Cuando la pluma se para
A veces, cuando escribo, la pluma se para. Se niega a seguir formando l¨ªneas de palabras, a hacer frases, a contar historias. Cuando ustedes me leen, se dicen: "Est¨¢ refrenando su pensamiento". Voy a intentar no disimular nada de mi pensamiento. La pluma no se para por falta de inspiraci¨®n o porque se agote la imaginaci¨®n, sino porque un intruso se pone entre la p¨¢gina y yo y empieza a decirme bajito: "Cuidado, vas demasiado lejos. Te arriesgas...". Y la imagen de un tribunal en el que se sientan hombres integristas se me impone como una llamada al orden, su orden.Por suerte, mi imaginaci¨®n se repone y sigue su camino. Este fantasma de la censura -difusa y abstracta- persigue a la escritura. No todos los escritores se ven afectados por esta amenaza. S¨®lo los escritores de origen musulm¨¢n est¨¢n en el punto de mira de este fantasma.
La sospecha ha reca¨ªdo siempre sobre el intelectual. No es nuevo. Pero ser intelectual musulm¨¢n, practicante o no, creyente o ateo, es una circunstancia agravante.
El hecho de pertenecer a una sociedad de rito musulm¨¢n, sun¨ª o shi¨ª, implica una solidaridad absoluta, una comuni¨®n de destino y no deja lugar a la cr¨ªtica, mucho menos a la duda. Porque lo que prima en esta sociedad no es el individuo, sino la comunidad. El individuo s¨®lo existe en la medida en que se confunde con los dem¨¢s para formar y consolidar la smma, es decir, la naci¨®n. Todo intento de reflexi¨®n cr¨ªtica se percibe como una ofensa a lo segrado, una provocaci¨®n y una incitaci¨®n a acabar con la solidaridad y a debilitar la naci¨®n musulmana.
El escritor ya no es libre; debe tener cuidado; suaviza sus cr¨ªticas; modera sus pretensiones. Deja de dar rienda suelta a la imaginaci¨®n y controla su fantas¨ªa. Escribe con una espada sobre la cabeza. No es una espada simb¨®lica. Se siente sujeto al deber de ser discreto mientras que su pluma se impacienta y sus historias, reflejo de la sociedad en lo que ¨¦sta tiene de compleja y extravagante, permanecen prisioneras en su imaginaci¨®n. Se niega a deformar la verdad, porque se empe?a en hacer su trabajo de escritor, que consiste, entre otras cosas, en ser testigo de su ¨¦poca.
Curiosamente, la ficci¨®n da m¨¢s miedo que la realidad. Las palabras se vuelven m¨¢s peligrosas que los hechos. El ejercicio de la libertad de pensamiento e invenci¨®n es, por definici¨®n, una actitud sospechosa. Lo que molesta a un sistema totalitario no es la represi¨®n, la violaci¨®n y la tortura. Lo que le molesta es que esta realidad alcance el grado de ficci¨®n, la alimente y, quiz¨¢s, la transforme.
Ayer era la fatwa que condenaba a muerte a Salman Rushdie, escritor no brit¨¢nico -esta condici¨®n no se toma en cuenta-, sino de origen musulm¨¢n, que os¨® tomarse ciertas libertades con lo sagrado. Cometi¨® el delito de seguir a su fantas¨ªa, lo que precipit¨® su perdici¨®n.
Hoy es una mujer, Taslima Nasrin, una rebelde que no ha creado una ficci¨®n, sino que ha provocado un esc¨¢ndalo pidiendo que se reforme un texto sagrado.
En un mundo de libertad, todo se discute. En un mundo cerrado, todo intento de discusi¨®n se considera una acusaci¨®n contra todo el edificio religioso, cultural y pol¨ªtico. Hasta en un pa¨ªs como Marruecos, conocido por su apertura y tolerancia, circula una petici¨®n para que se condene a una soci¨®loga marroqu¨ª, Fatima Mernissi, que se ocupa de la condici¨®n femenina en los pa¨ªses musulmanes.
Se ha dicho y repetido que este totalitarismo no tiene nada que ver con el islam. Pero las religiones se pliegan a los hombres que se abalanzan sobre ellas. De ah¨ª viene el reinado del miedo. Cuando dura, se instaura la derrota del pensamiento y la victoria de lo no pensado, el totalitarismo uniforme, que se inmiscuye en la vida privada, que proh¨ªbe la risa y la sonrisa, la corbata y la m¨²sica, el saber y el intercambio, la ficci¨®n y la poes¨ªa, en pocas palabras, todo lo que constituye la vida, todo lo que contribuye a enriquecer el patrimonio universal de las civilizaciones.
?Se van a callar entonces todos estos novelistas de cultura musulmana, van a ponerse en huelga o van a ir al paro esperando d¨ªas mejores? ?Van a entrar en el silencio y el olvido y a renunciar a contarnos historias? ?O se van a resignar a escribir cosillas insignificantes que no molesten a nadie?
Los periodistas europeos se sorprenden a menudo del silencio de algunos intelectuales de cultura musulmana. ?Saben por lo menos que ¨¦stos no son libres y que corren un riesgo cada vez que se expresan? La pertenencia a la religi¨®n musulmana no es negociable. El hecho de distanciarse p¨²blicamente de esta religi¨®n es rechazado e incluso castigado.
Si los pol¨ªticos han perseguido con frecuencia a los escritores, los integristas los persiguen porque saben que un creador de ficci¨®n introduce la duda y a veces la risa en la fortaleza de la certidumbre. La duda puede pasar. La risa resulta insoportable. ?Qu¨¦ futuro puede esperar una sociedad que ha olvidado la risa? Un desierto de tinieblas.
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