No todos los caminos llevan a Jerusal¨¦n
Las escaleras terminaban en una sala circular en la que les esperaba una vagoneta sobre ra¨ªles que se perd¨ªan en un misterioso m¨¢s all¨¢. Todo parec¨ªa reci¨¦n pasteurizado, y ni siquiera se necesitaban se?ales, porque no se establec¨ªa otra consecuencia l¨®gica que subirse a la vagoneta y esperar a que Judith la accionase o lo hiciera desde un control remoto. La vagoneta se puso en marcha sin que Judith dejara de apuntarle con la ametralladora, y viajaron por el t¨²nel a una velocidad progresiva sin que la muchacha cejara en su vigilancia hostil. Carvalho iba acumulando fastidio, pero hubiera sido in¨²til proclamarlo, porque el ruido del artefacto les incomunicaba. Por fin se detuvo en su estaci¨®n t¨¦rmino particular, y all¨ª habla m¨¢s animaci¨®n. Hasta una docena de personas uniformadas y aparentemente muy ocupadas apreci¨® Carvalho mientras secundaba la orden de avance de la ametralladora.-?Se puede saber en qu¨¦ pel¨ªcula de James Bond me han metido?
La ametralladora.
-?Comprende usted que resulta bastante molesto ir de cloaca en cloaca de la historia s¨®lo porque me han encargado que encuentre a un ex director general de la Guardia Civil megal¨®mano?
La ametralladora.
-?Sabe usted qu¨¦ es la Guardia Civil?
La ametralladora otra vez, pero tambi¨¦n la voz de Judith, que recit¨® con una gravedad equidistante entre la de Margarita Xirgu y Nuria Espert:
-La Guardia Civil se aleja por un t¨²nel de silencio...
-Ignoro qu¨¦ presupuesto general del Estado tienen en Israel, y de d¨®nde sacan para tanto como destacan, pero ?usted ha calculado la cantidad de pasta que se han gastado para traerme aqu¨ª? A cambio de nada. No s¨¦ d¨®nde est¨¢ Rold¨¢n. ?Y usted?
Garc¨ªa Lorca hab¨ªa enmudecido. Otra vez la ametralladora exasperante, aquella imb¨¦cil exasperante disfrazada de soldadito, aquellas instalaciones exasperantes que s¨®lo se justificar¨ªan como alveolos de misiles at¨®micos. Pero la excursi¨®n terminaba ante unas puertas imponentes, sin duda repescadas del templo de Salomon subastadas por la Sotheby's, y al abrirse todo era moqueta y mesa de palo santo, de sala de juntas y cuadros de Bacon y Mir¨¦ y esculturitas de Botero que reproduc¨ªan, esta vez, a gorditas. En torno de la mesa de juntas, cuatro o cinco severos seniors procedentes de una misma remesa biogen¨¦tica le¨ªan peri¨®dicos relajadamente, atentos, de vez en cuando, a los restos de desayuno que permanec¨ªan en las bandejas individuales. La irrupci¨®n de Carvalho enca?onado por un fusil ametrallador y Judith cejijunta cazadora de tan codiciada presa no alter¨® la rutina de los all¨ª presentes, aunque a uno de ellos se le escap¨® un cierto moh¨ªn de fastidio y dirigi¨® una mirada agria al dueto ¨¦pico que acababa de interrumpir el breakfast en una de las mejores alcantarillas de la fontaner¨ªa universal.
-?Y bien?
Interrog¨® el m¨¢s cejas altas del quinteto. Judith se cuadr¨®.
-Oficial Werfel, de operaciones especiales Plus Ultra.
-Descanse oficial.
-S¨ª, s¨ª... que descanse...
Apoyaron los otros.
-Expl¨ªquese.
-Terminal operativo Damasco-Rold¨¢n. Se ha cumplido el circuito t¨¢ctico previsto y han funcionado todos los enlaces a la perfecci¨®n con todos los obst¨¢culos hipot¨¦ticos solventados.
Dej¨® el jefe el peri¨®dico junto a su desayuno inconcluso, abandon¨® el parapeto de la mesa, tendi¨® una mano a Judith.
-La felicito oficial Werfel.
Luego se dirigi¨® a Carvalho, al que tendi¨® la mano.
-Y a usted tambi¨¦n, comandante, supongo... le felicito...
Judith no acertaba en la aclaraci¨®n del malentendido.
-Se trata de un prisionero...
-Muy convincente.
-... real, se?or, es un prisionero real...
-?Hab¨¦is o¨ªdo?
Cinco rostros iracundos ped¨ªan explicaciones a Judith.
-?Un prisionero real?
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