminante. En el fr¨ªgido f¨²tbol de fin de siglo, que exige ganar y proh¨ªbe gozar, se va el hombre que nos demostraba que la fantas¨ªa puede tambi¨¦n ser eficaz.
Nos hemos quedado todos un poquito m¨¢s solos.
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