M¨¦xico, a la deriva
Si bien la actual deblacle mexicana estall¨® por donde siempre revientan las cosas en M¨¦xico -a saber, por el tipo de cambio y las finanzas nacionales-, tanto los or¨ªgenes de la crisis como muchas de sus secuelas son de ¨ªndole pol¨ªtica. La pol¨ªtica se mantuvo en el "puesto de mando" de tres maneras durante 1994, que revelan la etiolog¨ªa pol¨ªtica de la cat¨¢strofe: una, al imponer un velo de silencio sustantivo a la campa?a electoral, cuando se hubiera podido discutir el rumbo econ¨®mico del pa¨ªs; dos, al ser la verdadera explicaci¨®n de por qu¨¦ no se devalu¨® antes; y tres, al llevar al Gobierno a un equipo que se resiste a reconocer que gobernar suele ser optar.La opini¨®n p¨²blica mexicana sin duda se sorprendi¨® tanto como los inversionistas extranjeros ante el car¨¢cter intempestivo y la magnitud de la devaluaci¨®n del peso, que a estas alturas supera ya el 50% en moneda nacional. Una de las razones de esta sorpresa yace, sin embargo, en un hecho atribuible en parte a esa misma opini¨®n p¨²blica y en parte a los candidatos que contendieron por la presidencia de la Rep¨²blica durante los primeros ocho meses del a?o pasado. No se trataron los temas nacionales de fondo, al concentrarse todo el esfuerzo y la atenci¨®n en el procedimiento electoral. Salvo algunas acusaciones (justificadas) lanzadas por Cuauht¨¦moc C¨¢rdenas al Gobierno en el sentido de que el peso se encontraba ya sobrevaluado, no hubo debate alguno entre los aspirantes sobre el tipo de cambio, la apertura comercial, la dependencia ante los flujos financieros del exterior, las privatizaciones. Ni la inminencia, ni las dimensiones, ni los posibles efectos de una maxidevaluaci¨®n fueron expuestos ante el electorado.
Dicho silencio tambi¨¦n impidi¨® una conciencia plena por parte de los mexicanos sobre los llamados trade-offs o alternativas: devaluar o persistir en el estancamiento; devaluar a tiempo o quedarse sin reservas; devaluar poco y pronto, o tarde y mucho. De ah¨ª que cuando se precipit¨® una medida necesaria, inevitable y deseable, cundi¨® un desconcierto generalizado. Una gran discusi¨®n nacional sobre la paridad no hubiera evitado una devaluaci¨®n; incluso quiz¨¢s la hubiera acelerado. Pero hubiera contenido el descontento y la sensaci¨®n de enga?o que impera hoy en M¨¦xico, y que ha llevado a un clima casi de linchamiento del ex presidente Carlos Salinas de Gortari.
Las principales causas de la deblacle actual son de orden pol¨ªtico, empezando con una de naturaleza externa. Despu¨¦s de las dificultades y compromisos asumidos por los presidentes Salinas y William Clinton ante el Congreso norteamericano para lograr la aprobaci¨®n del Acuerdo de libre comercio o NAFTA en noviembre de 1993, simplemente estaba descartada una devaluaci¨®n en los meses subsiguientes. Una tal medida hubiera confirmado las peores sospechas y las insinuaciones m¨¢s maliciosas de los adversarios del tratado: M¨¦xico devaluar¨ªa poco despu¨¦s de la firma, "rob¨¢ndose" as¨ª los empleos norteamericanos mediante t¨¢cticas desleales. Durante el a?o entero que dur¨® el debate interno en Estados Unidos, tampoco era concebible una medida que debilitar¨ªa mortalmente las posibilidades de ratificaci¨®n. De tal suerte que, a lo largo de todo el a?o 93 y los primeros meses del 94, Salinas ten¨ªa las manos atadas: devaluar era traicionar los compromisos contra¨ªdos.
Segundo factor pol¨ªtico: la reconquista de las clases medias mexicanas por el PRI y el sistema despu¨¦s de 1988 se debi¨® en buena medida a la estabilizaci¨®n de precios y del tipo de cambio. La liberalizaci¨®n comercial y la apreciaci¨®n real del peso pusieron a disposici¨®n de millones de consumidores mexicanos bienes importados a precios accesibles. Gracias en parte a ello, el PRI, sin recurrir a un fraude electoral mayor al de 1988, recuper¨®, en 1991 y luego en 1994, varias plazas fuertes de la oposici¨®n, entre ellas el Distrito Federal y el Estado de M¨¦xico: la cuarta parte del pa¨ªs. Devaluar era volver a perder a esos segmentos cruciales del electorado y generar justamente el des¨¢nimo, y la irritaci¨®n que hoy invade al pa¨ªs. En v¨ªspera de las elecciones presidenciales de agosto de 1994, era sencillamente inconcebible.
Tercer y ¨²ltimo elemento pol¨ªtico de explicaci¨®n: la dinamica presidencial mexicana y la ansiedad de cada mandatario del pa¨ªs de no devaluar. "Presidente que deval¨²a, presidente devaluado", dijo Jos¨¦ L¨®pez Portillo en 1982, v ten¨ªa raz¨®n. Mientras lo pudiera evitar, jam¨¢s iba a devaluar la moneda Carlos Salinas: de ello depend¨ªa su papel en la historia, su elecci¨®n a la jefatura de la Organizaci¨®n Mundial de Comercio, as¨ª como la posibilidad de caminar por las calles de M¨¦xico sin ser insultado. A Luis Echevrr¨ªa y al propio L¨®pez Portillo o bien no les alcanz¨® el dinero y el tiempo, o bien se sacrificaron por el bien del sistema: a cada quien su juicio. Miguel de la Madrid devalu¨® tantas veces que ya al final una m¨¢s no importaba tanto; Carlos Salinas pudo transferirle el problema -¨¦ste y muchos m¨¢s- a su sucesor.
Pero la pol¨ªtica ha dejado su huella en la actual crisis al abrirle paso a un equipo generacional y gubernamental que hasta hace muy pocos d¨ªas estaba convencido de que, como dijo alguna vez Albert O. Hirschman: "Todo lo bueno va junto". Seg¨²n ellos, se pod¨ªa crecer, controlar la inflaci¨®n, financiar el d¨¦ficit de cuenta corriente y abatir la inflaci¨®n simult¨¢neamente: nada se contrapon¨ªa a nada. As¨ª lo demuestra claramente el presupuesto enviado a la C¨¢mara de Diputados por el presidente Zedillo el 10 de diciembre, diez d¨ªas despu¨¦s de tomar posesi¨®n, y diez d¨ªas antes de que se le viniera el mundo encima. All¨ª se contemplaba un crecimiento econ¨®mico del 4%, una inflaci¨®n del 4%, y un d¨¦ficit en la cuenta corriente de 31.000 millones de d¨®lares perfectamente financiable. No hab¨ªa por qu¨¦ escoger entre metas todas ellas deseables y factibles, ni para priorizar unas y sacrificar otras. Si a ello se suma una inexperiencia perceptible y una renuencia sensible a escuchar voces disonantes, el resultado puede ser desastroso. Lo fue, y lo sigue siendo, al multiplicarse los errores y la insensibilidad, y al acentuarse la sensaci¨®n de deriva que cunde en M¨¦xico en estos primeros d¨ªas del a?o.
Ernesto Zedillo ha tenido la honestidad de reconocer un error que much¨ªsimos mexicanos y extranjeros ya hab¨ªan advertido: un deficit de cuenta corriente cr¨®nico del 6% del PIB era insostenible. Pero una confesi¨®n no hace un arrepentido: ahora hay que examinar por que surgi¨® ese d¨¦ficit y qu¨¦ tan contingente es en relaci¨®n al modelo econ¨®mico en su conjunto. Tambi¨¦n urge definir el nexo entre un sistema de toma de decisiones cerrado y estrecho, y decisiones erradas. Finalmente, hay que determinar si a una crisis de origen pol¨ªtico se le pueden aportar, como hasta ahora, ¨²nicamente remedios econ¨®micos.
A Ernesto Zedillo se le juntaron todos los problemas a la vez: la insurrecci¨®n en Chiapas, la candidatura fallida e internamente repudiada de su antecesor a un puesto internacional, la devaluaci¨®n de la moneda y el agotamiento de las reservas, la inflaci¨®n galopante que se ha desatado y la carencia de interlocutores de oposici¨®n serios y a la vez representativos con quien negociar, una crisis bancaria y la ausencia de un Gobierno fuerte y competente en Washington que pueda ayudar. Ni los cr¨ªticos m¨¢s acerbos del rumbo del r¨¦gimen anterior y del sistema pol¨ªtico en su conjunto hubi¨¦ramos podido imaginar una pesadilla como la que vive hoy la naci¨®n. En la penumbra, se distinguen dos certidumbres, y nada m¨¢s: el presidente no podr¨¢ conducir al pa¨ªs en la tormenta solo, o con el mismo n¨²cleo obstinado y peque?o que ha gobernado a M¨¦xico desde hace diez a?os; y de nada sirve contarse cuentos sobre la gravedad de la situaci¨®n. Se acab¨® el tiempo de las cerezas, pero tambi¨¦n el de las ilusiones.
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