Secretos a voces
El ¨²ltimo refugio de la dignidad es el secreto. En el santuario de s¨ª mismo el injuriado o perseguido encuentra un lugar de cobijo, una tregua parecida a la misericordia. Cerrando los ojos, qued¨¢ndose en silencio, replegado en la oscuridad, el preso salva una parte de su alma que no puede ser vulnerada por los carceleros, que casi est¨¢ a salvo, inabordable, m¨¢s all¨¢ de las normas y de las obligaciones del encierro. La tecnolog¨ªa carcelaria del fascismo y del estalinismo estaba consagrada a la abolici¨®n del secreto, al allanamiento sin resquicios de la intimidad: luces que no se apagan nunca, lugares siempre hacinados, retretes sin puertas. A lo que aspira un condenado es a cubrirse la cara, al derecho de que no lo observen. En la desgracia uno se vuelve siempre m¨¢s poderoso, porque el conocimiento p¨²blico agiganta el dolor, lo puebla de mirones e intrusos.En el escrutinio de las vidas privadas hay una predisposici¨®n de intolerancia y tambi¨¦n de tiran¨ªa.
El simple hecho de no mostrarlo todo ya induce a la sospecha, y nunca falta alg¨²n bondadoso de lator. En los aleros de los edificios del Berl¨ªn Oriental c¨¢maras m¨®viles de televisi¨®n vigilaban el paso de la gente, acechando y grabando no ya encuentros clandestinos o actos ilegales, sino esas cosas vulgares e ¨ªntimas que al ser observa das por otros nos vuelven m¨¢s vulnerables: la expresi¨®n que tiene la cara de alguien cuando va solo por la calle y absorto, los gestos y costumbres que no sabe que posee. En los a?os sesenta y setenta se difundi¨® la idea de que todo se creto era contrarrevolucionario, mientras que la espontaneidad te n¨ªa siempre efectos liberadores y ben¨¦ficos. En esa superstici¨®n yo creo que hab¨ªa una mezcla de los siniestros lavados de cerebro esta linistas y mao¨ªstas y del charlatanismo emocional alentado por el psicoan¨¢lisis. El pudor era un residuo de individualismo burgu¨¦s: en consecuencia, uno ten¨ªa que aguantar las mayores impertinencias y las confesiones m¨¢s tediosas y desagradables con su mejor sonrisa, y que mirarse a s¨ª mismo con reprobaci¨®n si a pesar de los vientos de sinceridad de la ¨¦poca se resist¨ªa a debatir en una mesa redonda sus inclinaciones sexuales.
Retrato de nada
Por esos a?os yo me sal¨ª, muerto de aburrimiento, de un cine en el que se proyectaban las hoy tan c¨¦lebres confesiones de los hermanos Panero. Todo el mundo dec¨ªa, y dice, que aquella pel¨ªcula, El desencanto, era un retrato de Espa?a y de una generaci¨®n. Yo confieso que no vi el retrato de nada, no s¨¦ si por miop¨ªa personal o distancia de clase, o tal vez s¨®lo porque lo que esas personas contaban me parec¨ªa incomprensible. Yo no sab¨ªa que hubiera personas que hablaban normalmente de ese modo, con esa mezcla tan repelente de desverg¨¹enza y pedanter¨ªa, de privilegio social y ficci¨®n de malditismo y golfemia, en ese estado de pose perpetua, de lejan¨ªa absoluta hacia el mundo real, o al menos hacia el mundo en el que yo hab¨ªa vivido siempre. Tampoco sab¨ªa yo que uno puede pasarse la vida en tera, y no s¨®lo la primera adolescencia, renegando de sus padres, y renegando en p¨²blico, y convirtiendo todo eso en una especie de heroicidad testimonial, oportunamente dotada de palabrer¨ªa: la castraci¨®n, el Edipo, matar al padre, etc¨¦tera.
Por aquellos a?os Rafael S¨¢nchez-Ferlosio public¨® un largo art¨ªculo en Triunfo que se titulaba Defensa del poder. A todo el mundo le pareci¨® una extravagancia, o una prueba de que Ferlosio deliraba y se hab¨ªa vuelto un reaccionario, pues se atrev¨ªa a disentir, con su intempestiva vehemencia de siempre, del dogina can¨®nico de la sinceridad.
Casi veinte a?os despu¨¦s, sus peores vaticinios han sido superados. Los hermanos Panero contin¨²an infligi¨¦ndonos imperturbablemente sus confesiones y mostr¨¢ndonos con todo detalle sus genialidades y sus dolencias, pero el efecto de su nueva pel¨ªcula se pierde en un oc¨¦ano de desverg¨¹enzas p¨²blicas, en una confusi¨®n universal de sinceridad. En 1976 lo que llamaba la atenci¨®n era que aquellas personas hablaran de sus vidas ¨ªntimas delante de una c¨¢mara. Ahora lo raro es encontrar a alguien que no est¨¦ dispuesto a revelar lo peor de s¨ª mismo ante cuatro o cinco millones de espectadores.
El sue?o de los polic¨ªas de Berl¨ªn Este y la utop¨ªa beata de los lectores de Wilhelm Reich los ha cumplido definitivamente la televisi¨®n. No hay ning¨²n secreto que no sea divulgado por un presentador, ninguna desgracia que no pueda ser profanada por las c¨¢maras de un programa sensacionalista. No hay nadie que respete la intimidad del sufrimiento y ni siquiera la presunci¨®n de inocencia del acusado de un crimen. Tampoco parece quedar nadie que desee o necesite ocultarse.
Los verbosos parricidios intelectuales de los hermanos Panero ya son un anacronismo. Ahora, en la televisi¨®n, es posible asistir a una entrevista en directo con verdaderos parricidas, y todo tiene la vulgaridad y la crueldad de un reportaje de El Caso, no la jerga herm¨¦tica de un seminario de Lacan. En un par de canales extranjeros puede seguirse d¨ªa a d¨ªa y en directo el juicio contra O. J. Simpson. En la televisi¨®n p¨²blica espa?ola la pobreza y la desesperaci¨®n, la culpa y el crimen de las personas los muestran individuos sin el menor escr¨²pulo, que incluso se condecoran a s¨ª mismos con una lagrima falsa y visible de piedad. Sab¨ªamos que la televisi¨®n era un arma poderosa en el contagio de la tonter¨ªa: ahora se descubre que es a¨²n m¨¢s eficaz en la difusi¨®n de la desverg¨¹enza.
Antes que en los juicios, los testigos de un crimen declaran en un estudio de televisi¨®n, y a veces se les ve, bajo las l¨¢grimas y el maquillaje, la vanidad cerri e estar saliendo en el programa de Mar¨ªa Teresa Campos. En Estados Unidos se debate mucho la conveniencia de transmitir ejecuciones en directo por televisi¨®n, para arrebatarles as¨ª a los condenados hasta el derecho al secreto ¨²ltimo de la propia muerte. Supongo que el siguiente paso ser¨¢ que los veredictos de culpabilidad o inocencia los determine la votaci¨®n de los telespectadores.
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