De frente, arrr
El otro d¨ªa viaj¨¦ en el AVE sentada cerca de un joven que se pas¨® las dos horas y media leyendo un cat¨¢logo de armas. Empez¨® con tos bombarderos, sigui¨® con los carros de combate, luego se pase¨® un ratito por las p¨¢ginas de cohetes antia¨¦reos, recal¨® en un despliegue de bombas de fragmentaci¨®n y acab¨® d¨¢ndose un. fest¨ªn con los nuevos modelos de cuchillo para ataque personal con hoja especial para hacer canelones con los intestinos del enemigo. Le¨ªa con tal dedicaci¨®n que parec¨ªa estar realizando un cursillo de invasi¨®n a distancia.Debe de ser cosa de la evoluci¨®n de mi cerebro, pero nunca entender¨¦ ese af¨¢n juguet¨®n por lo militar. Y mucho menos entiendo lo militar en serio, que ya ven ustedes a d¨®nde nos acaba conduciendo siempre. Ah¨ª tienen al alf¨¦rez L¨®pez de los boinas verdes, recitando como quien dice el dec¨¢logo de lo castrense en su alegato de defensa. Parece el hombre sorprendido por la reacci¨®n de los muchachos ante el peculiar adiestramiento que se les imparti¨®. ?C¨®mo es posible, se preguntar¨¢ L¨®pez, que alguien que quiere ser boina verde, es decir, un verdadero macho, no una hermana de la caridad, puede quejarse del r¨¦gimen de hostias y otras aberraciones a que se le somete en el cuartel? '
En el fondo,. tiene raz¨®n. La vida militar no es para simples mortales, ni siquiera para lectores de cat¨¢logos como mi vecino de alta velocidad, sino para aut¨¦nticos miembros viriles de la sociedad. S¨®lo ellos pueden defenderla de sus peores enemigos, que no son ni los integristas ni ? los terroristas -por el contrario, ellos justifican la existencia de la milicia-, sino los civiles, o sea, nosotros. Nosotros, blandengues incapaces de comer lagartos y beber sangre, o viceversa, para forjarnos en el honor y la gloria, gente sin sentido del honor y de la moral.
O sea, gilipollas.
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