Las moscas
Estos primeros d¨ªas de septiembre, en el campo, son duros para los insectos: entran las moscas por la ventana, atolondradas, en busca de un poco de calor, y te das cuenta de que ya est¨¢n tocadas por la muerte. Una de ellas se coloca sobre la pantalla del ordenador, fascinada por sus reflejos verdosos, y sigue d¨®cilmente la trayectoria del cursor. Las letras van apareciendo a medida que recorre la pantalla, como si fueran producciones de su abdomen. Me hago, pues, la ilusi¨®n de que el texto es de ella; quiz¨¢ sabe que tiene que morir con el fr¨ªo de una de estas madrugadas de septiembre y quiere contar al universo c¨®mo se soporta una existencia de mierda que por fortuna s¨®lo dura un verano.Mala ¨¦poca ¨¦sta para los insectos: ahora entra por la ventana de mi cuarto una avispa con el abdomen desgarrado por su propio aguij¨®n; seguramente lo ha metido donde no deb¨ªa. El aguij¨®n de las avispas est¨¢ preparado para atacar a animales de cuerpo quebradizo, de donde entra y sale con facilidad, pero si pican a un mam¨ªfero el arp¨®n queda atrapado entre sus carnes y al intentar sacarlo se abre a s¨ª misma en canal. Tiene los segundos contados esta avispa que vuela atropelladamente antes de caer, arrugada, sobre los peri¨®dicos del d¨ªa.
Tambi¨¦n ahora, los z¨¢nganos de las abejas son expulsados a empujones de la colmena. Quiz¨¢ recuerden, mientras la intemperie los mata, los mediod¨ªas dorados por el sol en que fueron el juguete sexual de una reina. Septiembre, a menos que seas una reina altiva o una obrera sumisa, te va a poner un nudo en la garganta, ya ver¨¢s. La mosca responsable de esta columna lo sab¨ªa bien: acaba de morir sobre una tecla, de manera que cierro sobre ella, respetuosamente, la tapa de mi ordenador, como si fuera el ata¨²d que la naturaleza no me da. Buenos d¨ªas, tristeza.
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