Happy birthday, Paul Bowles
El escritor celebra los 84 a?os con sus amigos de T¨¢nger
Paul Bowles cumpli¨® 84 a?os un d¨ªa antes de que acabara 1994. Lo celebr¨® en T¨¢nger, donde vive desde hace cerca de 60, escuchando m¨²sica marroqu¨ª y comiendo pastela y tarta en casa de su amigo Mohammed Mrabet. Ya no tiene tantas fuerzas, as¨ª que s¨®lo apag¨® 10 velas mientras sus amigos marroqu¨ªes le cantaban feliz cumplea?os en ingl¨¦s; acosado por el dolor y por la enfermedad que durante a?os le han tenido postrado, sigue l¨²cido como en sus libros, y cuando se le pregunta si 84 es la edad que de veras siente responde: "S¨ª, creo que ¨¦sa es la edad que siento. O quiz¨¢ tenga 94".Mrabet, un escritor analfabeto cuya literatura oral, repleta de leyendas y de misterio, ha sido traducida por el propio Bowles, tiene su casa en el tercer piso de una calle empinada de T¨¢nger, y hasta all¨ª dos j¨®venes llevaron en volandas al escritor norteamericano, cuya reciente operaci¨®n de c¨¢ncer de piel en Estados Unidos le ha acentuado esa fragilidad huidiza que siempre ha formado parte de su personalidad.
Pero Bowles quer¨ªa esa noche estar con sus amigos, y abandon¨® el cuarto repleto de medicinas donde duerme, escribe, fuma y sue?a, y acept¨® que otros llevaran en volandas a quien construy¨® durante d¨¦cadas la leyenda del n¨®mada extranjero que escogi¨® T¨¢nger para vivir quiz¨¢ porque T¨¢nger era el camino a todas partes y el regreso de ninguna.
Ni la enfermedad ni el dolor han logrado matar en su personalidad el gusto relativo por la vida que se ve en su obra y que se aprecia en los detalles que adornan su casa repleta de recuerdos y de maletas, de objetos sencillos que ¨¦l ha ido atesorando como un ni?o que quisiera tapiar el tiempo; una especie de motor ventilador le proporciona el ruido mon¨®tono necesario para combatir el insomnio, la chimenea sigue ah¨ª encendida, y ahora, adem¨¢s, por culpa del pintor Claudio Bravo, que se lo regal¨®, tiene un televisor con v¨ªdeo, en el que su ayudante, Abdullahid, ve los partidos del f¨²tbol espa?ol y ¨¦l contempla viejas pel¨ªculas del Hollywood cuya m¨²sica contribuy¨® a hacen. Abajo, en un garaje, reposa renovado el Mustang de 1965 al que se refiere como una reliquia viva de su propio mundo: "Me lo han dejado tan bien que con ¨¦l podr¨ªa viajar hasta el S¨¢hara". O hasta Espa?a. "S¨ª, pero est¨¢ el mar".
A todas esas referencias exteriores a la vida huidiza que ha mantenido Bowles se suman ahora dos loros mec¨¢nicos que dan la bienvenida a los visitantes gracias a un mecanismo magnetof¨®nico que recoge y distorsiona la voz; como hacen los loros de verdad, por otra parte, de modo que uno tiene el privilegio, al llegar a casa de Bowles, de ser recibido por dos loros vivarachos que repiten como locos nuestro nombre mientras el escritor se r¨ªe echado en su camastro, rodeado siempre de visitantes. Los visitantes, que siguen siendo asiduos, s¨®lo le pueden ver en su casa; la leyenda de las gu¨ªas tur¨ªsticas le sit¨²an tomando kif y bebiendo t¨¦ en el caf¨¦ Haffa, y los turistas defraudados comprueban cada d¨ªa que ese dato no se corresponde con la realidad. "Ya quisiera yo poder salir".
As¨ª que la salida de esta noche de cumplea?os a casa de Mrabet es excepcional, como la propia fecha. Le ha ido a recoger el propio Mirabet, que tiene una relaci¨®n filial -la que establece secretamente Bowles con todo el mundo-por otra parte- con el escritor, y que naci¨® hace 42 a?os, primero con Jane y despu¨¦s con Paul.
La casa de Mrabet es sencilla, escueta, como la de un profeta, y ¨¦l mismo se comporta como un profeta. Su voz en espa?ol es t¨ªmida, considerada, aunque a veces el tr¨¢fico de T¨¢nger. le hace indignarse y por su boca l¨ªrica aparecen "los hijos de puta" que se suelen aplicar a los que aparcan mal sus coches; uno de esos hijos de puta del tr¨¢fico tangerino le impidi¨® ir con su autom¨®vil hasta la puerta de su casa, as¨ª que Bowles tuvo que ser transportado en volandas por dos muchachos robustos a lo largo de una calle h¨²meda y peligrosa. Bowles sonre¨ªa, como si la ceremonia verdaderamente cinematogr¨¢fica de ese transporte se hubiera producido muchas veces m¨¢s. Los que observamos la maniobra tuvimos miedo sobre todo, cuando los chicos lo subieron por la escalera estrecha, de pelda?os irregulares, por los que sub¨ªan como ¨¢guilas seguras a punto siempre, sin embargo, del traspi¨¦s. Pero llegaron, y el sonriente Bowles respir¨® tambi¨¦n.
Un grupo de m¨²sicos marroqu¨ªes le recibi¨®. Mrabet ten¨ªa a toda la familia trabajando para el cumplea?os de Paul. Su hijo, Mohammed Larbi, har¨ªa de anfitri¨®n y de c¨¢mara de v¨ªdeo para registrar esta celebraci¨®n anual; su esposa, Zora, preparar¨ªa la pastela, y esos m¨²sicos amigos de este poeta descubierto por Bowles vigilar¨ªan que el ritmo de la noche fuera el adecuado. El ritmo, de todos modos, lo marcaba la m¨²sica; ritmos yilala, que se tocan tambi¨¦n en Argelia, Turqu¨ªa y Egipto, abrieron la ocasi¨®n. Bowles los segu¨ªa golpe¨¢ndose levemente sus rodillas y contemplando la m¨²sica como si ¨¦sta se viera.
En las largas interrupciones, Mirabet se dirig¨ªa a los m¨²sicos en ¨¢rabe, y ah¨ª su voz s¨ª que crec¨ªa robusta de su cuerpo de 60 a?os, debilitado por una grav¨ªsima operaci¨®n de est¨®mago, un dolor que le hace variar el color de la cara, excepto cuando habla, que verdaderamente se ilumina. Se dir¨ªa que les dirig¨ªa una proclama religiosa, un argumento filos¨®fico, una reflexi¨®n literaria. ?Y de qu¨¦ hablaba? "No, le preguntaba al m¨²sico m¨¢s anciano, que es del campo, si hay buenos carneros en su zona. Adoro los carneros. Adoro la naturaleza, las legumbres verdaderas. Existen la tierra, el mar y la ciudad. La tierra es maravillosa, se ve maravillosa, de verdad; y el mar es misterioso y tiene peces que me vienen a hablar a la orilla, y despu¨¦s est¨¢ ciudad, que es el c¨¢ncer. En la ciudad todo es c¨¢ncer".Ch¨¢caras y flauta; y adem¨¢s el dendir, un tambor que se toca con la mano y que se calienta para que suene mejor. ?sos son los instrumentos con los que los m¨²sicos rinden homenaje a Bowles. "Adoro este ritmo; lo llevan con tanta fuerza, con tanto amor". El escritor asiste silencioso, excepto cuando habla Mrabet y ¨¦l le interrumpe porque no le oye bien o cuando alguno de nosotros le hace una pregunta; mientras tanto fuma y calla, como en una fotograf¨ªa. Ah¨ª es cuando, le preguntamos por la edad.
-Paul, ?y qu¨¦ edad se siente por dentro?
-Ochenta y cuatro a?os. ?sa es la verdad. O quiz¨¢ tengo 94. No puedo respirar, ni comer. Es como si tuviera una caja encima de la cara.
_Mrabet, ?y qui¨¦n es ahora, a los 84 a?os, Paul Bowles?
-Paul Bowles es Paul Bowles. ?Y su edad? La edad es seg¨²n como uno haya tenido su vida. Es muy dif¨ªcil decir la edad de Paul Bowlles porque no se le puede comprender del todo. Y no se le puede comprender porque ¨¦l no cree en s¨ª mismo.
-?Y t¨² conoces a Paul Bowles?
-Si yo no conozco a Paul, no me conozco a m¨ª mismo.
?Y Mrabet qui¨¦n es, Paul?
Fascinante, bastante ¨²nico.
-En realidad dice Mrabet- no somos nada; somos viajeros nada m¨¢s. Los hombres estamos en la tierra quitando lo mejor y qued¨¢ndonos con lo peor. Desde los setenta todo est¨¢ peor: ha cambiado el mundo y ha cambiado el mando. Lo volvieron todo del rev¨¦s.
Paul come, "lo suficiente", y lo hace con apetito. La m¨²sica y el humo del tabaco que fuman crecen cerca de la medianoche, y un joven que hasta entonces ha permanecido en silencio se levanta y comienza a contorsionarse sobre el fuego con el que se tensa el cuero de los tambores, hasta llegar a un estado de ¨¦xtasis que convierte sus movimientos en una locura r¨ªtmica que los m¨²sicos grad¨²an con velocidad y con tiento, hasta que el chico da por finalizado su sacrificio, besa en la frente a los que le han proporcionado el ritmo, y regresa, exhausto, con los ojos extraviados, a su sitio, sudoroso y excitado como al final de una gran carrera. ?Por qu¨¦ lo ha hecho, Mrabet? "Con las palabras y la m¨²sica salen los satanes del cuerpo".
Es la medianoche. Paul Bowles vuelve a ser tomado en volandas, por la escalera y por la calle, y regresa tranquilo, ya definitivamente con su edad verdadera en el rostro y quiz¨¢ en el alma. Al d¨ªa siguiente repetir¨¢.. "Me duele todo; como una caja encima de la cara. Pero, claro, ahora no tengo los a?os que tuve". Con su mano firme, sus gafas y su esp¨ªritu adelgazado por los dolores del tiempo, tendr¨¢. ocasi¨®n a¨²n para sonre¨ªr reme morando. Es lo que ha hecho en su vida y lo que ha eso en su obra.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.