Cuento perruno
Otro a?o lo mismo. Llegaba la hora de las vacaciones y deb¨ªan enfrentarse a lo inevitable. En todos los planes veraniegos previstos, pensados y anal?zados hasta los mas m¨ªnimos detalles a lo largo de largas y fr¨ªas jornadas invernales, en. ninguno de ellos entraba Beethoven, su hombre de compa?¨ªa. A Rinti y Tania, una pareja de pastores alemanes, les disgustaba profundamente la situaci¨®n, pues en el fondo quer¨ªan a Mozart. Lo hab¨ªan comprado cuando s¨®lo era un beb¨¦, y le hab¨ªan ense?ado todo lo que sab¨ªa. La educaci¨®n fue larga y en algunos asuntos tediosa, como los casi dos a?os que les cost¨® que Mozart no se hiciese las necesidades encima. Con la comunicaci¨®n ocurri¨® algo curioso. En los primeros meses el humano se hab¨ªa expresado en un lenguaje no muy diferente a ellos, pero con el tiempo fue cambiando y ahora mismo tienen que repetirle las cosas m¨¢s de una vez, e incluso moverse y gesticular para que se entere de lo que quieren. Ambos lo tomaban como un inconveniente leve en comparaci¨®n con los buenos momentos que les hac¨ªa pasar. Era su primer humano. Se hab¨ªan, decidido a comprarlo cuando le cambiaron de trabajo a Rinti y, en su nueva empresa de construcci¨®n de casetas adosadas, deb¨ªa salir regularmente de viaje, por lo que una buena compa?¨ªa (y el simp¨¢tico humano la daba) har¨ªa m¨¢s llevadera la soledad de Tania. Como guardi¨¢n no val¨ªa mucho, pues ni era fuerte, r¨¢pido o fiero como para meter miedo, pero, hasta ahora no hab¨ªan tenido contratiempos, a pesar de que Madrid era una ciudad cada d¨ªa m¨¢s insegura y las bandas de cachorros delincuentes aumentaban sin que los perros polic¨ªa pudiesen hacer mucho para evitarlo.
Tumbados en la hierba mientras observaban a su humano dormitar con la cabeza apoyada en el lomo de Tania, no pudieron evitar que su mente recorriese algunos detalles de su existencia conjunta. La emoci¨®n del primer d¨ªa y lo dif¨ªcil de la elecci¨®n. En la humanera, regentada por un doberman nada simp¨¢tico, por cierto, hab¨ªa ejemplares de muchas razas. Al final se quedaron con uno que era mezcla de todas. Hab¨ªa algunos que pensaban que los de pura raza eran de mejor calidad, pero para Rinti esto era una estupidez supina. Las discusiones que tuvieron hasta ponerle de nombre Mozart, en memoria de un familiar m¨²sico muy querido. Recordaron su torpeza para moverse hasta que pasaron casi dos a?os, su empecinamiento en caminar a dos patas, cuando al principio lo hac¨ªa a cuatro, y ese lenguaje tan raro que utilizaba.
El a?o anterior hab¨ªan solucionado el problema dej¨¢ndolo en la humanera, pero la experiencia no hab¨ªa sido del todo satisfactoria. Otros humanos m¨¢s fuertes y agresivos que ¨¦l te hab¨ªan dejado el cuerpo marcado, el due?o de la humanera los ten¨ªa a todos hacinados en estancias peque?as y sucias, y, para colmo, cada vez era m¨¢s caro el dejarle todo el mes de agosto. Pero ?qu¨¦ otras opciones les quedaban? Volvieron sobre. las andadas. ?Y si nos lo llevamos con nosotros? Era una complicaci¨®n enorme. El transporte de humanos no era gratis, ni mucho menos; el hotel elegido en la costa no los admit¨ªa, y, aunque no lo reconociesen, el tener que ocuparse de ¨¦l les incomodaba. Eran sus vacaciones despu¨¦s de un a?o muy duro y lo que buscaban era relajarse y no tener ninguna obligaci¨®n.
Rinti bostez¨® y, en voz baja, como temiendo que el humano les pudiese entender, pronunci¨® una frase que eriz¨® el precioso pelo de Tania. ?Y si le abandonamos? Unos amigos suyos de la oficina lo hab¨ªan hecho al a?o, anterior y a la vuelta hab¨ªan recogido una nueva peque?a humana que Al parecer hab¨ªa sido abandonada a su vez por otra familia perruna. Seg¨²n hab¨ªa contado, s¨®lo consist¨ªa en enga?ar al humano (algo bastante f¨¢cil, pues eran terriblemente fieles y confiados), sacarle a dar un paseo y, en un descuido, salir corriendo. Eso s¨ª, no se deb¨ªa echar la vista atr¨¢s, para no tener que sufrir su ¨²ltima mirada, con la lengua fuera y unos ojos implorantes de clemencia ante la consciencia del abandono. Aunque no lo parezca, se dan cuenta de lo que est¨¢ pasando. ?Y lo del microchip que le tuvimos que poner? Seg¨²n su compa?ero, eso todav¨ªa estaba poco extendido.
-?T¨² crees que los humanos, si estuviesen en nuestra situaci¨®n har¨ªan lo mismo?- pregunt¨® Tania.
Ambos miraron a Mozart. Acurrucado y dormido como estaba, costaba imaginarse que fuese capaz de hacer una cosa tan horrible.
-Pues no vamos a ser peores. Vendr¨¢ con nosotros, pues para eso tenemos humano -sentenci¨® Rinti-. Tania le mir¨® con todo el amor del mundo y se lo agradeci¨® mientras le daba un cari?oso leng¨¹etazo a la risue?a cara de su humano, que, una vez despierto, le miraba con ojos de absolua fidelidad.
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