Sevilla core¨® con un ol¨¦ el 's¨ª' de Elena
La Infanta se olvid¨® pedir la venia al Rey antes de casarse con Jaime de Marichalar
Elena de Borb¨®n y Grecia, la hija mayor de los Reyes de Espa?a, contrajo ayer matrimonio con Jaime de Marichalar y S¨¢enz de Tejada, cuarto hijo de la condesa viuda de Riplada. Un total de 1.300 invitados, entre ellos 300 representantes de 38 casas reales y el Gobierno espa?ol, asistieron al enlace en la catedral de Sevilla. En la calle, miles de sevillanos siguieron la ceremonia con entusiasmo desbordado y corearon un estruendoso "?ol¨¦!"', que se escuch¨® dentro del templo, cuando Elena dijo s¨ª. Los novios, ambos de 31 a?os, se convirtieron en marido y mujer a la una y seis minutos de la tarde de un d¨ªa luminoso y primaveral con olor a azahar. Fue una boda en la que la familiaridad y el afecto atenuaron el r¨ªgido protocolo establecido para los enlaces reales.
Como en otras muchas bodas, hubo retraso de la novia -lleg¨® cinco minutos tarde-, l¨¢grimas -de ella y de su abuela, do?a Mar¨ªa de la Mercedes-, y emoci¨®n de los padres. La Reina no dej¨® de sonre¨ªr y hacer gestos cari?osos a su hija en los 90 minutos que dur¨® el enlace, y el Rey actu¨® como ejemplar padrino dejando todo el protagonismo a los novios.Hasta hubo errores a pesar de los numerosos ensayos. Por televisi¨®n pudo apreciarse que Elena olvidaba pedir la venia a don Juan Carlos antes de aceptar por mando a Jaime, como indica el protocolo. Sin embargo, fuentes de la Casa Real aseguraron que la Infanta s¨ª hizo una leve reverencia a su padre entre el intercambio de anillos y la entrega de las arras, pero este gesto no fue captado en la transmisi¨®n televisiva.
La Infanta lleg¨® a la Catedral del brazo de su padre el Rey, que no oculta estos d¨ªas lo feliz que est¨¢ por la boda. Pasaban cinco minutos de las 12.30, la hora prevista para el comienzo, cuando la novia cruz¨® la puerta de Campanillas. Desde los Reales Alc¨¢zares hasta el templo, la familia real hizo los 200 metros del recorrido a pie. Do?a Sof¨ªa, del brazo de su hijo, el Pr¨ªncipe de Asturias, vitoreado incesantemente por las m¨¢s j¨®venes al grito de "?Felipe, guapo!".
Cerraban el cortejo la novia y el padrino. Muy sonrientes, saludaban al gent¨ªo que abarrotaba la plaza. En esos momentos se desvelaba un secreto: el traje, un modelo sencillo, pero espectacular. Elena estaba guapa de novia.
Lo primero que vio la novia al llegar al templo fue a sus amigos, dispuestos en un lateral cerca de la puerta de Campanillas. Ellos al verla, se inclinaron respetuosamente y Elena sonri¨®. Una cola de 10 metros se desprend¨ªa del talle de la novia; de la cabeza se deslizaba un velo de tul que brotaba de una corona hel¨¦nica de brillantes que ya luci¨® do?a Sof¨ªa en su boda.
Los metros de tela que adornaban el traje provocaron pe que?os incidentes que atenuaron la emoci¨®n del momento. Los pajes pisaban, jugetones, el velo y Mar¨ªa Zurita, prima de Elena e hija de la infanta Margarita, no hac¨ªa m¨¢s que agacharse para colocar todo en su sitio. Hasta el Rey, en m¨¢s de una ocasi¨®n, ayud¨® a su hija en esta tarea.
En el altar, Jaime de Marichalar esperaba a la novia, donde hab¨ªa llegado acompa?ado por su madre, la condesa viuda de Ripalda. All¨ª ya se encontraban la Reina, el pr¨ªncipe Felipe y la infanta Cristina. La condesa de Barcelona ocupaba un lugar preferente, junto a los familiares m¨¢s cercanos y los 18 testigos. Jaime salud¨® a Elena con un beso que apenas le lleg¨®, ya que ocultaba su rostro bajo un tupido tul.El arzobispo de Sevilla, Carlos Amigo, ofici¨® la ceremonia. En la homil¨ªa record¨® la importancia del amor, del que dijo que es todo en la vida. "Hombre y mujer ser¨¢n como una sola cosa porque uno s¨®lo es el amor que han recibido" dijo. "No se trata de renunciar a lo que cada uno tiene como propio, sino de compartir y de dar, de vivir el uno para el otro sin reservarse nada a cambio, a no ser el buen deseo de quererse m¨¢s cada d¨ªa".
Elena miraba a Jaime. Ella se mostraba tranquila, quiz¨¢ m¨¢s risue?a de lo habitual. ?l, m¨¢s serio, dejaba ver su nerviosismo frot¨¢ndose las manos o moviendo las mand¨ªbulas sin parar. La Reina no quitaba ojo a su hija. El Rey, tampoco. Y do?a Mar¨ªa de las Mercedes, como todas las abuelas, lloraba de emoci¨®n.
Elena dijo s¨ª bajito y se olvid¨® de pedir la venia al Rey. En ese momento miraba a su novio. Apenas se escuch¨® su asentimiento, pero en la calle la gente lo supo por la radio y estall¨® de j¨²bilo. Hasta el templo lleg¨® el clamor.
Jaime, que estuvo a punto de dejar caer las arras al suelo a causa de la tensi¨®n, le retir¨® el velo cuando el arzobispo proclam¨¦: "Os declaro marido y mujer". Entonces el tul provoc¨® otra an¨¦cdota: "Jaime, m¨¢s atr¨¢s", pidi¨® la Infanta a su marido. Y ¨¦l, sol¨ªcito, obedeci¨®. No hubo beso. La Reina anud¨® las manos, apret¨¢ndolas en un gesto de cari?o al nuevo matrimonio. El Rey, con una se?a, pidi¨® a Elena que le mostrase el anillo que luc¨ªa en su mano izquierda.
Tras la comuni¨®n, los novios no pararon de hablar. En un momento dado se volvieron para ver a los pajes. Los ni?os, cansados, chupaban los lazos de sus vestidos. Uno de ellos, al descubrir que la novia le miraba, se acerc¨® a ella. Un testigo le fren¨® d¨¢ndole un caramelo.
Eran las dos cuando la ceremonia concluy¨®. La novia bes¨® a sus padres y recibi¨® emocionada la felicitaci¨®n de sus hermanos. Del brazo de su esposo se encamin¨® a la puerta de Palos por un pasillo flanqueado por reyes y pr¨ªncipes. Fuera esperaba Sevilla. En la plaza de la Virgen de los Reyes se oy¨®: "Ea, la ni?a Elena ya se ha casao ".
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