Sue?o de invierno
Hace unos d¨ªas, a eso de las cuatro de la madrugada, me despert¨¦ tr¨¦mulo y sonado, aquejado por serios amagos de v¨®mito; y supongo que tambi¨¦n algo ojeroso y demacrado. Acababa de vivir una pesadilla tan brutal, tan descarnada y feroz, que ya me hubiera gustado ver a Sigmund Freud en su consulta vienesa tratando de analizar mi caso. Qui¨¦n sabe si la sobrecarga no le habr¨ªa obligado a jubilarse con veinte a?os de antelaci¨®n.Me explicar¨¦: iba servidor caminando por un interminable pasillo del Ayuntamiento de Madrid cuando de repente se abri¨® una puerta a mi derecha (bien a la derecha) y un golpe de viento me introdujo en un recinto ba?ado de luz azul: una sala trist¨ªsima, gigante, con techos altos y esquinas en la sombra. Al fondo, sobre un estrado de madera, una silueta me hac¨ªa signos imperiosos para que me acercara a ella; y aunque yo ya sospechaba algo raro, no pude evitar sentirme arrastrado por la orden.
Paso a paso, tragando con dificultad, fui aproxim¨¢ndome a la tarima, primero con reserva, luego con recelo, m¨¢s tarde con aprensi¨®n, y por fin, cuando ya no hab¨ªa modo de reaccionar, con un terror indescriptible; porque aquella figura correspond¨ªa a uno de los personajes que m¨¢s pavor ha llegado a producirme en los ¨²ltimos tiempos: ?ngel Matanzo. S¨ª. En persona. Y por si fuera poco, y anticip¨¢ndose a la entrada en vigor de las nuevas normas legislativas, se dispon¨ªa a casarme en el acto con Mercedes de la Merced.
Naturalmente, mi primer impulso fue dar media vuelta y poner pies en polvorosa, ya que, adem¨¢s, el alcalde Manzano se re¨ªa desde lejos y me mostraba un par de temibles colmillos. Pero ya se sabe c¨®mo son las pesadillas: a veces, cuando m¨¢s se necesita la agilidad, de repente el aparato locomotor se te encasquilla y parece como si el mundo se obstinara en frenar la soltura de nuestros movimientos. No obstante, gritando como un poseso, logr¨¦ alcanzar la puerta de salida justo en el mismo momento en el que el monstruo proced¨ªa a lanzarme un hacha y a seccionarme la oreja izquierda de cuajo. Y aunque lo habitual en estos casos suele ser soltar un par de alaridos, crispar el gesto y despertarse en busca del ox¨ªgeno, ?que si quieres arroz, Catalina!: nada m¨¢s llegar al pasillo, otra figura, ¨¦sta con sotana y caperuza picada, se interpuso en mi camino y me oblig¨® a acompa?arla hasta un confesonario. ?C¨¢spita!, se dir¨¢ confundido el lector. Y con raz¨®n. El caso es que no pude distinguir bien las facciones de aquel pollo, aunque, eso s¨ª, su rostro me result¨® vagamente familiar. En el acto fui obligado - a arrodillarme frente al ventanuco del confesonario, y pese a que se supon¨ªa que yo era el que deb¨ªa exponer algo, fue el sacerdote quien comenz¨® a disertar sobre asuntos extra?¨ªsimos; cosas, creo recordar, relacionadas con Juan Barranco, el Gobierno y con los socialistas en general. Su tono era hosco y cerrado; hostil, incluso; y se dirig¨ªa, a m¨ª elevando el dedo ¨ªndice, recrimin¨¢ndome un sinn¨²mero de infracciones, y lanz¨¢ndome de cuando en cuando un gigantesco misal a la cabeza. Tan severo estuvo que al poco yo ya me encontraba llorando y pidiendo clemencia desconsolado.
Pero, en fin: lo verdaderamente grimoso todav¨ªa estaba por venir; porque aquel cura furtivo, haciendo un alto para limpiarse la espuma de los labios, gir¨® por un instante la cabeza, se rasc¨® la nariz, dej¨® al descubierto su cara, y me proporcion¨® un sobresalto a¨²n m¨¢s recio que el anterior: sin ir m¨¢s lejos, se trataba de Norberto Ortiz Osborne, alias Bert¨ªn Osborne torrente de voz, fil¨®sofo independiente, reconocido pensador, can tante de insigne nuez y compositor de melod¨ªas me morables, a tal punto profundas que hace a?os la NASA seleccion¨® varias baladas suyas para formar parte del programa de mensajes intergal¨¢cticos que portaba en su seno la nave estelar Voyager, enviada al espacio con la idea de que los eventuales extraterrestres que se toparan con ella pudieran llegar a hacerse una idea exacta de lo que son capaces de gestar algunos terr¨ªcolas. Un aviso muy honrado, creo yo.
En fin, que ignoro lo que hubiera sido de m¨ª si en ese momento no llego a despertarme. Matanzo, De la Merced, Manzano y Osborne. Todo en el mismo lote. Desproporcionado. Fuera de lugar, incluso para una pesadilla. Salt¨¦ de la cama, tom¨¦ un cigarrillo de la mesilla, me sequ¨¦ el sudor y poco a poco fui recobrando la calma. "Tranquilo, chico", me repet¨ª varias veces con la boca reseca, atacando la toba con continuas, diminutas y feroces caladas finales.
Me tend¨ª de nuevo en la cama y cerr¨¦ los ojos con la esperanza de aprovechar las pocas horas de des canso que me quedaban. Pero no hubo lugar: la no che parec¨ªa haberme marcado como v¨ªctima f¨¢cil y las im¨¢genes pasadas todav¨ªa acribillaban mis surcos cerebrales. Encend¨ª, pues, la l¨¢mpara, tom¨¦ mi libro de cabecera, Versos de Schiller, y todav¨ªa con la imagen del cura Bert¨ªn hiri¨¦ndome los recursos, lo abr¨ª al azar por una p¨¢gina intermedia. Contra la necedad, hasta los dioses luchan en vano, pude leer entonces. Y comprend¨ª el mensaje. Aunque estuviera en alem¨¢n.
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