Nermin Divovic
Sarajevo. Noviembre de 1994. Nermin Divovic, de ocho a?os, camina de la mano de su madre por la avenida de los francotiradores. Se dirigen al mercado. El disparo de un francotirador, uno de los tantos asesinos que dan nombre a la avenida, destroza la cara de Nermin, dej¨¢ndole tendido en un charco de sangre. No contento con eso, apunta tambi¨¦n a su madre, hiri¨¦ndola gravemente de un balazo en el est¨®mago.Nermin es uno m¨¢s. Uno m¨¢s de los 1.500 ni?os asesinados en Sarajevo, uno m¨¢s de los 17.000 ni?os asesinados en Bosnia. Impunemente asesinados. Sentados en nuesto sof¨¢ hemos contemplado el rostro destrozado del ni?o, su cuerpo tirado en la calle, muerto entre dos cascos azules que gritan impotentes. El asesino de Nermin lleva tres a?os, tres, disparando a civiles indefensos desde la misma ventana de la misma avenida. Los cascos azules tienen al francotirador perfectamente localizado, sin que en todo este tiempo hayan sido capaces de tomar ninguna medida para neutralizarlo. Sobran las palabras. La descripci¨®n de los hechos ilustra por s¨ª sola toda la inoperancia ?le Occidente en la guerra de Bosnia. Una vez m¨¢s se reunir¨¢n, emitir¨¢n comunicados de firme condena, elaborar¨¢n planes de paz que ser¨¢n rechazados por los mismos de siempre, ame nazar¨¢n, por ¨²ltimo, con represa lias sobre alg¨²n objetivo serbio, "bombardeo selectivo". Y as¨ª has ta la pr¨®xima. Todos nos esconderemos tras buenas palabras y tranquilizaremos as¨ª nuestas baqueteadas conciencias.
A m¨ª se me cae la cara de verg¨¹enza, me come la indignaci¨®n, me llevan los demonios. Supongo, claro, que estos sentimientos, no son "pol¨ªticamente correctos". De qu¨¦ sirve indignarse, de qu¨¦ servir¨¢ gritar ?basta! Mientras tanto, en un hospital de Sarajevo, la madre de Nermin cuenta a los periodistas lo mucho que desea restablecerse y regresar a casa, "porque Nermin me est¨¢ esperando". Tambi¨¦n yo me siento responsable, quiz¨¢ tambi¨¦n yo termine olvidando la imagen del ni?o asesinado. Me pregunto si nosotros, como espa?oles, no hemos aprendido las lecciones, o las hemos olvidado demasiado pronto, de nuestra propia historia. Me vienen a la cabeza los versos ?le John Donne "...la muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; y, por tanto, nunca preguntes por qui¨¦n doblan las campanas: doblan por ti"
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