?Qu¨¦ le pasa al butano?
Ha y un terrorismo del azar insuficientemente condenado. En los ¨²ltimos tres meses se han producido en Madrid 22 sucesos causados por el gas, 15 de ellos por el gas butano: el ¨²ltimo, si no ha estallado otra bombona en lo que me sentaba a escribir, mat¨® a un hombre de 50 a?os y destroz¨® 20 viviendas en Carabanchel. ?Qu¨¦ le pasa a este gas? No se conforma con subir de precio cada dos por tres, sino que, adem¨¢s, se fuga, envenena, atonta, estalla, mata. Hace poco se llev¨® por delante a un matrimonio y a sus dos hijos en un pueblo de la Comunidad.Hay un terrorismo del azar que nos enemista con lo cotidiano. Esas bombonas tan familiares son estos d¨ªa! contempladas por sus usuarios como una amenaza. De manera que nos acercamos al bulto de color naranja como a un monstruo imprevisible (dan ganas de explosionarlo antes de encender el calentador), lo que proporciona un extra?amiento de lo familiar muy bueno para la literatura, pero nefasto para la vida cotidiana. O sea, que con ese extra?amiento puedes escribir un relato, pero es completamente in¨²til para hacer un cocido o para ba?ar al ni?o. Lo siniestro es lo familiar, ya lo dec¨ªa Freud, y el gas butano, que es un gas de div¨¢n, de psicoan¨¢lisis (la bombona tiene forma de conciencia), no hace otra cosa que darle la raz¨®n (15 accidentes en tres meses).
As¨ª que oyes el entrechocar de las bombonas cuando entra en tu calle el cami¨®n y te parece que est¨¢n distribuyendo por el barrio una loter¨ªa negativa. Se rifa una explosi¨®n, un escape, una muerte, en fin; las papeletas son anaranjadas y tienen forma de conciencia. Los jugadores se asoman con cara de susto a las ventanas y piden dos para el 3? A o una para el 5? B. Y al entrar ese objeto en el pasillo, sientes que, m¨¢s, que a una fuente de energ¨ªa, has abierto la puerta de tu casa al caballo de Troya o a un utensilio hiperrealista. El hiperrealismo sirve precisamente para extra?arnos de la realidad m¨¢s cotidiana. Hay que proponerle enseguida a Antonio L¨®pez que pinte una bombona de butano rodeada de ese halo de amenaza que tienen sus neveras.
Habr¨ªa que averiguar si es compatible ser una de las capitales m¨¢s caras de la Uni¨®n Europea y tener una fuente de energ¨ªa que se te acaba siempre a mitad de la ducha, o en medio de la paella dominical, eso cuando no te destroza el edificio. Ahora no caigo si hay butano en Par¨ªs, Copenhague o Bruselas, no lo s¨¦, pero no me suena haber o¨ªdo en sus calles el ruido de la muerte que producen sus camiones. O sea, que a lo mejor no es compatible. Imag¨ªnense que de pronto empezaran a estallar los aparatos de radio, los televisores, las neveras; imag¨ªnense que de s¨²bito explotaran los ancianos. ?Con qu¨¦ cara nos presentar¨ªamos en el Parlamento Europeo si en tres meses nos hubieran estallado 22 ancianos? Ya s¨¦ que no es lo mismo una bombona que un anciano, no intento compararlos: s¨®lo quiero decir que la bombona en la cocina es tan familiar como el anciano liando cigarrillos en la mesa camilla. Pero es que, adem¨¢s, a nosotros tambi¨¦n nos estallan los ancianos, por lo menos las residencias de ancianos, de las que recibimos cada dos por tres una mala noticia.
Hay que condenar este terrorismo del azar frente a quien corresponda. Ya sabemos que las bombonas de butano tienen mayor capacidad de mutaci¨®n que el virus de la gripe, pero es preciso encontrar una vacuna eficaz para que dejen de asesinar. No podemos presidir la Uni¨®n Europea, que esta al caer, con una bombona a punto de estallar debajo del brazo. A m¨ª el butano me recuerda los a?os de prosperidad del franquismo, o sea, que huele a cutre, a huevos podridos, a pies. Y encima mata.
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