Herencias de una guerra africana
El conflicto civil de Angola ha ocasionado 70.000 mutilados
Agostinho Francisco, Luis Bernardo y Sim¨®n Jo¨¢o eran tres meninos da rua, tres de los casi 70.000 ni?os sin hogar que vagan por las sucias y oscuras calles de Luanda, la capital de uno de los pa¨ªses m¨¢s ricos de ?frica, devastado por una de las m¨¢s crueles y olvidadas guerras del mundo (hasta 1.000 muertos por d¨ªa lleg¨® a contabilizar la ONU).Ahora comparten techo con otros 600 ni?os de la calle en el centro Palanca, un penoso campamento de ruinosas e insalubres tiendas de campa?a, levantado a las afueras de la capital angole?a, donde, en medio de la penuria, "intentamos sobrevivir", comodice Hortensio Jos¨¦ de Carvalho, uno de sus monitores, que hace esfuerzos ¨ªmprobos por mantener el ¨¢nimo en medio de la pesadumbre. Las conversaciones de paz de Lusaka parecen un espejismo. Como el porvenir de los cerca de 70.000 mutilados, anuncios vivos de los estragos de la guerra que padece Angola desde hace casi treinta a?os.As¨ª como la naturaleza se volc¨® sobre el suelo de Angola, un inmenso territorio de 1.266.700 kil¨®metros cuadrados dotado de diamantes, oro, petr¨®leo, hierro, carb¨®n, esta?o, zinc, wolframio, uranio, caf¨¦, oleaginosas, bosques de maderas preciosas, 1.650 kil¨®metros de costa con abundante pesca, inmenso potencial hidroel¨¦ctrico gracias a sus r¨ªos y una localizaci¨®n privilegiada para el acceso al mar de la zona diamant¨ªfera y aur¨ªfera de Katanga (la actual Shaba, en Zaire) y el cobre de Zambia, lo ¨²nico en que la historia se ha mostrado pr¨®diga ha sido en violencia y sufrimiento. No en vano, Angola disfruta de un lastimoso r¨¦cord mundial, el de mortalidad infantil, con una tasa de 192 fallecimientos de ni?os de menos de cinco a?os por cada 1.000 nacidos. Seg¨²n la ONU, s¨®lo el 24% de la poblaci¨®n tiene acceso a servicios sanitarios y el 38% a agua en buenas condiciones. Herencias de una metr¨®poli, Lisboa, que practic¨® un racismo despiadado.Agostinho Francisco, Luis Bernardo y Sim¨®n Jo¨¢o son hijos de ese pasado. Sus historias son parecidas. Su futuro, tambi¨¦n. En el centro Palanca reciben educaci¨®n y comida (gracias al Programa Mundial de Alimentaci¨®n, C¨¢ritas y algunas organizaciones no gubernamentales), pero el aspecto, el olor y el porvernir del centro destilan todo menos esperanza. En cualquier caso est¨¢n mejor que los miles que deambulan por la calle, dedicados a la mendicidad, peque?as labores (como el lavado de autom¨®viles) o el pillaje. La guerra ha multiplicado la poblaci¨®n de Luanda, y ha agravado el precario nivel de vida de, la poblaci¨®n. Son casi tres millones de habitantes, casi el doble que hace cinco a?os.Agostinho Francisco es menudo y t¨ªmido, tiene 10 a?os y huy¨® de Malanje, al este de Luanda. Dice que se subi¨® a un avi¨®n y que desde hace un a?o vagaba por la capital. "Vi muertos en las calles. Ten¨ªa miedo. Estoy mejor aqu¨ª". Asegura que sus padres siguen en Malanje. El monitor revela que durante mucho tiempo durmi¨® en la calle y que recib¨ªa comida de un diputado que viv¨ªa cerca, hasta que. consiguieron llevarlo al centro Palanca. Lleva apenas tres d¨ªas y de momento parece contento. "Muchos tienen el vicio de la calle y acaban volviendo a ella", relata Hortensio. "No todos los ni?os del centro Palanca son hu¨¦rfanos, pero a muchos les maltrataban sus padres y otros no saben d¨®nde est¨¢n".
Luis Bernardo tiene 12 a?os, los ojos acerados y brillantes, una c¨¢mara de bicicleta le cruza el pecho desnudo a modo de canana y miente m¨¢s que habla. "Llegu¨¦ a Luanda huyendo de la guerra desde Uige", al norte del pa¨ªs. Dice que su padre "est¨¢ en el mato (la selva), con la UNITA" (la guerrilla de Jon¨¢s Savimbi, que rechaz¨® la derrota en las elecciones celebradas en septiembre de 1992 y volvi¨® al combate).
Confiesa que durante un a?o vivi¨® de la mendicidad y de lavar coches, y se r¨ªe cuando se le pregunta si tambi¨¦n del robo. "Cuando la guerra acabe, quiero volver a la aldea, pero ahora no. A mi amigo Antonio le dieron. un tiro en la espalda cuando jug¨¢bamos en el mato. Otro d¨ªa llegaron los de UNITA y mucha gente que se ech¨® al r¨ªo muri¨®. No s¨¦ nada de mis padres, ni ellos saben nada de m¨ª".
A Sim¨®n Jo¨¢o le cuesta hablar, no deja de mirar al suelo y pronuncia las palabras sin despegar los labios. Tiene 13 a?os y huy¨® de Mandemboe, en Moxico, al este de Angola, provincia fronteriza con Zambia. Cuenta que lleg¨® a Luanda con sus padres, pero que prefiere estar en el centro Palanca antes que con ellos. Niega que sus padres le maltratasen, pero que prefiere estar aqu¨ª y "estudiar". Dice que sabe escribir y casi leer su nombre. Se mueve con dificultad sobre la arena (un suelo penoso para la temporada de lluvias). Sim¨®n Jo¨¢o perdi¨® el pie derecho en el mato, cerca de su casa, jugando.
La siembra ha sido feroz, sobre todo en los dos ¨²ltimos a?os, tras las frustradas elecciones de 1992, en que la guerra se recrudeci¨® de forma insospechada. Seg¨²n el Pent¨¢gono estadounidense, en Angola hay no menos de diez millones de minas, casi una para cada uno de los poco m¨¢s de diez millones de angole?os. No es de extra?ar que la prensa incluya a diario grandes anuncios sobre el peligro de las minas. Se estima que son 70.000 las personas que en Angola tienen miembros amputados, entre ellos 8.000 ni?os, v¨ªctimas de minas, bombas de todo tipo y granadas halladas sin explotar. En las salas y pasillos del hospital Josina Machel, el mayor de Angola, las v¨ªctimas de la guerra, y entre ellas los mutilados, yacen por decenas en pasillos mal iluminados. Sombras silenciosas de un pa¨ªs hermoso y martirizado.
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