Acampada en el Bernab¨¦u
Un centenar de personas pernoctaron ante las taquillas a la b¨²squeda de una entrada
JOS? MIGU?LEZTodos desayunaron chocolate con churros. La pareja de soldados que se fug¨® del cuartel; el vendedor ambulante de pa?uelos que hizo un favor a un amigo que acababa de ser padre; la familia que lleg¨® de Valdepe?as con su caravana a cuestas; el vecino de Manoteras, de 69 a?os, que se fabric¨® una cueva de cart¨®n para esquivar el fr¨ªo (tres grados a la una de la madrugada); el tipo de Ir¨²n que suele financiarse localidad y viaje de lo que saca en la reventa; los argentinos que cruzaron el charco para tratar de ver a Redondo... As¨ª, hasta la casi centena de aficionados que decidi¨® pasar la noche junto a las taquillas del Bernab¨¦u por con seguir un boleto para presenciar el Madrid-Barcelona.
El desayuno fue un obsequio de cuatro chicas, con puesto de privilegio en la fila, que quisieron corresponder de esta forma a un detalle de los dem¨¢s, reservaban su sitio en la cola mientras ellas dorm¨ªan en casa. Florentino P¨¦rez, el ¨²nico precandidato que se pas¨® por la zona, tambi¨¦n se solidariz¨®: regal¨® bol¨ªgrafos, mecheros y caramelos. Otro socio llev¨® mantas, aunque la mayor¨ªa de los acampados ya andaban bien provistos de ropa.
Entre la fila hab¨ªa todo tipo de casos. Por ejemplo, el de C¨¦sar, un barcelon¨¦s madridista de 19 a?os, y El L¨¢tigo, un alicantino cul¨¦ de la misma edad. Ambos se fugaron del cuartel madrile?o donde cumplen el servicio militar tras el toque de silencio (con la complicidad de los soldados de guardia) y regresaron antes del de diana. Por la ma?ana, ya hab¨ªan conseguido intimar con alguien que les guardara el sitio. Su afici¨®n por el f¨²tbol les anim¨® a jugarse un arresto.
En otros casos, bajo el gesto de pasi¨®n por el f¨²tbol se escond¨ªa cierto ¨¢nimo especulador. Pero pocos reventas o similares (los profesionales suelen pagar a chavales para que pasen la noche en las taquillas y guarden la vez) reconocieron sus verdaderas intenciones. S¨®lo Santiago Gonz¨¢lez, un irun¨¦s de 29 a?os, que tampoco ten¨ªa grandes pretensiones. Quer¨ªa cuatro entradas de, 9.000 pesetas. Dos para ¨¦l y su novia, que a ¨²ltima hora se unir¨ªa a la cola, y las otras dos para financiarse el viaje a Madrid. Las obtuvo, aunque de menor precio (5.500). "Las vender¨¦ a 30.000 pesetas, como el ano pasado el d¨ªa del Madr¨ª-Atl¨¦ti".
Otros acudieron al Bernab¨¦u por hacer un favor a un cliente. Fue el caso de Juan Carlos Arias, El feo, de 24 a?os, habitual vendedor ambulante de pa?uelos en un paso de patones de la calle Alberto Alcocer. La mujer de un comprador dio a luz el martes y se tuvo que ir al hospital. Arias acept¨® ocupar su lugar en la cola. No confirm¨® si pact¨® con su cliente alguna recompensa.
Por haber, hubo hasta un aficionado del Atl¨¦tico. No es que se confundiera de estadio, sino que se dej¨® liar por dos amigos madridistas. Los tres llegaron procedentes de M¨¢laga. Otros dos vinieron de Almer¨ªa, los segundos en la fila -los puestos se consegu¨ªan como en el mercado, pidiendo la vez-, y a la una de la ma?ana ya dorm¨ªan enfundados en sendos sacos de plumas. Otros, prefirieron pasar la noche jugando al mus sobre una improvisada mesa de cart¨®n. Otros, se conformar con con calentarse en torno a una hoguera.
Al amanecer, la hilera empez¨® a multiplicarse. Al mediod¨ªa, ya cubr¨ªa la mitad del estadio. Y a las seis de la tarde; cuando al fin se abrieron las taquillas, la fila la formaban millares de aficionados. No hubo entrada para todos (3.500). Para los que acamparon por la noche junto al Bernab¨¦u, s¨ª.
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