El virus planetario

Afirmar que la m¨²sica pop estaba exhausta a finales de los ochenta puede sonar a exageraci¨®n. Sin embargo, as¨ª lo daban a entender algunos artistas anglosajones. Peter Gabriel organizaba los festivales Womad e invert¨ªa sus ganancias en convertir un antiguo molino en modernos estudios de grabaci¨®n para m¨²sicos de todas las latitudes; David Byrne publicaba recopilatorios de m¨²sica brasile?a, cubana o india en su sello Luaka Bop mientras Paul Simon viajaba al sur de ?frica y a Bah¨ªa para alimentarse de ritmos locales. Otros han seguido luego, como Santiago Auser¨®n, embajador honorario de Cuba en Espa?a, o los miembros, de Mano Negra, trastornados por su periplo colombiano.Hoy, muchos m¨²sicos mezclan todo aquelIo que puede mezclarse. Hasta las c¨®pulas m¨¢s antinaturales est¨¢n permitidas. Se producen mutaciones asombrosas. Lo fascinante no consiste tanto en descubrir c¨¢nticos ins¨®litos en islas olvidadas de Polinesia o encontrar extra?as voces en la estepa siberiana como en esa nueva lectura que m¨²sicos del Tercer Mundo -en asuntos musicales el primero- hacen de las claves del pop. Es el caso de Youssou N'Dour, que acaba de ganar, acompa?ado de Nene Cherry, la partida comercial con 7 seconds, o de la mayor¨ªa del material que suena en una lista com¨²n que programan diversas emisoras de radio euro . peas. Son las m¨²sicas del mundo, los ritmos ¨¦tnicos o la world music, como se quiera denominar. Llegaron para quedarse.