Historias del encierro
De aquellos primeros encierros del 39 e inicio de los a?os 40, cuando mi padre nos llevaba a verlos a un balc¨®n de la casa de unos amigos en la calle de la Estafeta, recuerdo alguna escena de este matutino y torista acto sanferminero, que se me qued¨® grabada.Mi padre y su amigo hab¨ªan sido asiduos corredores en los a?os veinte y comienzos de los treinta. Todav¨ªa eran j¨®venes y viv¨ªan el encierro. Nos colocaban a la chiquiller¨ªa en primera fila del balc¨®n, en segunda se pon¨ªan las se?oras y detr¨¢s los padres de familia. Cuando sonaba el primer cohete, la estrat¨¦gica posici¨®n de los hombres les permit¨ªa salir disparados escaleras abajo para echar clandestinamente su corta carrera. Ya, entonces, los domingos resultaban d¨ªas de aglomeraci¨®n. La noche anterior hab¨ªan llegado los mozos de los pueblos y ciudades vecinas para explayarse y era de obligado cumplimiento participar en el encierro. Cuando los veteranos corredores contemplaban desde el balc¨®n aquella muchedumbre en la calle con la intenci¨®n de correr delante de los toros, se echaban las manos a la cabeza a la vez que comentaban que aquello no pod¨ªa ser. Alg¨²n d¨ªa va a suceder algo grave, dec¨ªan. Al escuchar estos comentarios de la autoridad, nosotros los peque?os nos percat¨¢bamos de que en la calle no cab¨ªa un alfiler.
Los agentes del orden, entonces mezcla de municipales, guardas rurales y polic¨ªa armada, se las ve¨ªan y deseaban para contener aquella multitud en un intento de que no sobrepasara la raya que se hab¨ªan trazado hasta que sonara el primer cohete. Los cordones policiales eran superados y la masa avanzaba poco a poco. No s¨¦ si como t¨¢ctica para despejar la calle o como broma, un espont¨¢neo hizo explosionar una bolsa de papel de estraza despu¨¦s de haberla inflado con sus pulmones. La multitud de legionarios que esperaban el estallido del cohete, al escuchar aquella tenue detonaci¨®n, apret¨® a correr e hizo rodar por tierra a los aguerridos guardias. Varios desenvainaron las porras, la emprendieron a golpes, y uno que recibi¨® un porrazo, ten¨ªa la cabeza fr¨ªa y sab¨ªa lo que se hac¨ªa permaneci¨® apostado al lado del guardia, que se qued¨® al pie del vallado de la calle de Javier para poder encaramarse al mismo en caso de apuro. Mas cuando llegaron los toros, el golpeado corredor le meti¨® tal sopapo al guardia que ¨¦ste rod¨® por el suelo. Los toros se encargaron de que la historia terminara ah¨ª sin mayor trascendencia.
En otro de estos encierros, cuando todav¨ªa los toros no se ve¨ªan a la entrada de la Estafeta, en medio de la gente que marchaba a paso cadencioso iba un mozo con un cencerro de buey en la mano. Los corredores, que cre¨ªan tener todav¨ªa los astados a gran distancia, al o¨ªr el tal¨¢n tol¨®n del cencerro, volv¨ªan la cara en un gesto de p¨¢nico pensando que los ten¨ªan ya pisando los talones. Comprendo que son escenas m¨¢s para verlas que para contarlas, pero se me quedaron grabadas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.